La batalla por un nuevo país requiere de mucha mística. Por Humberto Tumini.
12 de Julio del 2020
EDITORIAL
La batalla por un nuevo país requiere de mucha
MÍSTICA
La Argentina, sumida hoy en una profunda crisis, que viene de años y se ha agudizado dramáticamente con la pandemia del coronavirus, está a las puertas de una dura disputa por el rumbo futuro de la nación. Puja, como tantas otras veces en nuestros 200 años de historia, en lo esencial, entre las minorías pudientes y las mayorías populares.
Ya sabemos que los ricos y sus aliados externos siempre han sido un hueso duro de roer. Tienen poder y suelen usarlo en la defensa de sus intereses, sin demasiados miramientos. De allí que para tener posibilidades de triunfar sobre ellos hay que construir extendida fuerza política en la sociedad; con un proyecto claro, comprensible y posible de materializar. Esto último refiere a ganar racionalmente, para ideas concretas de cambio, a una gran parte de la ciudadanía.
Pero eso, como enseña la experiencia, suele no ser suficiente frente a los que tienen poderío. Hay que ganar también el corazón de la gente. Es decir, generar sentimientos de adhesión, pertenencia, compromiso y coraje. Mística, en definitiva. Que le de potencia y consistencia a la acción y construcción política en la búsqueda de un país mejor y para todos.
La mística, en los movimientos políticos que batallan por cambios profundos y progresistas, se gesta en las luchas por causas justas; que se libran desde una correlación de fuerzas por lo general desfavorable.
En el caso de la historia argentina tenemos el ejemplo de la que desplegamos por la independencia de España. “Seamos libres, lo demás no importa nada”, así sintetizó el general San Martín el espíritu patrio de la misma. Mas tarde vino la batalla de las montoneras, de 1820 a 1870, contra el centralismo porteño; que se manifestó con toda su fuerza en estas pocas palabras: “Federación o Muerte”.
Luego vino el radicalismo, expresión de las nuevas clases medias que buscaban vivir en un país cultural y políticamente menos oligárquico y elitista. Eso objetivo fue sintetizado brillantemente en aquello de “La Causa contra el Régimen”, que penetró profundamente en aquellas.
A continuación, 50 años después, le llegó la hora al peronismo. Sobre un escenario de agotamiento total del modelo agroexportador de la oligarquía, de un repliegue de Inglaterra de su dominio económico por estas tierras -sin ser reemplazada aun por los EEUU- y de un escenario favorable en lo económico por la posguerra, montaron aquellos hombres y mujeres conducidos por el General, un gran movimiento; dirigido por la naciente burguesía nacional pero afirmado en una clase trabajadora en expansión y en una parte mayoritaria del ejército. Una patria “Libre, Justa y Soberana” le daba vida al proyecto nacional en curso, ganando el corazón de los desposeídos y de gran parte de la sociedad.
En los años sesenta y setenta el capitalismo de sustitución de importaciones argentino, ahora con inversiones extranjeras, estaba claramente en vías de agotarse. Desde los sectores dominantes no pudieron resolver esta situación ni con la dictadura de Onganía; que lejos de encontrarle una salida terminó agravando las cosas políticamente. Todo ello afectaba de distintas maneras a los trabajadores y a las clases medias. En un mundo donde avanzaban los países socialistas -entre ellos Cuba- y los movimientos de liberación nacional en África, en que además perdían la guerra los yanquis en Vietnam, la salida parecía estar en la revolución socialista. El camino la lucha armada. Así irrumpieron las organizaciones guerrilleras de potente voluntad política. “A vencer o Morir por la Argentina”, “Perón, Evita, la Patria Socialista”, expresaban el vigoroso compromiso militante de aquellas y aquellos jóvenes.
Con triunfos y derrotas esas son las grandes gestas de nuestra historia donde debemos mirarnos para los desafíos que se vienen en nuestro país, en tiempos cortos.
