Cuál es la verdadera cara de la elite brasileña. Nota El Cronista
Por Andrés Ferrari
En 1967, Mick Jagger y Keith Richards, estrellas de los Rolling Stones, íconos de la nueva corriente cultural que arrasaba el tradicionalismo y conservadorismo británico, así como otras figuras simbólicas del naciente rock inglés, estaban siendo judicial y policialmente acosados por consumo de drogas. Habían sido ambos condenados a seis meses de prisión; el establishment británico festejaba este cachetazo sobre los insolentes mocosos que sin ser parte de la elite de golpe nadaban en fama y dinero y no “hablaban bien”. La sociedad inglesa entendió enseguida de qué se trataba, y se fue dividiendo. Los acusados recibieron apoyo de colegas de ruta – por ejemplo, un saludo de los Beatles en la tapa de Sargento Pepper y canciones de los acusados grabadas por The Who. Cuando en este tenso ambiente venía la apelación a la condena, un hecho cambió radicalmente el contexto: un editorial de The Times: “Quién quiebra una mariposa en una rueda?” Frase que, en inglés, hace referencia al exceso del uso de fuerza – siendo la rueda la común forma de tortura medieval. Su autor, William Rees-Mogg, cuestionaba que si se deseaba querer hacer un símbolo del conflicto entre los sanos valores tradicionales y el nuevo hedonismo, habría que tener seguridad que los primeros incluyan tolerancia y equidad otorgándole a Jagger exactamente el mismo trato que a cualquier persona, ni mejor ni peor. Lo que no era el caso: era clara la sospecha que había recibido una condena más severa. Poco después, tras la apelación, quedaron en libertad, y la sociedad inglesa sintió que mucho tuvo que ver este editorial, que es famoso y referencia desde entonces. Al final, la ‘salvación’ vino del lugar menos esperado, el tradicionalismo The Times.
El editorial planteaba algo más que este simple caso. El riesgo para la estabilidad social británica si sus instituciones pierden el respeto de la población. Sería mucha miopía del establishment arriesgar tanto por tan poco. Algunos años después, cuando le preguntaron a John Lennon en qué creía que los Beatles habían cambiado la historia de Inglaterra, respondió que en nada, salvo jóvenes con pelo largo y en jeans. Mientras el partido laborista, que gobernaba el Reino Unido en 1967, intentaba entender este nuevo fenómeno cultural y de clase, los conservadores, pese un breve intervalo, tuvieron que esperar el período de Margaret Thatcher y John Major (1979/1997) para modificar la sociedad inglesa de acuerdo a su entendimiento. Pero porque ganaron legítimamente todas las elecciones. El episodio de 1967 quedó como el pequeño botón de una muestra, y muchos se estarán preguntando qué tendrá que ver este hoy insignificante episodio con Lula...
La elite brasileña ha sido muy eficiente e inteligente a lo largo de siglos. Difícil es hacerle creer a brasileños y extranjeros que Brasil no es pacífico –pese a que convive con cifras de muertes violentas comparables a un país en guerra abierta, que no está o que hay un elevadísimo racismo, casi un apartheid no declarado– pese a que en los altos escalafones sociales abunda una blancura casi nórdica en un país dónde constituyen una pequeña minoría. La imagen de democracia racial de un pueblo alegre, pacífico y sensible se deshace en mil pedazos en cuanto se comienza a observar con un poquito más de atención. La elite brasileña ha sabido llevar esta realidad, en unos de los países de mayor concentración de riqueza en el mundo, por encima de críticos momentos de transformación social, política y económica: el fin de la esclavitud, el fin del Imperio, sucesivas grandes inmigraciones, el fin de la tradicional economía exportadora de café, la industrialización del país, la fuerte urbanización, el crecimiento económico y demográfico, los nacientes movimientos populares, el golpe militar de 1964, el retorno a la democracia en los 80s sin elecciones directas, la Constitución del ´88 que le daba voto a los analfabetos –la gran mayoría de la población– por primera vez, el impeachment al Presidente Collor, la acomodación a la ‘globalización’… Sin embargo, no consiguieron y no consiguen con un señor: Luiz Inácio Lula Da Silva.
