Futbol. "La violencia es un mandato". Por P. Alabarces

Por Libres del Sur noviembre 25, 2018 16:39

Futbol.

La violencia es un mandato

No son animales disfrazados de hinchas: son hinchas. Ni siquiera inadaptados: son sujetos adaptados a lo que espera de ellos una cultura futbolística organizada en torno de la violencia como ética. La inutilidad de quienes no pueden garantizar ni siquiera un partido con hinchas locales, el tribunerismo de los ídolos, las interpretaciones paranoicas del periodismo: pero por suerte todo fue obra de un puñado de violentos. ¿No era de vida o muerte? ¿Qué esperaban? Escribe Pablo Alabarces.


No me queda inteligencia, ya devastada por cinco horas de periodismo deportivo mainstream y redes sociales ardientes de conspiraciones, más que para deshilvanar quince ideas. Si alguien quiere conectarlas, cambiar el orden, establecer relaciones, causas o consecuencias, está en su absoluta libertad de hacerlo.

1. Los hinchas de todos los equipos argentinos agreden al micro de los jugadores rivales. Pasó en Boca con los de River. Pasó hace muchos años con el micro de un equipo boliviano que jugaba un partido de copa contra Gimnasia y Esgrima de La Plata, en el Bosque: hubo heridos, el partido no se suspendió, nadie se preocupó demasiado, apenas se trataba de bolivianos. Pasó con Tigre en San Pablo hace seis años (después, la policía paulista, cabeza a cabeza con cualquier policía brava argentina, amenazó con armas a los jugadores de Tigre en el vestuario).

Nadie se pregunta por qué: sencillamente, porque los hinchas, “empoderados” (como es tan frecuente decir ahora), están convencidos de que su participación es decisiva en el espectáculo futbolístico. Con su aliento, con sus banderas, con su fiesta, con su aguante, con su pasión, con sus insultos, con sus amenazas, con sus promesas de violaciones, con sus afirmaciones letales, con sus piedrazos. Después de todo, apedrear un micro es la forma más eficaz de garantizar la eficacia de esa intervención imaginaria en el resultado. O que deje de ser imaginaria.

Entonces: para llevar un micro con jugadores, casi sin custodia, al lugar donde lo esperan algunos miles de hinchas rivales, hay que ser un pelotudo, o funcionario público.

2. Lo único positivo es que esta vez todo ocurrió ante la atenta mirada de Gianni Infantino, el presidente de la FIFA. Hay una esperanza, entonces: que la FIFA desafilie a la AFA y el fútbol argentino pueda entrar, así, en su definitiva y merecida extinción.

 

3. Hace tres años, apenas tres, escribí esto en esta misma revista luego de los infames sucesos del gas pimienta: “Ya sé que lo mínimo admisible es la pérdida del partido para Boca, la clausura del estadio por cinco años, el juzgamiento de todos los responsables del club por complicidad evidente y televisada. Pero permítanme una última provocación, para que el resto de los hinchas acepte que esta vez les toca a los de Boca pero podría ser cualquiera, que va a ser mañana o pasado. Mi fe en el fóbal y en el género humano retornaría si mañana los dirigentes de River y Boca, juntos y a la vez, acompañados por ese ser que funge de presidente de la AFA y de cuyo nombre no quiero acordarme, pidieran a la Conmebol que todos los equipos argentinos quedaran fuera de la Copa.”

Nada de eso ocurrió. Boca tuvo sólo dos fechas de suspensión del estadio, por mediación directa del entonces candidato presidencial Mauricio Macri con el entonces presidente de Paraguay e íntimo amigo del entonces presidente de la Conmebol. Al candidato Macri la sociedad argentina lo ascendió a presidente de la Nación, para que así pudiera entretenernos con sus declaraciones futboleras, tales como calificar de “culón” a Marcelo Gallardo pocos días antes de la final.

Entonces: este partido no debía jugarse, pero porque la Conmebol debió haber suspendido en 2015 a todos los equipos argentinos por cinco años, y a Boca por diez. Esa fue la sanción al fútbol inglés y al Liverpool, respectivamente, en 1984, después de la masacre de Heysel. Faltaron los 39 muertos, posiblemente; quizás, sólo estamos esperando a que lleguen.

4. Hace apenas dos semanas, el ministro de (in)Seguridad porteño, Martín Ocampo, aceptó que su gobierno no puede garantizar la seguridad para que en un estadio coincidan hinchas locales y visitantes. Fue en un programa de televisión, Código Político; estaba en el estudio, y cuando Van der Kooy me entrevistó dije, más o menos, esto: este tipo es un inútil que acaba de confesar que el estado democrático renuncia a hacer coincidir en tiempo y espacio a dos personas que tengan simpatías futbolísticas diferentes. Dos semanas después, el estado demostró que no puede siquiera garantizar la seguridad sólo con los locales. Ocampo fue puesto en su cargo por indicación directa de Daniel Angelici, el presidente de Boca. Es el responsable de ese maravilloso operativo por el que la cana llevó al micro con los jugadores de Boca a pasar por el medio de algunos miles de hinchas de River. Un genio inmarcesible.

