Crónica del Juicio a Ailén y Marina Jara

 

Juicio a Ailén y Marina Jara


Día 1

 

Una está apagada. No tiene expresión en la cara. Mira un punto fijo. Mira a los que hablan. Mira y no dice nada. Es alta, pelo lacio. Parece ida, tal vez está así desde el día que acuchilló al hombre que intentó abusar de su hermana. Tenía 18. Hoy ya tiene 20.
Su hermana. Ella no está apagada. Llora. Ríe. Se indigna, se muerde los labios. Por momentos tiene los ojos muy pero muy pero muy hinchados. Ella es la primera que habla.
Ailén habla. Es la mayor. Tiene 21. Hoy decide ser la primera en declarar. Hoy cuenta cómo Juan Leguizamón intentó violarla. Hoy cuenta cómo Juan Leguizamón la acosó en varias oportunidades.
En febrero del 2011, una mañana, vuelven junto a su hermana de la casa de un amigo. En el camino de vuelta a su casa, se encuentran con Leguizamón. El hombre las increpa, les pregunta “qué están haciendo acá”. Ailén, enojada, asustada, no se queda atrás. Le pregunta qué es lo que anda diciendo por ahí, por qué le anda diciendo a la madre (la de él) que ellos dos (Ailén y Leguizamón) están saliendo. Ella se enoja.
El hombre tiene un arma. Leguizamón tiene un arma, lo levanta hasta la altura de sus hombros. En diagonal, hacia arriba, gatilla. Amedrentar. Asustar. Paralizar. Ailén y Marina se asustan. Marina se queda inmóvil.
Leguizamón apunta a Ailén.”Ahora me van a conocer”. Gatilla. La bala no sale. Por miedo, por adrenalina, Ailén se balancea sobre él. Quiere sacarla el arma. Forcejean. Hay golpes. Ailén le pide ayuda a Marina. Pero Marina sigue inmóvil.
Caen al suelo. Primero Ailén, después Leguizamón. Él cae arriba de ella. Él le muerde el brazo izquierdo para que no le saque el arma. Ella vuelve a pedirle ayuda a Marina. Marina agarra la mochila de Ailén, saca un cuchillo y se lo clava en la espalda a Leguizamón.
Se separan. Se paran. Ailén tiene el arma de Leguizamón en la mano. Le da un culatazo en la cabeza. “Me estaba pegando, no sabía qué hacer”. El hombre cae. Un vecino grita. Las hermanas salen corriendo.
Ailén cuenta que salen corriendo con el arma y lo tira antes de llegar a su casa. Se quiebra. Dice, con voz ahogada: “Tenía miedo”.

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“Una semana antes, él quiso entrar a mi casa. Me insultaba. Me mandaba mensajes amenazándome, diciéndome que me iba a matar, diciendo que sólo quería que me juntase con él. Yo no quería. Era agresivo.

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“Sacó un revólver y se lo puso a Marina en la cara. Ella preguntó por qué, y él le pegó una piña”. Cuenta Ailén sobre un episodio previo en la casa de Leguizamón.

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El fiscal Guillermo Altube le pregunta a Ailén por qué no incluyeron todo eso en la indagatoria. Ailén responde: “Cuando le conté a la defensora (Dra. Manuela Gonzalez) me dijo que no diga eso, que eso no tenía validez, que ella iba a decirme lo que tenía que decir y lo que no. Yo le hice caso, porque no entendía. Pensé que estaba bien lo que ella me decía”.

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“Yo tenía el cuchillo, tenía miedo porque estaban levantando chicas, las violaban. Cada vez que salía, lo tenía. Por las dudas, para defenderme”.

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“Dijo que tuvo relaciones con nosotras dos, y su madre no nos dejaba juntarnos con la hermana”.