Luego de ser derrotado en tres elecciones, Lula venció las elecciones legítimamente –como el Partido Conservador inglés– y se convirtió en Presidente de Brasil de 2003 a 2011, para ser sucedido por la candidata de su Partido de los Trabajadores (PT), Dilma Rousseff. La elite brasileña no soportó la derrota. Asumió en medio de catastróficos augurios que hoy provocan una risa socarrona. Y desde entonces ha sido objeto de las más absurdas acusaciones. La elite lo acusa de haber transformando el país en una “Venezuela Chavista”. Más allá de evitar comparaciones que no vienen al caso, como método de gobernar debe ser dicho que uno que vivió todo ese período en Brasil no consigue recordar si alguna vez Lula hizo una cadena nacional, si alguna vez efectuó un discurso incendiario, si el Estado se apropió, o dijo que debía hacerlo, de alguna empresa, si los grandes medios de comunicación que siempre lo persiguieron sistemáticamente, con la Globo a la cabeza, sufrieron alguna una represalia o intervención –en un país donde no hay una canal de TV estatal-. Quizás en algún caso, lo haya hecho…pero ciertamente no constituyó una forma de gobernar. Pero ahí surge el otro lado de la cuestión: si hay un hecho cuestionable en Lula (o su gobierno), se trataría de sólo él? Hay surgen los elementos centrales de la cuestión del juicio a Lula.
El 31 de agosto de 2016, Dilma Rousseff fue destituida de la presidencia de Brasil, aunque en mayo ya se la había alejado del cargo al estar bajo un proceso de impeachment iniciado en medio de una feroz campaña de acusaciones de corrupción, pero que en definitiva se justificó por haber practicado “pedaladas fiscales”. Esta práctica de gobierno, objetable o no, era habitual en Brasil. Es decir, el proceso sobre ella fue totalmente cuestionable, y los parlamentarios que votaron en su contra tenían imagen de corrupción mucho más fuertes que Dilma – a la que no se le pudo encontrar nada. En ese momento, Lula estaba semi-retirado. A fines de 2011, se trató por un cáncer de garganta, y, si bien anunció su vuelta a la política en marzo de 2012, al año anunció que no sería candidato nuevamente. Recién en 2016 en medio del ataque a Dilma, fue nombrado por ella Jefe de Gabinete. Pero el Juez de la Corte Suprema Gilmar Mendes lo prohibió alegando que Lula buscaba inmunidad para evitar ser acusado judicialmente.
No obstante, la popularidad del gobierno de Dilma era baja, y la economía ya no venía teniendo el crecimiento que tuvo bajo Lula. Si luego de tener presidente a Michel Temer la elite brasileña no hubiese intentado matar la mariposa con la rueda, no hubiese sido sorpresa que, presentándose o no Lula a las elecciones de este año, en un contexto de cierta mejora económica y tranquilidad social, el PT fuese derrotado por algún candidato más afín al establishment. Al final y al cabo, la sociedad brasileña está acostumbrada a convivir con altos grados de corrupción política y empresarial. Mucho antes de la presidencia de Lula, las principales comisiones parlamentares eran las de ‘Ética’, y las páginas políticas de los diarios de Brasil tratan básicamente de estos asuntos, de políticos acusándose e investigándose por corrupción, y no de discusión de políticas de gobierno, como algo normal. De hecho, luego del impeachment a Collor, nada cambió en ese sentido. Es decir, en principio Lula sería parte de esto, o podría serlo. Por qué no?
Pero en ese instante, la elite brasileña mostró su verdadera cara. Aquélla que escondía al divulgar mediante la sonrisa de una mulata en ropa carnavalesca lo que es, o debe ser, Brasil para ella. Por eso es que cuando por la red o en diarios extranjeros se enojan con personas de otras nacionalidades que defienden a Lula, le espetan que Lula destruyó no a Brasil, sino a su Brasil. En ese Brasil, no hay lugar para alguien como Lula presidente. La elite brasileña dejó de guiarse por su inteligencia, como siempre, para cumplir sus metas, y mostró la ceguera del odio social. Así como la aristocracia francesa al caer Napoleón, hizo rey de Francia – y no de los franceses – a Luis XVIII, incluyendo en la sucesión al precozmente fallecido hijo del guillotinado Luis XVI – que nunca fue rey – como Luis XVII, y reemplazó la bandera tricolor por la blanca de los Borbones para apagar de la historia la Revolución Francesa, el objetivo de la elite brasileña pasó a ser destruir a Lula y la experiencia del PT. Lula lo resumió bien varias veces: los empresarios y los ricos nunca ganaron tanto cuanto bajo mi gobierno; pero nunca imaginé que darle un plato de comida a un pobre causase tanta indignación.