 

5. “La final del mundo”. Hace pocos días, el amigo Alejandro Wall interrogaba a colegas de distintas partes del mundo: todos contestaban que el partido le importaba un bledo a nadie fuera de estos pagos. Pero se tituló “la final del mundo”, “el partido del siglo”, “no hay mañana”, “a vencer o morir”, “de vida o muerte”. Luego de todo ese despilfarro de metáforas y adjetivos, los periodistas hoy se preguntaron por qué “la gente” está tan loca que es capaz de apedrear el micro de los jugadores rivales. Mirá vos, no se me ocurre por qué: ¿no es que era de vida o muerte?

6. Veinte años diciendo lo mismo. Puedo citarme los próximos diez mil caracteres. Por ejemplo, esto, también de hace tres años en esta revista: “Lo bueno es que esta vez fue en un Boca-River mirado por algunos millones de espectadores. Si todo esto pasaba en un Newell’s-Central –y no digo un Defensores-Excursionistas–, Anfibia no me pedía esta nota. Les digo más: hace pocos meses, después del clásico rosarino, mataron dos hinchas por las calles. Al fútbol, a los hinchas y al periodismo argentino, perdonen la franqueza, le chupó soberanamente un huevo”.

Hace tres semanas, Newell’s y Central jugaron un clásico fuera de la provincia y a puertas cerradas. Fue titular en las secciones deportivas, por un día. Hace cuatro días ocurrieron los incidentes de All Boys- Atlanta: las “explicaciones” volvieron a ser las de siempre, las que hablan de barras bravas, violentos, animales, barbarie. Otro intérprete del periodismo deportivo, Gustavo Grabia, salió a “explicar” argumentando con la peligrosidad extrema de la barra del Albo, vinculada con De Elía, Hezbollah y el narcotráfico local. Nadie salió a recordar lo obvio: que la nuestra es una cultura futbolística donde vengar el honor mancillado por una derrota –de local, contra un rival clásico, y para colmo esos judíos putos– es un mandato, no una opción. Mis propios informantes hablan de dos cosas: cánticos antisemitas durante el partido, que sin embargo no llevaron a la suspensión, como exige el reglamento; y que los periodistas partidarios locales eran algunos de los más exaltados en los insultos contra los pobres dirigentes, periodistas y familiares del Bohemio –Grabia explicaría esto alegando que los periodistas partidarios del Albo son barras bravas contratados por Hamas y la vieja y querida OLP. Para no hablar del orgullo local, florestense, de ver a la policía, ese hato de inútiles, corriendo por las calles del barrio para huir de la hinchada local, retrocediendo con los móviles y chocando entre sí –para no recordar la vieja tirria del barrio con la comisaría 43°, luego de los crímenes de los tres chicos en 2001, cuando el barrio casi copa el local policial.

 

Los hinchas de All Boys no ven, en todo esto último, sino motivos de orgullo. Han demostrado un aguante superior a sus expectativas: el respeto de las hinchadas rivales va a crecer desmesuradamente. Como se ve, no hay ni rastros de disputa de poder interno en la barra ni peleas por fondos clandestinos ni negociaciones por zonas de narcomenudeo: hay puro y vulgar honor futbolero, fundado y alimentado por una cultura futbolística organizada por estas claves.

Pero Grabia está diciendo, a esta misma hora: “los animales disfrazados de hinchas”. No, Gustavo, seguís sin entender nada. Son hinchas. Punto.

7. Carlos Tévez hace rato que dejó de ser “el jugador del pueblo” –clásica fantasía hiperbólica del pésimo periodismo deportivo– para ser sólo un tontito, pero con micrófono abierto. Lo de hoy fue definitivamente descalificador: abona las hipótesis conspirativas, alegando complicidad entre la Conmebol y River. No puede ver más allá de su tribunerismo; no puede ver que alimentar las paranoias, en una cultura futbolística organizada por las paranoias, es apenas tirar nafta a un fuego ya de por sí bien alimentado. Moraleja: la mayoría de los jugadores son tan responsables de todo lo que ocurre en el fóbal como Macri, Tapia, Di Zeo, el Caverna Godoy y el cocacolero del estadio de Berazategui.

