La derrota electoral del PT. Fin de una época y comienzo de otra. Por Isaac Rudnik
La derrota electoral del PT.
Fin de una época
Desde principios de siglo en América Latina, irrumpieron modelos progresistas que llegaron como consecuencia del largo proceso de resistencia al neoliberalismo que se desarrolló durante la década del noventa. Al decir del expresidente ecuatoriano Rafael Correa, esto constituyó un verdadero “cambio de época”. En los últimos tiempos, una combinación de factores desgastó el consenso de estos gobiernos, mientras que en paralelo la derecha recompuso alternativas electorales ganadoras. El sorprendente resultado en la primera vuelta de las presidenciales de Brasil, confirma que estas propuestas van logrando amplia aprobación en los países de la región. En 2015 Macri se impuso en la Argentina, en 2017 Sebastián Piñera ganó en Chile, en abril del presente año Mario Abdo Benítez triunfó en Paraguay, y este domingo 7 de octubre Jair Bolsonaro obtuvo el 47% de los votos contra el 29% del PT. Si bien en Brasil se llega a este resultado tras el golpe de estado contra Dilma Rousseff en 2016, y del arbitrario encarcelamiento del expresidente Lula para impedirle que sea candidato presidencial, es un dato imposible de soslayar que tanto Bolsonaro como los demás presidentes de derecha ganaron sus respectivas elecciones.
Los 90. Defensiva política.
Caminos paralelos. Debate político y luchas sociales.
A lo largo de la última década del Siglo XX se desarrollaron dos procesos que fueron dejando profundas huellas en cada uno de nuestros países.
Del un lado, la reinstalación del capitalismo en la Unión Soviética y los países circundantes, produjo un profundo desconcierto político entre las organizaciones populares de todo el globo, ya que no encontraban explicaciones comunes a la desaparición del mundo hegemonizado por aquel socialismo. Esto trajo debates sin síntesis, divisiones y desorganización, lo cual fue aprovechado por las clases dominantes embanderadas tras el pensamiento único, para avanzar aceleradamente sobre los derechos y conquistas de los trabajadores y los sectores populares, adquiridas tras largas décadas de duras luchas.
Sin embargo, en este contexto de generalizada defensiva, desde el inicio de esta etapa post caída del muro, se produjeron en nuestra región convocatorias a debatir para reagrupar a las fuerzas de izquierda y centro izquierda, y -un poco más tarde- se impulsaron intentos de articulación entre las organizaciones sociales, sindicales, de los pueblos originarios y de otras expresiones, que emergían protagonizando la resistencia en cada uno de nuestros países.
La primera, y una de las de mayor trascendencia política para aquél momento y los años siguientes, fue la convocatoria realizada desde el PT de Brasil encabezado por Lula da Silva, por entonces su candidato a presidente. Del 1° al 4 de julio de 1990 se reunieron en San Pablo cuarenta y ocho partidos de 13 países de América Latina. Lo que en principio era una reunión sin más pretensiones que ese encuentro, tuvo una continuidad que al día de hoy se mantiene. El II Encuentro se produjo un año más tarde en Ciudad de México organizado por el Partido de la Revolución Democrática de Cuauhtémoc Cárdenas y participaron 68 organizaciones de 22 países de América Latina y el Caribe; el tercero tuvo como anfitrión al Frente Sandinista en Managua en 1992, y el cuarto se hizo en La Habana en 1993 con la participación de 112 organizaciones miembros, 25 observadores de la región y otros 43 de América de Norte y de otros continentes. La activa participación de Cuba en este espacio de encuentros y reencuentros, jugó un papel fundamental, por el enorme valor simbólico de tener allí a una Cuba socialista activa y militante en un contexto de defensiva del socialismo en el mundo, y por los aportes concretos a todos los debates, desde una realidad diferente a la que atravesábamos en los otros países y regiones. De allí en adelante se realizaron 22 encuentros de este Foro -Foro de San Pablo- en diferentes países de la región, el número 23 se reunió nuevamente en La Habana en julio pasado.
Hubo otras invitaciones al debate político en el seno de las izquierdas. El 1° de enero de 1994 -el mismo día de la entrada en vigencia del TLCN- surge en el estado de Chiapas, México, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), organización político-militar que expresaba las reivindicaciones de la comunidad indígena de esa zona, y rechazaba el régimen neoliberal instaurado en su país. En 1996 se realiza, en la selva de Lacandona, estado de Chiapas, el Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, llamado por el EZLN, del que participan representantes de cuarenta países de los cinco continentes.