Los ataques a la sociedad brasileña fueron incesantes y feroces. La reversión de cualquier tipo de derechos laborales, incluso la gran mayoría que existen desde mucho antes que el gobierno Lula. Un decreto en el ámbito rural prácticamente recreó condiciones de trabajo esclavo, prohibiendo el movimiento libre de los trabajadores y creando la posibilidad de pago en especie y de servidumbre por endeudamiento. En otros ámbitos, ha anulado recursos contra la homofobia y procurado anular la legalidad de interrumpir una gravidez en caso de víctima de violación o cuando está comprobada la anencefalia del feto. Además, ha vendido prácticamente gratis a multinacionales extranjeras recursos naturales, sobre todo el petróleo. También anuló la farmacia popular creada por Lula para que los sectores de más bajos ingresos tuviesen acceso a medicación, y bajó todo tipo de gastos sociales (educación, igualdad racial, créditos inmobiliarios para los más pobres, etc.), además de haberlos congelados – junto a la inversión pública – constitucionalmente por 20 años. Uno de los puntos más conflictivos es la pretendida reforma del sistema de jubilación que pretende elevar la edad mínima para 65 años para hombres y 62 para las mujeres y exigir por lo menos 40 años de contribución para obtener la jubilación máxima.
El gran propulsor en los medios de la reforma jubilatoria es el actual presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, que expresó no entender cuál es el problema de aumentar tanto los años de contribución, aunque en algunos estados, regiones y periferias de grandes ciudades de Brasil mucha gente tiene una expectativa de vida tan baja que fallecerían antes de poder jubilarse con 40 años de contribución. Maia recientemente expresó que no se considera candidato presidencial porque no tiene ni 1% de intención de voto, aunque si llegara a tener 7%, “las cosas mejorarían mucho”. Llegando al 35% de intención de voto (aunque en algunas encuestas supera el 40% y llegó a bordear el 50%), Lula lidera todo tipo de encuesta electoral y supera a cualquier rival en una segunda vuelta. Pero a fines de 2015 casi la mitad del electorado decía que no lo votaría, y contaba en cerca del 20% a favor, mientras que Aécio Neves tenía más del 30%. Durante el proceso de impeachment a Dilma, la ubicación de Lula en las intenciones de voto mejoró, pero más que por haber aumentado, se debió a que fueron cayendo la de todos sus contrincantes – los que estaban detrás de la salida de la presidente. Hoy todos los candidatos de la oposición relacionados al gobierno Temer y al proceso judicial a Lula han desaparecido como candidatos, salvo Jair Bolsonaro con 17%, y su única esperanza son los efectos de una inhabilitación a Lula.
¿Cómo se explica este cambio radical?
Básicamente porque el comportamiento de la élite brasileña, y no sólo el gobierno Temer, sino también el poder judicial, los medios de comunicación, sectores empresariales, etc., ha modificado totalmente el sentido de la elección. No se trata ya más de una simple decisión de orientación política o económica; ni siquiera es una cuestión de sucesión de mandato presidencial. Se trata de decidir si en Brasil habrá igualdad ante la ley o no. Si habrá un régimen para unos pocos y otro para los muchos. En definitiva, si Brasil será o no como la Rebelión en la granja de George Orwell dónde “Todos son iguales, pero algunos son más iguales que otros”. Continuarán o no mandando los vestigios del Brasil colonial? Y lo que ha provocado esta percepción, es el proceso judicial contra Lula que impacta por dos cuestiones: 1) cómo ha sido llevado adelante y 2) la arbitrariedad en la selección del procesado.
Sobre la primera cuestión, en todo momento Lula ha sido claramente víctima de un absurdo manejo persecutorio por el Juez Moro. No sólo en cuanto a la acusación en sí, pero también en la búsqueda de desprestigiar a Lula. Por ejemplo, pinchó el teléfono de Lula y le pasó a la Globo una conversación de su esposa con uno de sus hijos en la cual se quejaba e insultaba a manifestantes en la puerta de su casa. La ley brasileña determina que si el contenido de una grabación no tiene relación con la acusación a la que se investiga, debe ser inmediatamente destruido. En cambio, fue pasado a la red Globo que, por su parte, divulgó el contenido, sin las palabras de su hijo diciéndole a su madre que no se ponga así, que tienen derecho a protestar. Esa vivienda de la familia de Lula es la misma que tiene desde antes de ser presidente, en San Bernardo, en la gran San Pablo, algo así como el conurbano de Bs. As. La acusación sobre Lula es que recibió un triplex en Guarujá, que sería como la Mar del Plata de la costa paulista, a cambio de entrega de favores.