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“Nos miraba y nos hacía los ojos grandes. Me defendí, aunque me dio miedo…”

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No sólo habló Ailén.
También declaró, o intentó declarar “la víctima”. Juan Leguizamón. Leguizamón contó que estuvo saliendo con Ailén, un mes, un mes y medio, y que ella no quería que se supiera. (Ailén había declarado que Leguizamón estaba “obsesionado” con ella, que le sacaba fotos cada vez que ella iba a la casa a visitar a la hermana de él). No supo dar nombres concretos de personas que los hayan visto juntos. Leguizamón contó que luego de un forcejeo en la puerta de la casa de las Jara, le mandó un mensaje de texto a Ailén. “Vos te hacés la piola, y yo te hago el amor a vos y a tu hermana también”. Tal vez, el mensaje no estaba escrito con tildes. “Estaba conmigo” declaró sobre Ailén. Ella lo escuchó en su silla, parecía como escondida. Llena de tristeza y de bronca.
Leguizamón declaró cómo se encontró con Ailén y Marina. Ailén, relató él, la apuntó con un arma. Le disparó cuatro veces. Dos veces salió la bala. Dos, no salió nada. Leguizamón declaró que no vio de dónde había salido el cuchillo con el que Marina lo hirió. En la indagatoria, hace dos años, Leguizamón había dicho que había salido un solo disparo. Y que vio como Ailén y Marina se intercambiaban el cuchillo y el arma “de mano en mano”.
Leguizamón se levantó para reconstruir la posición de las manos y del revolver en el momento en que Ailén le había disparado. Leguizamón se levantó y Ailén lo miró indignada.
Leguizamón declaró que cuando Ailén le dijo “te voy a matar”, le respondió: “Después hablamos, tengo que ir a trabajar”.
Leguizamón declaró varias cosas. Inconclusas. Dijo que no tenía horarios fijos en su trabajo, que con ambas hermanas había tenido relaciones, y que estuvo un mes y medio internado por las lesiones. Leguizamón vio fotos y en un plano reconstruyó cómo fue el encuentro de esa mañana de febrero con las Jara. Leguizamón tuvo dificultades para reconocer las casas de las fotos. Leguizamón tuvo dificultades para acordarse los nombres de las calles. La calle de su propia casa.
Leguizamón declaró que esa mañana de febrero tenía una “casaca verde con rayas negras”.
Leguizamón tuvo un acto fallido: “Cuando intenté disparar, disparó”.

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Hoy declararon otros cuatro testigos. El hermano y la hermana de Leguizamón, un vecino que vio (escuchó) los disparos en aquella mañana de febrero, y un amigo de Ailén y Marina.

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Ismael Reyes es el hermano de Juan Leguizamón. Le costó hablar, tal vez nervioso por la presencia de los jueces, por los amigos de las Jara que estaban atrás suyo. O quién sabe por qué. Le costó hablar. Se trababa. No le salían los conceptos.
De las hermanas Jara dijo que eran buenas, pero que como enemigas no quería tenerlas. Estuvo largo rato para explicar el por qué. En un momento, logró hacerlo: “Por sus miradas y por lo que se ve en la calle”. Le pidieron más precisión. “Yo soy una persona tranquila, a mi no me gusta tener enemigos”.
“Si se lleva mal, puede llegar a tener una riña”, dijo sobre su hermano. También, contó que Juan tenía armas, y que en el trabajo tenía un horario fijo.

