Bomba de tiempo

Bomba de tiempo

 

 

El 21 de febrero del 2003, cuando aún era candidato presidencial, Néstor Kirchner sostuvo que era “una vergüenza” la manera en que se viajaba en tren en el conurbano. “El problema son los vivos que cobran los subsidios y después no prestan el servicio adecuado”, denunció. Era un diagnóstico preciso. Nueve años después, los vivos siguen estando ahí, con una diferencia: el subsidio que cobran fue, año tras año, cada vez más escandaloso. En el 2011, 3.500 millones, un 47 por ciento más que el año anterior. El grupo que maneja TBA no sólo recibió más y más subsidios sino que logró más y más negocios con este gobierno: desde nuevos ramales de trenes hasta participación en la distribución de la tele digital. Meses atrás le dieron el Gran Capitán, servicio a Posadas. Porque, como todo andaba bien en el Sarmiento, podían ampliar su campo de acción.

En el 2006, el ministro de Infraestructura Julio De Vido anunció por primera vez el soterramiento del ramal Sarmiento. En el 2008, el último informe de la AGN sostenía que la falta de inversión podía ocasionar pérdidas de vidas.

Desde el 2005 para acá, los pasajeros del Sarmiento explotaron de furia media docena de veces. En casi todos los casos, el Gobierno no reconoció que la bronca fuera espontánea y acusó a militantes o dirigentes de izquierda, o a delegados gremiales, de ser parte de un complot para destruir trenes, al más puro estilo macartista. Una vez fue el Partido Obrero, otra vez Quebracho, varias veces Pino Solanas y por último el delegado del Sarmiento Rubén “el Pollo” Sobrero. Nunca, pero nunca, pudieron probar nada. A estas alturas, está claro que no existió el complot: era simplemente la gente que estaba harta de viajar como la obligaban a viajar y, cada tanto, no aguantaba más. “Sólo los que viajamos todos los días sabemos las veces que estuvimos cerca de la muerte”, me dijo un pasajero, el miércoles pasado.

Para el Gobierno, había complot. Sus medios se regodeaban mostrando cómo todo se trataba de una conspiración de los medios para debilitar al oficialismo.

Pero no había complot ni conspiración, sino falta de inversión.

Según los datos oficiales, los de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte, en el 2010 viajó en el Sarmiento menos gente que en 1970, esto es, 40 años antes. El Gobierno se cansa de decir que el país está bien, que la recaudación aumenta geométricamente cada año. ¿Qué es lo que les impide manejar bien un tren?

Los delegados gremiales del Sarmiento han denunciado una y otra vez la falta de mantenimiento del tren y advertido que se estaban incubando todos los elementos para una tragedia descomunal. Los periodistas que quisimos, los pusimos al aire. El Gobierno odia a los delegados que no controla. A principios del año pasado Aníbal Fernández comenzó a fogonear una causa para demostrar que en la última reacción popular contra el Sarmiento había existido un complot, otro más, de la izquierda. A los largo de las semanas, Juan Pablo Schiavi y Nilda Garré se sumaron al armado acusando, además, a periodistas con nombre y apellido por dudar de la existencia del octavo complot que denunciaban sin pruebas contundentes. Finalmente, un juez detuvo a varios militantes, entre ellos a Sobrero. Fernández respaldó la decisión judicial. Pero no había una sola prueba y tuvieron que liberar a los detenidos. Ese era el costo de denunciar lo que estaba pasando.

Dijo Marcelo Saín, diputado provincial, kirchnerista: “A esta altura queda claro que el problema no es TBA sino la autoridad de aplicación. Que gobiernen y se dejen de joder con los Cirigliano”. Dijo Enrique Martínez, titular del INTI entre 2003 y 2011: “La concesión mata”. Dijo Martín Sabbatella: “Hay que investigar seriamente qué sucedió en Once, pero es probable que la conclusión sea la misma de siempre: hay que sacarle la concesión a TBA”. Lo mismo había dicho hace siete años, en el 2005, cuando se produjo la primera expresión de ira por parte de los pasajeros. El economista Alejandro Bercovich twiteó: “Todos los países con transporte privatizado prohíben que un mismo grupo opere trenes y bondis, como Cirigliano. Se supone que deben competir”. Y antes: “Los trenes fueron subsidiados durante años para transportar barato trabajadores, aunque viajen como el orto. Y sí, mueren trabajadores”.

Juan Pablo Schiavi, el secretario de Transporte, fue el principal operador de Mauricio Macri en la campaña legislativa del 2005. El día de la tragedia, Schiavi ofreció un monólogo, en el que explicaba que accidentes de este tipo ocurren en todas partes. El delegado Eduardo Reynoso contó que, de 24 formaciones de TBA, ese día seis tuvieron problemas con los frenos. Sobrero agregó que los trenes están tan obsoletos que en tres minutos se puede romper lo que se acaba de reparar. Y la delegada Mónica Slotauer relataba las veces que lo llevaron a pasear personalmente a Schiavi por las vías, para que viera el riesgo real de que todo terminara con decenas de muertos, como terminó. “La gente se sube a una bomba de tiempo”, gritaba por las radios. “Ese tren debía estar en el taller. Tienen que ir presos empresarios y funcionarios”.

Bruno Bimbi, periodista, votante de Cristina, relató: “La última vez que viajé en el Sarmiento, el tren se salió de las vías un minuto después de arrancar. Nos dejaron ahí largo rato encerrados”. Marcelo Gantman agregó: “Para no hablar de lo que hay que hablar van a hablar de cómo los medios hablan”. Y Cristina Pérez: “Si se puede evitar no es un accidente. Demasiados no accidentes. Demasiada imprevisión. Cinco episodios graves con trenes en el último año”. Y Raúl Kollmann: “El motorman les dijo a sus compañeros del gremio que se quedó sin frenos. Están yendo a verlo al hospital”.

Durante todos estos años, muchos periodistas y medios de comunicación advirtieron una y otra vez lo que estaba pasando. Al igual que los delegados, sufrieron una agresiva campaña de descrédito encabezada por funcionarios y por periodistas y productores que integran el aparato de propaganda oficialista.

Uno junta todo esto y la conclusión es estremecedora.

A dos cuadras de Cromañón, donde murieron 200 en el 2004, el miércoles murieron 50. Algunos tuvieron suerte, sólo quedaran lisiados y, en lugar de estar en la lista de los muertos, figurarán en la de los heridos. Otros, más suerte aún: sólo quedaron solos. A todos ellos, Schiavi les explicó puntillosamente que accidentes de este tipo suceden en todas partes. Y prefirió evitar preguntas molestas.

Podrá haber más dinero en el país, podrá estar mejor la gente.

Pero la soberbia, los negociados, la imprevisión, están en el mismo lugar de siempre.

Y los que mueren son siempre los mismos.

Nada nuevo, bah.

Al cierre de esta edición, ni Randazzo, ni Abal Medina, ni Boudou, ni Aníbal Fernández habían emitido ningún mensaje de condolencia. El domingo hacían cola para enviarle felicidades a la Presidenta por su cumpleaños número 59.

Nunca menos.

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