Lo que la sociedad brasileña pregunta es cuál es la prueba. Cuando Moro convocó a Lula, las cámaras registraron el momento que el juez le presenta la evidencia de un declaración sin firma… Se dice que usó un testaferro, pero no se da el nombre. También se cita testigos que dicen que Lula y su esposa fueron a verlo porque estaban interesados en comprarlo, hecho que Lula no niega. Pero no lo compró. La gran base de la acusación es el testimonio de un arrepentido de la empresa constructora del departamento –que por eso tuvo su pena reducida, pero sólo luego de haber cambiado su declaración original que coincidía con la de Lula– lo que le permitió a Moro condenarlo a nueve años y medio de prisión. Esto es contrario a ley brasileña que dice que el testimonio de un arrepentido sólo puede servir como base de investigación y no de condena. Integrantes del poder judicial y político brasileño han llegado a manifestar varias veces en los medios que si bien no hay pruebas contra Lula hay indicios y sospechas. Esto a pesar que, de hecho, la propia justicia brasileña reconoce que el departamento pertenece a la Constructora OAS y no a Lula, dado que una Jueza de Brasilia lo aceptó como garantía de pago a acreedores de la empresa. Se acusa a Lula de ser el responsable de toda la corrupción destapada en la Petrobrás por haber nombrado a su director, Paulo Roberto Costa – cuando quién lo designó fue Fernando H. Cardoso (FHC), presidente anterior de Brasil. Bajo esta acusación, Lula sería ‘el jefe’ de una asociación ilícita que, según las investigaciones, sus miembros, directores de la petrolera, recibieron propinas millonarias – pero Lula sólo el departamento. A lo largo de este período, las imágenes en la sociedad de Moro y Lula se revertieron, cayendo fuertemente la del segundo y creciendo la de Lula. Según una encuesta de Ipsos de diciembre pasado la aprobación a Lula de la clase media AB se triplicó a 35% y la de personas con educación superior creció a 42%. Esto es significativo porque es el sector que más se entendía que rechazaba al PT y se identificaba con Moro.
Esta semana la sentencia de Moro fue confirmada y aumentada. Para Paulo Pinheiro, ministro de Derechos Humanos en la gestión de FHC, el poder judicial asumió el papel de asesor al golpe sobre Dilma Rousseff, ya que considera que fue una decisión extremamente politizada. La calificó como una farsa y no puede creer que ningún miembro del tribunal no haya encontrado algún defecto en la sentencia de Moro que ya la consideraba “un escándalo”. Además, afirma que no hay ninguna duda que la decisión busca tirar a Lula de las elecciones. Para Pinheiro es un caso que repercute en toda Europa, Estados Unidos y demás países, pero que constituye un pésimo precedente para el sistema judicial en toda América Latina. Por su parte el jurista británico Geoffrey Robertson criticó que los jueces se pasaron horas leyendo un escrito que demuestra que la decisión estaba tomada de antemano, sin escuchar argumento alguno. Considera que Moro actuó como juez de investigación y de sanción a Lula, demostrando un sistema jurídico que calificó medieval proveniente de la inquisición. Tanto Pinheiro como Robertson afirman que quedó claro que es imposible que Lula pueda ser juzgado imparcialmente en Brasil, por lo que su caso deberá ser aceptado en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. En esta Comisión, el representante de Lula es precisamente Robertson que ha definido casos referenciales en las Cortes Justicia y de Derechos Humanos Europeas, además del famoso Caso Pinochet arrestado en Inglaterra en 1998. En una entrevista de Jornalistas Livres que circula por Youtube, Robertson cuestiona cómo son definidos los jueces en Brasil, mencionado específicamente a Moro y su comportamiento mediático y cómo los jueces viven en un mundo autónomo como elevados beneficios económicos y regalías protegiéndose corporativamente. Dice haber quedado estupefacto que la Asociación de Jueces Brasilera saliera en defensa de Moro criticando a Lula por haber llevado su caso a la Naciones Unidas; y pregunta: Qué tipos de jueces cobardemente débiles objetarían a que un caso fuese llevado a las Naciones Unidas dado que es un derecho de Lula dentro de la Ley brasileña? De qué tienen miedo, que queden expuestas sus propias inadecuaciones? Y concluye que no deberían preocuparse porque el caso Lula ilustra las inadecuaciones de la ley brasileña.