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18 años, estatura baja, un tatuaje en el cuello, anteojos y una larga campera negra, Rocío Soledad Castro contó que conoce a Marina Jara “desde chiquita”. 
Ella es la hermana de Leguizamón. Es.
Ella era amiga de las Jara. “Era”, así dijo. Porque la madre no quería que se juntara más con ellas, porque ella misma no quería juntarse más con ellas.
Rocío o Sole, también habló de su hermano, de Juan: “Por ahí se le iba la mano y la golpeaba”, en referencia a la relación que tenía Leguizamón con su ex pareja, madre de su hija. “Se le iba la mano”.
Tal vez, algo que no tenía que decir, lo dijo: “Era agresivo en casa, conmigo también”. Le preguntaron si conocía a Mabel Benitez. Ella respondió que sí, que había ido unos días a la casa. Luego de un entredicho entre el abogado de las Jara y uno de los jueces, Rocío o Sole, respondió: “No me fui ahí por mi hermano”. En ningún momento se nombró al hermano. Lo que había dicho Ailén, es que Rocío se había ido a la casa de Mabel Benitez porque su hermano la había amenazado.
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“No le pegó ningún tiro” repitió dos veces Rocío o Sole sobre la situación de violencia que sucedió en su casa entre su hermano y Marina Jara.
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Al terminar su declaración, Rocío Soledad Castro sorprendió a todos. Le pidió a los jueces Barsky, Brahim y Larroque un hábeas corpus para proteger a su familia de Ailén y Marina. El público presente, no sabía si reírse o indignarse.
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El tercer testigo en favor de Leguizamón, también se pisó. O se confundió. O no entendió lo que tenía que decir. Sixto Álvarez es el vecino que gritó antes de que Ailén y Marina salieran corriendo. Dijo que estaba despierto cuando escuchó los disparos. En su indagatoria había declarado que estaba dormido y que su mujer lo había despertado.
El tercer testigo en favor de Leguizamón, contó que vio dos mujeres con un revólver y un cuchillo corriendo hacía un hombre. Detalló que Ailén, la que supuestamente había disparado, tenía una “casaca” de fútbol, verde, con rayas negras (mismo color, misma "casaca" que había dicho Leguizamón que él mismo vestía.).
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Ailén por fin pudo sonreír. Ya no tenía a gente atacándolas desde el banquillo. R.D. Chávez es su amigo del colegio.
Chávez acusó a Leguizamón por “vender drogas en el barrio.” Explicó que la primera vez que vio a Leguizamón fue en la casa de Ailén: “Ella no quería, se quedó embroncado. Volvió y se la quiso llevar a la fuerza”.
“Ya vas a ver vos”, vio y escucho Chávez que le dijo Leguizamón a Ailén.

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Chávez confirmó hoy que hace seis meses Leguizamón tuvo un altercado con un amigo suyo. “Sacó un arma para tirarle a mi amigo, amenazándolo, apuntándolo”. Explicó que la pistola que llevaba Leguizamón era una pistola de tambor y que recién al vaciarla, Leguizamón se fue del lugar.

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El amigo de Ailén confirmó que tuvo dos episodios violentos con Leguizamón.

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El juicio oral y público en el Tribunal Oral en lo Criminal Nº2 de Mercedes debía haber comenzado a las 9.30 de la mañana. La Comisión por la Libertad de Ailén y Marina Jara, junto a organizaciones sociales y de género, y personalidades de la política nacional recién entro al recinto a las 12:30 del mediodía para dar comienzo a las 12.45.
Mañana, Ailén y Marina Jara volverán a enfrentar a la justicia que las llevó a estar dos años privadas de su libertad bajo la carátula de “homicidio simple en grado de tentativa” cuando actuaron en legítima defensa. La jornada arrancará a las 9.30, y seguramente, se vaya a agregar un día más para el desarrollo de los alegatos.

 

 

 

Día 2

 

Iba a ser el último día. Segundo y último día. Llegarían los testigos finales, los alegatos y la sentencia.
Estaba todo preparado, la noche anterior habían acampado varias personas pertenecientes a distintas organizaciones en la plaza central de Mercedes frente al Tribunal Oral en lo Criminal Nº2.
Había un móvil de televisión abierta. Un móvil que el día anterior no estuvo. Un móvil que esperó a que terminara el día judicial, para hablar con la madre de las Jara, mientras no paraba de llorar, mientras no podía parar de llorar.

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Pero luego del retraso que se vivió ayer, más de tres horas para dar inicio al juicio, y luego de que se llegara al final del día con 11 testigos por declarar, se suponía que se agregaría una fecha más a las de este lunes 18 y martes 19 de marzo.

