Qué cabe esperar de Biden Presidente. Por Humberto Tumini.
9 de enero del 2021
EDITORIAL
Qué cabe esperar de Biden Presidente
El próximo 20 de enero hay recambio presidencial en los EEUU. Por el rol de este país en el mundo y particularmente en nuestra región, es bueno analizar qué es, probablemente, lo que se dispone a hacer el nuevo mandatario.
Por lo pronto digamos que luego de un control hegemónico fuerte en todo el orbe, en la década de los noventa y a partir de la caída de la URSS, norteamérica comenzó con un paulatino, pero visible, retroceso respecto de su poderío y capacidad de controlar la marcha de los asuntos mundiales.
Las dificultades internas que le fue generando la globalización en curso capitaneada por el poder financiero trasnacional, ya en este siglo. Como también el deterioro industrial producto de la deslocalización de empresas, a la búsqueda de aumentar sus ganancias bajando costos. La imposibilidad de triunfar en guerras como las de Irak y Afganistán. A lo que se sumaron el desafío del pujante crecimiento económico de China y el renovado peso en lo militar, de Rusia. Abrieron en la potencia imperial un fuerte debate entre sus sectores dominantes.
Una parte de ellos, con Wall Street a la cabeza, que tuvieron supremacía durante el gobierno de Barak Obama, planteó que los EEUU no podría impedir el surgimiento de un mundo multipolar. Que, por tanto, debía establecer una estrategia de retirada paulatina del lugar de potencia hegemónica, como hicieron inteligentemente los ingleses después de la primera guerra mundial.
Otro sector de poder, mas vinculado a los negocios del mercado interno, al complejo industrial militar y a la alta tecnología, menos ligado a las finanzas y representado en lo fundamental por el partido Republicano, se pronunció por otro rumbo. Su propuesta era retener para EEUU el lugar mundial dominante. Para ello, según explicaban, había que volver a fortalecer su economía, su predominio tecnológico y su poder militar; como hizo la Alemania nazi en los años treinta, en el intento de ser la nación preponderante de Europa otra vez luego de su derrota en la primera guerra.
Estos últimos triunfaron de la mano de Trump en los comicios presidenciales de noviembre del 2016, con las consignas “Vamos a hacer a nuestro país grande de nuevo” y “los EEUU primero”, que sintetizaban su proyecto.
Se apoyaron para llegar, en primer lugar, en interpretar la frustración de los millones de obreros norteamericanos, la mayoría blancos, que habían sido perjudicados por la globalización con el cierre de sus industrias. También en el rechazo de una parte muy importante de la población en general a la dirigencia política que no había impedido aquello, ni la frustración nacional que conllevaba. Sumado a esto, la bronca generada por el retroceso de los ingresos de una parte significativa de la clase media, que se concentraron crecientemente en los últimos 20 años en una minoría de ricos y súper ricos.
A todo ello debemos agregarle una agresiva campaña xenófoba contra los inmigrantes, particularmente mejicanos, responsabilizándolos, entre otras cosas, de los delitos en alza y de la pérdida de empleos para los ciudadanos estadounidenses.
En resumidas cuentas, usó Trump inteligentemente para llegar a la Casa Blanca, el manual del nacionalismo imperial a full; adecuándolo por supuesto a los tiempos que corren.
Los primeros tres años de su mandato se condujo aquel con ese programa de recuperación interno y mundial de los EEUU. Que incluía el debilitamiento de China, de Europa (en especial de Alemania, país dominante allí y competidora en productos de alta tecnología), frenar el avance de Irán en oriente medio y recuperar el control sobre Latinoamérica.
Con absoluta audacia anuló los principales tratados de libre comercio con otras naciones, apretó a las grandes multinacionales yanquis para que vuelvan a los EEUU, hostigó a los chinos con trabas a sus exportaciones y para el desarrollo de la tecnología 5G, promovió la ruptura de la Unión Europea vía Brexit inglés y le restó fondos a la OTAN. Debilitó la ONU y se retiró del acuerdo climático mundial para no cumplir con sus metas, que significaban gastar recursos. También promovió el regreso de la derecha a los gobiernos en nuestra región, apoyó abiertamente el expansionismo israelí, trató de ahogar económicamente a los persas, etc, etc.
En este período de su gestión, en lo interno no le fue nada mal. Tuvo un importante crecimiento del PBI y de la industria; también de la bolsa de valores, que reflejaba la confianza empresarial en el plan y su acuerdo con la enorme disminución de impuestos con que los benefició. Se incrementaron las inversiones, aunque en un nivel menor. Hubo, además, una baja del desempleo hasta llegar a su menor nivel histórico, y al mismo tiempo un crecimiento de los salarios, incluyendo los de menor calificación.
Todo indicaba que míster Donald obtendría un nuevo mandato. Aun cuando en su estrategia internacional los éxitos eran menores, ya que es un terreno donde la potencia económica, política y militar de los EEUU está menguada.
Pero llegó el 2020 y con él la pandemia del coronavirus. Allí comenzó a hacer agua el proyecto de transformar en dominante otra vez a su país, de los nacionalistas. La economía se conmovió en todo el mundo y en norteamérica también. Se frenó la producción (-3,6% del PBI en el año) y creció el desempleo llegando al 14% en abril y al 7% en la actualidad.