 

8. Alimentar paranoias. Toda la semana se tejieron hipótesis de ese tenor, respecto de alguna preferencia conmebolística por Boca indicada por la elección de un juez de línea con alguna trayectoria sinuosa. Hoy se desparramaron las contrarias, a partir de la irresponsable doctrina Tévez-Benedetto: que les den la Copa sin jugar, total, River hace lo que quiere. Hace un par de horas me llegó una tercera: una emboscada organizada por los Borrachos del Tablón como venganza por el encarcelamiento del Caverna, su líder, y el secuestro de las entradas de la barra. Ahora me llega una cuarta: que la policía lleva el micro a la emboscada adrede, para forzar suspensión y quita de puntos.

El problema de las interpretaciones paranoicas futboleras es que son el principio estructurador de la cultura futbolística. El problema de las interpretaciones paranoicas futboleras es que son todas increíbles. El problema de las interpretaciones paranoicas futboleras es que en la Argentina son todas posibles.

 

9. El fútbol refleja la sociedad: un punto en contra de la sociología contemporánea. El fútbol refleja apenas al fútbol, con holgura y precisión. Básicamente, la demolición de ese lugar común estaría dado por la obviedad de que una cultura aún tan cerradamente masculina no puede “reflejar” a una sociedad donde la mayoría de la “gente” no es varón. Por supuesto, la metáfora del reflejo la suelen repetir señores con pito. “Explicar” con ese argumento permite descargar culpas, pero no explica nada –ni mucho menos lo soluciona.

La explicación la hemos desplegado durante veinte años, la han financiado las instituciones científicas argentinas, la han expandido una decena de colegas a lo largo y lo ancho de la república. Todo este trabajo se esfuma, se vuelve inútil, cada vez que los conversadores de TyC Sports o Fox abren la boca.

10. A esta altura, quizás sea necesario recordar que toda la responsabilidad de todo lo que ha pasado recae sobre autoridades políticas de una inutilidad extrema cuyos salarios multiplican los nuestros como investigadores del CONICET, y que con su analfabetismo funcional, soberbia política, ignorancia supina de lo que el mismo Estado ha producido como conocimiento científico e incapacidad de gestión de la cosa pública, han causado 16 muertos en menos de tres años.

A esta altura, quizás sea necesario recordar que la responsabilidad la comparten funcionarios políticos de todas las gestiones democráticas desde 1983 a la fecha. Que la gestión pasada, por las dudas que alguien no lo recuerde, carga con 96 muertos en doce años.

 

11. Definición de inadaptados: sujetos minuciosamente adaptados a lo que espera de ellos una cultura futbolística organizada en torno de la violencia como ética.

Definición de pelotudos (del griego: alienados): sujetos que no pueden despegarse de esa cultura futbolística, incapaces de entender que un piedrazo o el uso de gas pimienta en una manga puede acarrear pérdida de puntos y de partidos. Sujetos que, a la vez, saben perfectamente que esa cultura exige de ellos lo mismo que debieran evitar; y que también saben que las sanciones existen sólo para equipos chicos.

Definición de paradoja: releer las dos anteriores definiciones, juntas.

12. Soluciones, versión uno: suspender el fútbol argentino masculino por un año, en todas sus categorías. Intervenir todos los clubes y la AFA: designar mujeres en todos los puestos. Ponerse a laburar.

Soluciones, versión dos: suspender el fútbol argentino masculino por un año, quedarse mirando el techo, repetir varias veces “somos todos responsables”, acortar la suspensión como gesto de buena voluntad, contar los cadáveres al día siguiente.

Soluciones, versión tres, la que va a ocurrir este lunes: invitar a Florencia Arietto, Gustavo Grabia, Mariano Closs, Gustavo Lugones y Martín Ocampo a un estudio de TN, conducidos por Marcelo Bonelli, y jurar investigar hasta las últimas consecuencias lo ocurrido para sancionar debidamente a los responsables, echar a las lacras de las barras del fútbol argentino y de la faz de la tierra y que así vuelva la familia a los estadios. Paso previo: encontrar familias argentinas yendo a los estadios en los últimos cien años. Seguir contando los cadáveres.

 

13. El partido, claramente, no se podía jugar. La insistencia de la CONMEBOL y la FIFA sólo puede entenderse en la línea que decidió jugar Juventus-Liverpool el 29 de mayo de 1985 en Heysel, después de 39 muertos. ¿Tontitos, dijimos? ¿Irresponsables? ¿Tipos capaces de sacrificar a la madre por algún derecho televisivo?

14. Pero todo esto es una gigantesca cortina de humo para ocultar la corrupción K y el fracaso del gobierno de Macri.

15. La nota de hace tres años terminaba así: “Y que los hinchas de River, Boca y Racing [y San Lorenzo e Independiente y Vélez y All Boys y Atlanta y Comunicaciones] estuvieran todos de acuerdo, se miraran fraternalmente a los ojos, se digan mutuamente ‘así no va más’ y fueran a tomar la AFA para que se vayan todos/que no quede/ni uno solo”.

Publicado en: revistaanfibia.com

Por Libres del Sur noviembre 25, 2018 16:39