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Elena Salinas, madre de Ailén y Marina, estaba con la camiseta puesta para pedir por la libertad de sus hijas. Elena sonrió, festejó y lloró muchísimo. Elena denunció, escuchó y hasta le hizo chistes a sus hijas.

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Mientras Ailén y Marina esperaban en la sala, con cuatro guardiacárceles que las cuestodiaban (tres mujeres, un hombre) hablaban con sus parientes.
Ailén miraba a los que estaban ahí dentro, a sus hermanos, a sus amigos, a la gente que se acercó para ayudarla mientras estaban presas. Ailén miró la remera de Elena, y las demás remeras que tenían puestas varios de los presentes. Pechos y espaldas pidiendo por su libertad. Marina, estaba un poco alejada. Elena, su madre, le preguntó en tono jocoso: “¿Por qué tenés esa cara?”. “Tengo sueño”, respondió Marina, mientras Ailén hacía chistes con el guardiacárcel, quien unos minutos
después se quedaría viendo un largo rato una cámara de fotos.

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A las 11 de la mañana, hora y media después de lo anunciado, comenzó el segundo día del juicio a las hermanas Jara. Isidro Encina, el abogado defensor de las jóvenes, le preguntó a los tres jueces cómo se encontraba el último pedido para darle la prisión domiciliaria a ambas. Marco Barski, el juez ubicado en el medio, le respondió que mañana miércoles se conocería el dictamen.

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La primera testigo del día en dar su declaración fue la esposa de Sixto Álvarez, el vecino que escuchó los disparos. La mujer contó que su marido la despertó luego de escuchar los tiros (el marido había declarado que su mujer lo había despertado). Cuando ella salió, dijo que vio a una chica “gordita” que golpeaba con un revolver la cabeza al hombre. “Gordita”, con esa descripción se refirieron a Ailén todos los testigos ofrecidos por Leguizamón.
Al principio, la mujer contó que lo primero que vio fue que Leguizamón estaba parado, quieto, mientras Ailén le pegaba en la cabeza y Marina lo acuchillaba. En la indagatoria, ella había declarado que Leguizamón “caminaba retrocediendo de espaldas como intentando alejarse… pero ellas le gritaban y la más gordita le pegó con el arma”. Luego de que el fiscal le leyera esa declaración, la mujer titubeó y habló de dos momentos diferentes. Primero, que lo vio caminando, discutiendo. Luego, que lo vio parado.
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En un momento de la declaración de la mujer de Álvarez, la jueza Larroque se tuvo que parar a cerrar una puerta de la sala por el ruido que llegaba de la calle. Cantos y bombos, pidiendo lo mismo que las remeras.

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La misma Larroque, junto a los otros dos jueces aceptaron por unanimidad que “Jorge” se incorpore como nuevo testigo. “Jorge” es el encargado de la panadería de Ituzaingo, donde trabajaba Leguizamón. El fiscal Altube aportó el apellido y el número de teléfono. El codefensor Suarez, se indignó. Dijo que ese “Jorge” podía ser “Bergoglio” o cualquier otro “Jorge”.
En la declaración de ayer, Leguizamón había dicho que “Jorge” (no se acordaba el apellido) había visto como una de las hermanas Jara lo iba a visitar y a buscar a la panadería.
La defensa, luego de discutir que no estaba de acuerdo con la futura presencia de “Jorge”, pidió que toda la panadería diera testimonio. “Quédese tranquilo”, en tono de sobra, o algo así, el fiscal Guillermo Altube se dirigió a uno de los tres codefensores de las Jara, Eduardo Suarez.

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“Me lo dejaron inútil para toda la vida, tanto amor, tanto beso y ahora no me sirve para nada, no puede trabajar”. Así, indignada, terminó su testimonio Gloria Avalos, la madre de Juan Antonio Leguizamón.
Antes, había reconocido que en su casa nadie tenía “sexo”, y que allí su hijo no usó ni tuvo armas de fuego.
La madre, contó al igual que los demás familiares de Leguizamón, que el hombre y las Jara habían tenido algún tipo de relación. “Lo que están haciendo a mí no me gusta. Vos te acostaste con mi hijo y ahora se está acostando con tu hermana”, le habría dicho a una.
Cuando la mujer contó que su hijo y Ailén se habían “distanciado”, Ailén no creía lo que estaba escuchando. Y una vez más, se mordía la boca. Al igual que ayer.