Desde otro costado, la resistencia social se iba desplegando en el Sur y en el Norte del globo, de abajo hacia arriba, transformando pequeñas batallas en grandes contiendas, pugnas sectoriales en conflictos generalizados, sin circunscribirse sólo a los ámbitos nacionales. Se fueron articulando alrededor de ejes comunes: deuda externa, feminismo, pueblos originarios, movimiento campesino, militarización, defensa del ambiente, derechos de los trabajadores a través del movimiento sindical, etc. Se conformó una extendida red de articulación e integración generada para las luchas desde abajo, basada en principios de solidaridad, que intentaba coordinar acciones comunes dentro de la región y también con movimientos sociales de países del norte, tanto de Europa como de EEUU y Canadá. En 1994, al tiempo que se lanza la propuesta del ALCA en el marco de la reunión de presidentes de toda América, se inician los primeros intercambios y contactos entre representantes de organizaciones sociales y personalidades populares para discutir sobre sus alcances y consecuencias.
El encuentro del Foro Social Mundial de Porto Alegre que empezó a reunirse anualmente desde enero de 2001, bajo el lema “otro mundo es posible” fue un punto de confluencia y culminación de estas experiencias de articulación. La Campaña Continental contra el ALCA, se potenció bajo ese paraguas, y las sucesivas acciones y encuentros que se convocaron para resistir esa iniciativa norteamericana, a las que asistieron muchas organizaciones políticas y sociales de distintos países, se convirtieron en un verdadero laboratorio de debates, de los que emergieron diferentes propuestas alternativas a la integración al servicio de las multinacionales, que a través de esa Área de Libre Comercio querían consolidar los EEUU en Nuestra América.
Al inicio de la década del 90 cuando el Partido de los Trabajadores de Brasil llamó a la primera reunión del Foro de San Pablo su participación fue determinante; una década después, en el comienzo del nuevo siglo las organizaciones sociales brasileras con fuerte influencia del PT, como la Central Única de Trabajadores y el Movimiento Sin Tierra, fueron decisivas a la hora de convocar al encuentro del Primer Foro Social Mundial en Porto Alegre, ciudad en la que gobernaba el PT. Aquel PT de comienzos de los noventa era un partido que, encabezado por Lula da Silva, líder del sindicalismo combativo de San Pablo, estaba en el comienzo de una aventura política con destino aún incierto. Ya para el año 2001, el PT era el partido de un líder político que estaba cerca de coronar una larga carrera que lo llevaría a la presidencia de uno de los países más grandes del globo. El PT y Lula habían ido de lo chico a lo grande, de abajo hacia arriba, ocupando cada metro de terreno que el modelo neoliberal abandonaba a medida que se debilitaba.
Cambio de época. Saliendo de la defensiva.
Los caminos paralelos confluyen.
A cada crisis del sistema predominante, sus sostenedores y beneficiarios lo superaban mediante una nueva huida hacia delante, trasladando sus efectos más duros hacia los países de la periferia. Esta metodología utilizada sistemáticamente finalmente se agotó cuando su implementación chocó contra el muro de una resistencia que no cedía. El momento decisivo había llegado entre el final del siglo pasado y principios del actual, cuando las luchas sociales sectoriales confluyeron en confrontaciones generales de carácter político, que generaron condiciones para la construcción de consensos mayoritarios de nuevo tipo, permitiendo la instalación de gobiernos progresistas, que en conjunto significaron -al decir de Rafael Correa- un verdadero cambio de época. Época inaugurada en 1999 por Hugo Chávez en Venezuela, continuada por Lula en Brasil, Kirchner en Argentina, Tabaré Vázquez en Uruguay, Evo en Bolivia, Correa en Ecuador, Lugo en Paraguay. La profunda defensiva política post-caída del muro había encontrado en esta región, una grieta por donde emergían alternativas, que no sólo se expresaban desde la resistencia sino que eran capaces de gobernar por varios años, renovando e incluso extendiendo el consenso a amplios sectores de sus sociedades.