A lo que cabe sumarle que, producto de no tomar medidas que afectaran la marcha de la economía, la pandemia ha sido devastadora allí: mas de 22 millones de contagios y 380.000 muertos, hasta ahora.
La reelección naufragó. Trump perdió las elecciones y los demócratas pusieron el nuevo presidente.
Ahora bien, cabe preguntarse para lo que viene, cuánto podrá -y querrá- Joe Biden (representante del ala derecha de su partido) desarmar la estrategia que se instaló en el país del norte desde principios del 2016.
Entre otras cosas porque Trump sacó 70 millones de votos e hizo una notable demostración de fuerza interna (hacia el nuevo gobierno y al interior de su partido), al mandar a sus seguidores a tomar el Congreso para impedir la nominación del nuevo presidente con el argumento del fraude. Acción implementada por la ultraderecha yanqui, pero que contó con el aval, acorde a todas las encuestas, de la mayoría de sus votantes.
Veamos que puede suceder:
1) No es fácil que Biden, aunque le vuelva a dar cierto viento a la globalización, sobre todo a la financiera, pueda meter demasiada marcha atrás con algunas políticas que beneficiaron cierta reconstrucción del entramado industrial interno y la generación de empleo en su país.
Por ejemplo, lo que hizo Trump de poner dificultades a la relocalización de sus empresas en el exterior, reconfigurar algunos tratados de libre comercio (NAFTA), directamente anular otros o ponerle trabas al comercio con China. La experiencia histórica indica que cuando se debilitan las grandes potencias, se vuelven proteccionistas para sobrevivir a la competencia de las otras. Con mayor razón si hay resistencia política a la apertura externa.
2) La puja con los chinos, aun en los marcos de una estrategia de resignar paulatinamente la hegemonía mundial, como la que puede traer Biden (que la sostuvo cuando era vice de Obama), se va a mantener. Esto anticipa que continuarán gran parte de los conflictos con ellos: por el comercio mutuo, por la tecnología de punta, en el control de regiones como la nuestra, en las operaciones en los asuntos internos de cada país, respecto de los aliados, etc. Lo que, acorde la dimensión de los contendientes, tiene impacto extendido de todo tipo.
3) Debilitados los EEUU en su potencia económica y con China desafiándolos cada vez mas en ese terreno. Como se refleja en el reciente acuerdo de este país con 14 naciones de Asia y el Pacífico, en el avance de la “Ruta de la Seda” que ya incluye a Italia y el Acuerdo Integral de Inversiones que hizo hace semanas con Europa. Hace difícil pensar que el nuevo gobierno norteamericano no va a seguir apostando fuerte a mantener, e incrementar si puede, su poder militar. Recordemos que Obama, con una estrategia política distinta de Trump para su país, como ya hemos explicado, fue el presidente que mas tiempo mantuvo a su nación en guerra: Irak, Afganistán, Siria, las intervenciones apenas disimuladas en Yemen y Libia, etc.
4) Esta priorización de su mercado interno, trayendo las empresas propias de regreso y protegiéndolo de la competencia externa, que la situación política interna les va a impedir cambiar demasiado a los demócratas, tiene implicancias concretas.
Por lo pronto les dificulta recuperar la relación con Europa y en particular con Alemania, a la que le limitan el ingreso a su mercado. Algo parecido les sucederá con países habitualmente aliados suyos de Asia, como Japón, Corea del Sur y Australia, con los que tenían planteado una especie de mercado común (el ASEAN) sin los chinos, que ya abandonaron.
Es decir, el no poder cambiar demasiado las políticas internas actuales, probablemente les afectará las posibilidades de retomar con cierta fuerza las viejas alianzas económicas y políticas.
5) En lo que respecta a su relación con otras naciones menos desarrolladas como las de Latinoamérica, a las que hace algunos años, en alguna medida, EEUU abría su mercado de distintas maneras. Por ejemplo, con las maquilas de Méjico y Centroamérica, el petróleo venezolano, el cobre de Chile y Perú. Las cosas ya cambiaron con Trump (recordemos las dificultades nuestras para venderles limones o biodiesel gobernando un amigo de aquel como Macri).
Ahora, con Biden, nada indica que esto se vaya a modificar demasiado. Todo lleva a pensar que es muy probable que se mantengan las presiones políticas, sin demasiadas concesiones económicas y comerciales, para que los acuerdos sean con ellos y no con los chinos. Con el presidente saliente, en estos años, las monedas de cambio para ello han sido la provisión de armamentos, incorporarnos a la “guerra” contra las drogas y darnos apoyo para la inteligencia interna. Combinado con fuertes presiones de todo tipo, en particular en el terreno financiero, para que nuestros gobiernos estén alineados con ellos, en especial en sus ataques a Venezuela y Cuba. No hay que perder de vista que los imperios debilitados suelen ser agresivos.
En resumidas cuentas, ya sea por la situación política interna en los EEUU que reflejaron las elecciones, como por convicciones propias (no olvidemos que Biden es un dirigente de centro derecha, muy vinculado con el establishment empresarial yanqui y con Wall Street), es difícil ver un cambio importante y de fondo en la estrategia internacional norteamericana; en particular para nuestra región. Hay que tenerlo presente, porque ya sabemos que la misma es lesiva habitualmente para los intereses nacionales y los de nuestros pueblos.
Humberto Tumini
Presidente de Libres del Sur