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El último de la familia de Leguizamón que declaró fue su otro hermano, Daniel Sebastián Reyes. Declaró, al igual que lo habían hecho sus parientes, que Leguizamón salía con una de las chicas y que pasaba todo el tiempo con ellas. Aunque, reconoció que se enteró que Ailén y Leguizamón "habían tenido algo" recién una semana después de la "separación".

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El primer policía que declaró en el juicio fue el que llegó en un móvil de apoyo a las calles Entre Ríos y Corrientes. Lugar del hecho. “Cuando llegué, no había nada”.
González dijo que el dueño de la casa de Entre Ríos y Corrientes le había comentado donde vivían las hermanas Jara.
Cuando González fue a buscarlas, dijo que golpeó las manos y que las chicas salieron. Les preguntó lo que habían hecho y las llevó a la comisaria. Explicó que le entregaron el arma y una camiseta de Chicago, el club de fútbol. “Me entregaron el cuchillo, dijeron que se defendieron y nada más”.
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En cierto momento de su declaración, González afirma que Ailén tenía puesta la camiseta de Chicago. Con anterioridad, había dicho lo ya mencionado: que se la habían entregado junto al cuchillo.

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Hubo algo raro. Triste. El abogado defensor Encina quiso cotejar si el cuchillo que formaba parte del expediente era el mismo que las Jara le habían entregado. Lo triste, lo raro, es que tardaron en buscar el cuchillo. Apropósito o no, un juego o no, el cuchillo no aparecía. Tuvieron que dejar a González a disposición para seguir preguntándole en otro momento, junto a la comparación del cuchillo, y así no atrasar los demás testimonios.

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Encina le preguntó si seguía en la fuerza. González respondió que hace un año y medio que está desafectado. Ante una nueva pregunta, esta vez sobre el por qué, el respondió que lo estaban acusando de cohecho.

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El primer móvil que llegó fue el de Barrionuevo. El segundo policía que declaró fue Barrionuevo. “Veo una persona herida”, contó que así vio a Leguizamón en la casa de los Álvarez. Explicó que el dueño de casa había manifestado que el herido había sido atacado por dos mujeres.
Barrionuevo declaró que el hombre herido, Leguizamón, tenía puesta una camiseta de Chicago, el club de fútbol.

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El primer policía que declaró volvió a la sala para reconocer si el cuchillo que le mostraban era el que las Jara le habían entregado. “No recuerdo”.

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En estos dos días hubo varios testigos a los que les temblaba la voz, que respondían sin seguridad, con miedo. Los cuatro que siguen, que se animaron a declarar, lo hacen casi todos con mucha seguridad, con firmeza. Algunos dudaban por el paso de los años, por la memoria, pero los cuatro que declararon a continuación lo hicieron con un terrible coraje.

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Y.P.N.A. Amiga de las Jara desde que eran chicas.

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“Ailén me había contado que Leguizamón la estaba acosando. Estaba muy angustiada cuando me lo contaba”.

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“Se sabe cómo es Leguizamón en el Barrio. Un delincuente. Se drogaba y se comentaba que vendía droga”.

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Vivió una escena de violencia con la familia de Leguizamón. La chica con dos nombres y dos apellidos contó que un día Daniel, hermano de Juan, había ido a buscarlas a un boliche, y que como estaba borracho, en un momento arriba del auto le pegó una piña a Ailén.

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M.L.S . Amiga de Ailén de la escuela y del barrio. Actualmente, también familiar.

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“Juan Leguizamón vende droga, todo el mundo le tiene miedo.”

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“Las chicas se defendieron, las quiso atacar. Fue en defensa propia”.