En el período que va del 2002 al 2005, los Estados Unidos, bajo la administración de George W. Bush, ejercieron enormes presiones sobre los gobiernos de la región, para ponerle el broche final a la firma definitiva del ALCA, operatoria que finalmente fracasó. Lula desde Brasil y Chávez desde Venezuela, se convirtieron en las figuras centrales de esta etapa de resistencia y construcción. Fueron acompañados por los nuevos gobiernos de Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Nicaragua, de características muy diferentes entre sí, pero con la identificación común de posneoliberales. En varios de estos países el neoliberalismo se había enseñoreado durante mucho tiempo, no ya por la imposición de dictaduras, sino porque en su momento habían obtenido consenso mayoritario de los pueblos. Consenso que habían perdido a manos de fuerzas políticas encabezadas por estos líderes que alcanzaban trascendencia global. Las luchas sociales generalizadas y extendidas desde los escenarios nacionales fueron decisivas para el fracaso del neoliberalismo. Los liderazgos de sus principales dirigentes, fueron determinantes a la hora de canalizar las enormes energías de la resistencia para la construcción de alternativas, que permitieran buscar transformaciones progresistas en favor de los intereses de los pueblos.
Desde el crecimiento de China a la gran crisis global
Todo este proceso fue facilitado por la irrupción de China en el concierto económico mundial como gran demandante de alimentos, y de materias primas en general, lo que elevó precios y multiplicó volúmenes de exportación de esos productos, acrecentando los ingresos externos de los países de la región. Los llamados países emergentes pasaron a ser los de mayor crecimiento relativo de la economía mundial, y los más dinámicos constituyeron su propio polo de poder alternativo agrupándose en el BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica).
Pero este tablero global empezó a cambiar con la llegada de la gran crisis mundial que tuvo sus primeras manifestaciones visibles en 2007, convirtiéndose en una recesión aguda que se extendió al año siguiente, y a la que aun los sostenedores y beneficiarios de la globalización neoliberal, todavía no le encuentran salida sustentable. El crecimiento económico y comercial mundial se ralentizaron, y en un proceso que avanzó sin prisa pero sin pausa, las consecuencias de estos recortes fueron llegando a los países de nuestra región. La constante tendencia alcista de los precios y de los volúmenes de los principales productos exportados desde la zona, se interrumpió, para entrar en una evolución en serrucho o a la baja, según los momentos y los productos. Esto se tradujo en estancamiento o bajo crecimiento económico, con los consecuentes problemas políticos para los gobiernos. Estas dificultades económicas que llegan hasta hoy desnudaron dos tipos de fragilidades fundamentales que ahora nos atraviesan.
La primera fragilidad se refiere a las estructuras productivas que no cambiaron en estos años de abundantes recursos. Esa continuidad, profundizó, la dependencia de las exportaciones de productos primarios, lo cual atentó contra la posibilidad de construir un mercado interno nacional y regional dinámico que fuera motor sustentable del crecimiento económico con más amplios márgenes de autonomía. Esto conllevó otras dos consecuencias más graves aún: La primera, es que esa dinámica limitada de los mercados nacionales y regionales en un marco de crecimiento, si bien permitió mejorar el ingreso de las fracciones de menores recursos de la población, no impidió que esos mismos sectores que abarcan a decenas de millones de personas, igualmente queden sumergidos por debajo de la línea de pobreza sin ninguna esperanza de cambio para su situación estructural. La segunda, es que la propiedad de los medios que producen las exportaciones no sólo que no fue modificada, sino que en los grandes países, como Brasil y Argentina, en estos años esa apropiación se concentró y extranjerizó aún más, incrementando el poder de sus dueños. Poder con el que nunca dejaron de influir y condicionar el devenir político, y que usaron sin escrúpulos conspirando contra los gobiernos progresistas, principalmente cuando éstos entraron en zona de turbulencias.
La segunda fragilidad se manifestó en el terreno político, especialmente en aquellos casos -como Argentina y Brasil- en los que no se produjeron cambios en las estructuras políticas. Aquí es donde aparecieron con más nitidez las debilidades del sistema político, que no sólo no promueve la participación, sino que la limita activamente de distintas formas. La no-participación durante la vigencia de los gobiernos populares, deja solos y desguarnecidos de toda protección a sus funcionarios en la gestión de los asuntos de estado, y la soledad en la gestión estatal es la madre de toda corrupción. La corrupción fue primero profusamente promovida por los detentadores del poder económico, y después difundida masivamente por ellos mismos para desprestigiar a los funcionarios que habían conseguido comprar, desacreditando moralmente a los proyectos progresistas en su conjunto. Si observamos detenidamente como se fueron desarrollando los acontecimientos, principalmente durante la primera década, se puede ver que a medida que fue descendiendo la participación de los sectores sociales que habían sido protagonistas desde finales de los 90 hasta la primera década años del siglo XXI, también fue disminuyendo la intensidad de los cambios en sentido progresista. La desmovilización de los movimientos sociales y políticos y la descalificación de las posiciones críticas que surgían desde el interior de estos procesos, fueron sistemáticamente promovidas desde la conducción los gobiernos progresistas.