Pero esta última conclusión de Robertson choca con la realidad de la segunda cuestión del caso Lula. Y si apareciera una prueba contra Lula; y si recibiera un trato imparcial? La elite hizo que estas preguntas pasaran a ser la cuestión menor. Cuando comenzaron las investigaciones sobre Lula, muchos aceptarían una prueba de que el departamento sería resultado de acto de corrupción. Lo que fue convenciendo a la sociedad la inocencia de Lula es la exhaustiva, y mediática, investigación a la que fue objeto que no arrojó prueba alguna contra él. Pero sí contra gran parte de sus acusadores. Las listas de involucrados en la ‘Operación Lava-Jato’ fueron señalando a quienes destituyeron a Dilma y acusaban a Lula de corrupto. Además, Joesley Batista, dueño de JBS, una de las principales vendedoras de carnes en el mundo, difundió una grabación combinando con Temer ya presidente la compra millonaria del silencio de Eduardo Cunha, hoy encarcelado por corrupción y uno de los grandes responsables del proceso de impeachment a Dilma. En otra de sus grabaciones Temer indica al diputado Rocha Loures como intermediario con la empresa y luego surgieron filmaciones donde recibía R$ 500 mil de la empresa. El expresidente FHC es sospechado de ser propietario de diversas propiedades de alto valor, inclusive un departamento en Nueva York y otro en el más lujoso barrio de París donde habitan la monarquía de Mónaco y millonarios Jefes árabes, tasado en 10 millones de euros; sobre el senador Aécio Neves pesa la acusación que construyó dos aeropuertos con dinero público fuera de las rutas comerciales pero no del narcotráfico, grabaciones pidiendo coimas y fue citado reiteradas veces en la Operación Lava-jato; al también senador José Serrá se le descubrieron cuentas en paraísos fiscales y es acusado de ser jefe de una asociación ilícita internacional por parte del Ministerio Público español. El mismo día de la ratificación de la condena a Lula, la Procuraduría de Brasil solicitó que se archive la investigación sobre si Serra recibió R$ 20 millones del grupo JBS. Todas están sueltos y no son considerados ‘corruptos’.
La lista sería interminable... esta información sintetiza pocos casos contenidos en la Carta Abierta al Poder Judicial brasileño de Francisco Costa, que circula por whatsapp, para lanzar la pregunta que todos hacen: por qué sólo Lula es investigado? Por qué es el único que representa la corrupción en el país? Por qué Moro en lugar de hacer con ellos, y muchos otros, lo mismo que hizo con Lula, aparece sistemáticamente en fotos en eventos sociales charlando amigablemente con ellos? En qué es diferente Lula para ellos?
Algunos pueden pensar porque es de ‘izquierda’. Pero no es el caso. Por ejemplo, FHC, quien la elite toma como contracara de Lula, ha estado mucho más cercano al pensamiento marxista. Adquirió reconocimiento académico por su tesis doctoral en base a un análisis marxista de la esclavitud en el sur brasileño y, con Enzo Faletto, es creador de la famosa Teoría de la Dependencia que claramente utiliza categorías marxistas. La principal universidad ‘heterodoxa’ de Brasil, la de Campinas, fue creada durante el gobierno militar. Y no son casos aislados. La elite ha sabido también convivir con ‘la izquierda’. Lula, en cambio, siempre ha manifestado que su programa era la ciudadanía de todos los brasileiros. Salud, educación, alimentación y una profesión. Si toda la cruzada moralista contra la corrupción que fue barriendo todos los altos escalones de la sociedad brasileña ahora se resume en condenar a Lula, mientras los demás, con fuertes evidencias en contra no son investigados, resulta claro en que constituye ‘el crimen’ de Lula: la audacia de un simple tornero mecánico, nordestino, sin educación superior ser legítimamente, bajo las reglas de la élite, Presidente. Y qué Presidente!: responsable por sacar de la pobreza y del hambre a millones y realizar una de las mayores integraciones sociales en la historia humana. Crear 18 nuevas universidades públicas y más escuelas que nunca antes, sacar 40 millones de personas del hambre, aumentar como nunca el salario mínimo; transformar el Nordeste del país, región históricamente despreciada y miserable; llevar la economía del país de la 13º al 6º puesto en el mundo, y, mientras convertía la deuda externa en interna, acumular US$ 450 mil millones en reservas internacionales, y al paso que transformaba al país de deudor a acreedor del FMI – mientras FHC tres veces tuvo que salir corriendo a solicitarle préstamos al organismo. Las referencias a FHC no son gratuitas. Es el conflicto que creó la elite: el tornero mecánico semi-analfabeto nordestino de nueve dedos superando al profesor de la Sobornne y miembro de la Academia Brasileira de Letras! Todo sin alterar en los más mínimos el normal funcionamiento de la sociedad brasileña, y en forma pacífica y ciudadana. Además, por primera vez colocó a Brasil en el centro de la política internacional y recibió innumerables premios en el mundo entero. De yapa, consiguió ser sede del Mundial y los Juegos Olímpicos… Entregó el gobierno con 80% de aprobación.