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“El barrio habla de que las chicas se defendieron”.

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“Hace un año le robó a un churrero y lo cagó a palos”.

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“Todo el barrio le tiene miedo”.

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M.L.S cuenta que muchos vecinos del barrio se acercaron después de lo que ocurrió con las hermanas Jara, pero que nadie se atrevió ni se atreve a hablar en contra de Leguizamón porque le tienen miedo. “Miedo”. Repitió esa palabra varias veces. “Miedo” que seguramente debió tener para decir todo eso, pero que no la impidió estar frente a los jueces y decir que Ailén y Marina se defendieron.

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En uno de los dos cuartos intermedios que hubo durante el día, Elena Salinas, madre de Ailén y Marina, está nerviosa. No sabe si confiada, no sabe si desconfiada. Pero igual habla, y cuenta que una mujer no va a testiguar porque Leguizamón la amenazó tanto a ella como a su familia. Esta mujer, un par de meses atrás, había tenido un enfrentamiento con Leguizamón, quien tenía un arma de fuego en su poder.

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De la misma forma que M.L.S habló sin miedo, C.L. contó que conoció a Leguizamón por intermedio de la madre de este.

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“Hace más de 10 años estaba en situación de calle por violencia”. La madre de Leguizamón la llevó a la casa. Leguizamón la acosaba, ella no aguantó. Tenía hijos. Se quedó una semana. “De Guatemala, meterme en Guatepeor”.

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C.L. denunció que Leguizamón estaba vinculado con la droga y que “siempre estaba armado”.

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“Todo el barrio sabe y nadie se anima a contarlo”.

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“Todos sabían qué era Juan pero no lo denunciaban. Por la banda que tiene, por la junta que tiene”.

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Marina sonrió un par de veces en el juicio. A diferencia de ayer, Marina estaba más calma. Sonrió cuando escucho hablar a una profesora que tuvo en 2010, que declaró para contar cómo era ella. Sonrío porque se sintió acompañada, porque se sintió segura.

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“Marina nunca participó de las discusiones en el aula”

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Al hablar de las características de Marina: “Callada, trabajadora. Se preocupaba. Si faltaba, al otro día me pedía las actividades y se ponía a hacerlas en el momento”.

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“Yo comentaba el caso con mis alumnos y se sorprendían aquellos que no sabían”.

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“Yo conocía a Marina y me sorprendió aquello que sucedió”.

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J.L es un amigo, conocido de Elena Salinas. Fue llamado como testigo por las Jara para contar dos episodios violentos que tuvo a Leguizamón como protagonista.

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“Una vez lo paré en la calle y le pregunté qué pasaba, porqué las chicas estaban presas por culpa de él. Agarró dos botellas, las rompió y me vino a interceptar. Mis amigos nos separaron”.

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“Me lo crucé una semana después. Él estaba en bicicleta, se paró y me dijo: ‘¿Te acordás lo que me dijiste?’. ‘Sí’, le dije yo. Me dijo: ‘Mirá lo que tengo’, se levantó la remera y me mostró un arma”.

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Para finalizar, pidieron que volviera a declarar Leguizamón. Ayer dudaba, ayer estaba inseguro. Hoy, hasta se animó a ir un poco más allá. Boludear no es la palabra. Impunidad tampoco. Esperemos.

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“Me vino a atacar a mi el pibe ese que está afuera”, dijo sobre lo mencionado por el testigo anterior. Unos minutos antes, cuando le preguntaron si se había cruzado antes de entrar a la sala con el hombre que acababa de declarar, Leguizamón había dicho que no.

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Le preguntaron “¿Cuándo le iba mal con una pareja, usted volvía a vivir con su mamá?”. El respondió: “No, me buscaba otra (pareja)”. El fiscal se tapó la boca, una risa. Su “ayudante”, si se rio, no a carcajadas, pero se rio.

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Leguizamón volvió a repetir que tenía una “casaca”, de fútbol, “a rayas verdes y negras”. El público presente sonrió, festejó en silencio.