El tiempo dirá cómo se sintetiza en una frase o consigna la razón y objetivos de la lucha que estamos emprendiendo. Eso lo mostrará la vida. Pero lo que si podemos dibujar desde ahora, son algunos de los rasgos principales de la mística que debería tener el campo popular y progresista para hacerse fuerte y estar a la altura de las circunstancias.
Por lo pronto, en tiempos como estos de capitalismo salvaje y despiadado, nuestra militancia, particularmente la joven, debe hacer propias estas palabras del Che para guiar su conducta: “sobre todo sean siempre capaces de sentir en lo mas hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo”. La sensibilidad y el compromiso con el que sufre la acción de los poderosos debe ser su principal cualidad.
Lo que se viene es, en definitiva, la defensa de la patria frente a los mismos que históricamente la vendieron; atando sus intereses a quienes la sojuzgaron y la saquearon; aunque ahora, en nuestros días, desvergonzadamente, hagan flamear nuestra bandera. De allí que el movimiento político que empuje los cambios que la Argentina necesita, debe ser por sobre todo profundamente patriótico. Defensor a carta cabal de nuestro territorio, nuestros intereses, de los recursos naturales, de nuestro ambiente y nuestra gente. Como dijo alguna vez John William Cooke: “Nosotros, a diferencia de los integrantes de la oligarquía, no creemos que todo debe ser importado. Creemos que no deben ser importados los hombres, los capitales, las ideas y los dogmas; que las soluciones nacionales se encuentran en tierra argentina”.
En momentos donde todo parece tener su precio, el compromiso honesto y desinteresado debe ser una columna firme donde se apoya la construcción política. Hay que mirarse en la generación del setenta. No debe haber lugar para los dirigentes que, atrás de loables palabras respecto de la patria y el pueblo, esconden su objetivo de hacer “carrera” para vivir mejor con dinero ajeno. Tampoco para los que dicen una cosa y hacen descaradamente otra.
El general San Martín expresaba que “Para los hombres -y las mujeres, agregamos nosotros- de coraje se han hecho las empresas”, cuando exigía al Congreso de Tucumán declarar la independencia. Sabía bien de qué hablaba: sin valor no derrotaríamos en aquel entonces a los maturrangos. Por tanto, la valentía de quienes deben conducir a su pueblo a la lucha debe ser un signo distintivo. Las vacilaciones y el temor nunca jalonan el camino a la victoria.
El general Bolívar llegó al triunfo frente a los españoles, luego de sufrir derrota en tres campañas, cuando comprendió que debía darles la libertad a los esclavos y sumarlos como hombres libres a su gesta. Salvando las distancias, esta brega por un nuevo país mucho mas justo, no podrá triunfar si no participan en ella, en igualdad con los hombres, las mujeres. El feminismo debe ser uno de los rasgos de identidad que caracterice hoy un proyecto popular y progresista genuino. Como también su respeto a la diversidad.
Si hay algo que caracteriza a los dueños del poder, es su capacidad para separar entre sí a quienes se les oponen. Dividir para reinar, lo aprendieron de los ingleses y estos de los romanos. En una sociedad tan diversificada como la actual, con el individualismo a flor de piel, con un sistema político fraccionado como el nuestro, aquella política encuentra condiciones mas que favorables para aplicarse. De allí que el espíritu de unidad de las fuerzas nacionales y populares debe ser parte inseparable de nuestro concepto de construcción política. Juntos seremos fuertes.
Rescato en ese sentido la consigna con la que fundamos hace ya treinta años nuestro partido: “Nacimos para unir, luchamos para vencer”.
Un proyecto transformador en un sentido progresista, que es lo que requiere la Argentina en los tiempos por venir, significa confrontación inevitable con los que quieren mantener en su beneficio el actual estado de cosas. Para poder triunfar es necesario un movimiento político que no solo llegue a la razón de las mayorías populares, sino también a sus sentimientos. Eso se llama mística y se construye.
Humberto Tumini
Presidente de Libres del Sur