En el campo específico de la integración, las Cumbres de los Pueblos, articuladoras de las visiones y reclamos de los movimientos sociales, no dejaron de reunirse durante este período, pero ahora en presencia de gobiernos posneoliberales, en la mayoría de los casos viraron a cumplir un papel de soporte acrítico -o casi- de estas administraciones, más cuando eran amenazadas -o podían serlo- por conspiraciones de la derecha antidemocrática. Situación similar atravesó el Foro de San Pablo, en el que las varias fuerzas políticas principales participantes gobernaban en sus países, por lo que no acertaron a encontrar un camino que no fuera el del apoyo absoluto e irrestricto a esos gobiernos. Estos apoyos incondicionales y desmovilizadores lejos de fortalecer estos procesos, en el tiempo contribuyeron a debilitarlo.
Recambios regresivos y resistencia
Una década después del rotundo NO AL ALCA que gobiernos y movimientos políticos y sociales del continente encabezamos en el año 2005 en Mar del Plata, hay un nuevo resurgir de las derechas conservadoras en el continente, que están imponiendo un “recambio de época”, de carácter regresivo. La llegada de gobiernos de derecha a Brasil y Argentina en 2015/2016, con programas que impulsan traslado de ingresos desde los sectores populares hacia los más concentrados, mediante una ola de transformaciones que van por el achicamiento de los Estados, junto a reformas laborales y previsionales regresivas, tienen su correlato en acciones que van alineando nuevamente la región con los intereses de las corporaciones transnacionales y el poder financiero global, volviendo a poner la mirada principal, en fortalecer sus relaciones exteriores con Estados Unidos y las principales potencias capitalistas, mientras se desarman una a una las estructuras de integración regional trabajosamente construidas en la etapa progresista.
En Brasil, al golpe institucional que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff en 2016 le siguió, cuando lideraba todas las encuestas, el arbitrario encarcelamiento del ex presidente Lula, para impedir que participe en las elecciones presidenciales.
Este resultado se convierte para nosotros y nosotras en el símbolo de un proceso que se inició hace casi tres décadas, cuando Lula y el PT nos llamaron a debatir en San Pablo las consecuencias de la caída del Muro de Berlín y a buscar alternativas a un mundo hegemonizado por las ideas neoliberales. Una década después, en 2001, fuimos a la Porto Alegre gobernada por el PT, junto a movimientos sociales de todo el mundo convocados por la CUT, el MST y otras organizaciones sociales para articular y coordinar las luchas antineoliberales que se extendían por el mundo y por nuestra región. Al año siguiente Lula era elegido presidente de Brasil. A principios de 2018, ante el su inminente encarcelamiento, volvimos a Porto Alegre a participar de un seminario internacional en defensa de la democracia en Brasil, y de un acto multitudinario con la participación del propio expresidente como orador central. Poco tiempo después, Lula fue encarcelado y trasladado a Curitiba, donde hasta hoy se encuentra detenido. Seis meses después, el domingo pasado, el derechista Jair Bolsonaro ganó derrotando al PT por una diferencia que parece irreversible para la segunda vuelta.
Final de época. Los errores, los límites, las incoherencias.
El ritmo y los tiempos de la resistencia contra las regresiones neoliberales, es uno de los elementos que irán influyendo para que el fiel de la balanza se incline definitivamente en una u otra dirección. Pero es indispensable que en paralelo jerarquicemos el debate alrededor de la reconstrucción de alternativas políticas que den cuenta del nuevo contexto que empezamos a transitar. No debemos escaparle a ningún debate, ni tampoco dejar de asumir las responsabilidades que nos caben, ya sea por los errores involuntarios o por acciones equivocadas o signadas por la corrupción.
Tanto en las experiencias nacionales como a escala regional, las derechas ganan un consenso que le permite acceder a triunfos electorales, repiqueteando con una propaganda centrada en los fracasos de los gobiernos progresistas, haciendo eje en algunas consignas históricas de la izquierda, como la persistencia de la pobreza y la inseguridad, el avance indetenible del narcotráfico, la corrupción de importantes sectores de las propias dirigencias progresistas, todo lo cual conforma un combo que cuestiona el conjunto del sistema político vigente y principalmente a los que gobernaron en los últimos años. La derecha se conduce con objetivos globales y regionales desde siempre. Cuenta con la conducción y el apoyo de organismos internacionales que elaboran planes y proyectos, y desarrollan sus campañas bajo orientaciones generales que hoy son promovidas por varios de los gobiernos de la región.