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El abogado defensor Encina le preguntó por el Hotel al que habría ido Leguizamón con una de las chicas, en Paso del Rey. Ante la pregunta “cómo es el piso del hotel”, Leguizamón le respondió: “No sé, decime vos”. Altube, el fiscal, le pidió que describa el Hotel. Leguizamón le respondió: “No sé, péguese una vuelta”, en este caso el fiscal se rio. O se cagó de risa, no sé cuál vendría a ser la diferencia.

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La jueza Larroque le preguntó: “¿Sabe si Ailén o Marina tenían alguna remera parecida a la suya verde y negra?”. Leguizamón respondió: “No, no recuerdo”. Otro festejo silencioso entre los presentes, por eso de historias y coartadas que se van cayendo… por culpa del que vendría a ser el propio ideólogo.

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El codefensor Suarez le preguntó si sabía de qué cuadro es Ailén. Leguizamón respondió: “De Boca”. De nuevo, el festejo silencioso, y Ailén sonrió… no paraba de sonreír. Anteriormente, el mismo abogado le había preguntado a una de las amigas de Ailén si sabía de qué cuadro era hincha. Su amiga respondió: “De River”.

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Por último, le preguntaron por ese tal “Jorge”, el último que testificará el martes que viene. “¿Qué hacía Jorge en la panadería?”. “Él era el encargado de mantenimiento. Era amigo del dueño de hace muchos años”. “¿Cuánto tiempo trabajó usted en esa panadería?”, le preguntó el abogado Encina. “Unos 3,4 meses”.

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El fiscal le preguntó si le pagaron una indemnización. “Sí, la ART. Me fui a Santa Fe. Estuve por Mendoza, hice un par de viajes”. Así, respondió ante su “inutilidad”, como lo describió su familiar.

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Casi media hora estuvieron los jueces, el ministerio público y los abogados defensores discutiendo qué día establecían para los alegatos. El viernes, el lunes, el martes. Hasta se habló de esperar más de una semana. Mientras tanto, mientras hablaban de sus compromisos, de otros juicios que tenían, Ailén rompió en llanto. La psicóloga se acercó con un paquete de carilinas, se acercó para contenerla.

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“No paran de manosearlas”. Elena Salinas tampoco paraba de llorar. Veía como la misma justicia que había criminalizado a las chicas, que las habían dejado sin libertad por defenderse de un abusador, hoy tardaba largo rato para darle más importancia a sus agendas, que a la libertad de las pibas.

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Elena sale caminando lentamente del Tribunal, llora. Los que pasan, la abrazan. Se acerca un notero de un canal de televisión. El único canal de televisión presente en el lugar, la TV Pública, que no había entrado a la sala en ningún momento, quiere entrevistar a Elena. Elena llora. La gente de su alrededor no quiere que salga así. “La tenemos que sacar así, porque así es mejor”, con el micrófono bajo, con la cámara apagada. Elena, les pide que esperen. Logra parar de llorar por unos minutos, contiene su bronca. Y habla.

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El próximo martes, a las 9 de la mañana es el último día del juicio a Ailén y Marina. El tal “Jorge”, último testigo. Los alegatos. Y la sentencia.
Ailén y Marina están privadas de su libertad hace dos años, cuando se defendieron de un tipo que intento abusar de una de ellas. La culpabilidad, un cambio de carátula, la inocencia. Quién sabe. Sólo los jueces, los que determinarán si la justicia es un vacío judicial e institucional para la mujer, para su cuerpo, para su integridad. Sólo los jueces sabrán si Ailén y Marina van a poder abrazar a Elena, a sus hermanos, a sus amigos. Sólo los jueces sabrán si un hombre (mal llamado hombre) que quiso violar a una piba de 19 años, seguirá siendo víctima. Sólo los jueces sabrán si defender a tu hermana, mientras estás cagada de miedo, es sinónimo a que te dejen sin libertad.

 

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