Desde la izquierda que participó activamente de estos procesos, mucho se escribió y habló de las sofisticadas herramientas que las clases dominantes pusieron en el escenario para atacar al progresismo, y muy poco se elaboró sobre lo enormes errores, limitaciones e inconsecuencias que hubo en el campo propio.
La corrupción que nos atravesó no es un invento de los medios hegemónicos, aunque éstos se encarguen de exagerar algunos hechos e inventar otros. Pero es innegable, e injustificable el generalizado crecimiento patrimonial de extensas camadas de funcionarios y dirigentes políticos de estos gobiernos progresistas cuyo origen no pueden explicar.
La mancha venenosa de la inseguridad y el narcotráfico no dejaron de crecer, no sólo porque no hubo políticas activas y perseverantes para combatirlos, sino también porque se eligió tolerar la participación de las fuerzas de seguridad en las bandas de la delincuencia organizada, como una forma para frenar y contener su avance.
Las dificultades para darle continuidad al crecimiento de las economías que contemplaren el avance de mejoras para los sectores más vulnerables –aunque más no fueran muy moderadas- se fueron agigantando desde que nos alcanzaron los primeros coletazos de la crisis global, porque las transformaciones estructurales estuvieron ausentes en todo el período. Lo cierto es que el descenso de la pobreza y la creación de empleo se lentificaron hasta estancarse.
La decisión de Dilma Rousseff al asumir su segundo mandato, de tomar como propio el programa económico de los partidos adversarios a los que durante la campaña electoral había caracterizado como neoliberal, generó una enorme decepción entre los millones de votantes que la apoyaron.
Pareciera que ninguna de estas cuestiones estuvieron presentes entre nosotros, como tampoco las alianzas con sectores políticos de derecha y con las reaccionarias iglesias evangélicas (en Brasil), que de coyunturales o circunstanciales pasaron de hecho a ser permanentes, hasta que ellos rompieron y se convirtieron en los principales agentes desestabilizadores.
En los inicios de este siglo los modelos post neoliberales en América Latina en general y en el Cono Sur en particular irrumpieron con mucha fuerza, generando enorme entusiasmo, expectativas, y sobre todo esperanzas de cambio para las amplias mayorías de nuestros pueblos largamente postergados y excluidos. Las figuras de Chávez, Lula, Kirchner, Evo, Tabaré, y los otros presidentes que vinieron después, hermanados con la Cuba de Fidel, recorrían todos los rincones de la Patria Grande despertando nuestros mejores sueños. Los triunfos electorales se sucedían levantando banderas de cambio, de confrontación con los enemigos externos, con las multinacionales y los grupos económicos poderosos que no se resignaban a perder sus privilegios. Sin embargo andando el camino también surgieron los límites propios que en poco tiempo se mostraron tan importantes como los obstáculos externos. Las expectativas y las esperanzas transformadoras fueron perdiendo energía pasando a visiones cada vez más defensivas, cada vez más asentadas en la defensa de lo conseguido y menos en profundizar objetivos. Cada vez más justificaciones posibilistas y menos reconocimiento autocrítico de los errores y los límites que emergían por todos lados.
El triunfo de Macri en 2015 y la derrota de Cristina en 2017 sorprendieron al kirchnerismo. En Brasil la magnitud de votantes de Bolsonaro en la primera vuelta de Brasil, tomaron desprevenido al PT.
Más allá de las campañas sucias de la derecha, de la persecución a los liderazgos que incluye el encarcelamiento de Lula, de los límites objetivos de la situación económica global, lo cierto es que no hay conciencia en la dirigencia de esas fuerzas, sobre el fuerte deterioro simbólico en su representación de las aspiraciones populares, en relación a lo que expresaban hace unos años atrás, en una magnitud difícil de recuperar.
En estos países transitamos el final de una época que tuvo una extraordinaria riqueza para nuestros pueblos. Estamos en el umbral de otro momento que debemos encarar intentando aprovechar todas y cada una de las enseñanzas que nos dejó este período del que fuimos protagonistas. En la transición entre una y otra etapa los sueños y las utopías de cambio de nuestras mujeres y hombres se recrean haciendo y luchando en las calles, en los barrios, en los lugares de trabajo y de estudio. No hay tiempo o espacio ni para renovar el aire, y mucho menos para tomarnos un descanso.
Isaac Rudnik
Movimiento Libres del Sur