Si la repercusión a la confirmación de la sentencia a Lula no pareció grande en Brasil es, básicamente, porque nadie creía que sería diferente. Pero no porque el asunto se haya terminado. El sistema judicial ha perdido toda credibilidad, así como la elite brasileña. Pero en su sed de venganza, su ceguera social, la elite brasileña se ha auto desmascarado. La pretensión inicial del impeachment a Dilma, como siendo el resultado de un proceso legítimo y legal por medio instituciones que funcionaban a pleno, bajo un estado de derecho equivalente al de cualquier país moderno y mediante garantías constitucionales e igualdad ante la ley, se ha hecho pedazos. La sociedad brasileña en un espectacular comportamiento ha ido obligando a la elite a que se muestre tal cual es. O que elija cómo quiere ser. Sus herramientas han sido las constantes cadenas de whatsapp, tweets, Facebook, blogs, youtube, que incesantemente se difunden demostrando que no se dejaría engañar, pero manteniendo la normalidad de la vida cotidiana. Pero a diferencia de The Times, la reacción de los principales diarios conservadores de Brasil fue otra: el de Estado de San Pablo expresa que el comportamiento de los jueces que ratificaron la condena a Lula es un ejemplo a ser seguido y el de O Globo de Rio de Janeiro que la condena a Lula es victoria de la República porque refuerza el principio que todos son iguales ante la ley.
La elite quiere ir dando por encerrado el asunto, pero no lo está. Es cierto que la sociedad brasileña, de poca movilidad política en su historia, pareciera no sentirse triunfante. Pero lo viene siendo desde el impeachment a Dilma. Si esto hubiese seguido a la historia brasileña, habría terminado rápidamente y desapercibido – como sucedió con Collor. Pero la sociedad ha encorralado a la elite obligándola a que se muestre cómo es. Ahora, no sólo se sabe quiénes son los corruptos y quienes no lo son. También, gracias a Moro y su Operación Lava-Jato – en la cual el propio Moro terminó involucrado en las denuncias de corrupción que surgieron – ha convertido la lucha a la corrupción, que ella principalmente hace, en cuestión social y política, cuando antes era una anécdota de la realidad brasileira. El sistema judicial, que flotaba encima de la sociedad en medio de sus privilegios, se puso a sí mismo en el banco de acusados. Todos los políticos que efusivamente conmemoraron el impeachment a Dilma y tomaron el gobierno como restitución a sus legítimos propietarios, cautelosamente fueron llamándose a silencio. A la elite, ahora, ya sólo le queda la opción de la farsa. Piensa que si gana las elecciones de octubre, ya está. Como carta en la manga circuló hace tiempo, aunque recientemente se atenuó, la prospectiva de un golpe militar – quizás por eso la elite que inicialmente no aceptaba ni cambiar una coma del proyecto de reforma jubilatoria original, terminó aceptado excluir a los militares del mismo, a pesar de que constituyen un tercio de los empleados públicos.
Fantasías o no, la idea de un Golpe militar refleja que la elite sabe que la elección de 2018 se redujo a un simple episodio. La cuestión es cuál Brasil. Tiene claro que una solución militar, una encarcelación a Lula, o una elección sin él, implica lo mismo que una victoria de Lula: un Brasil diferente al que consideraba su Brasil. Debe ser por eso que Temer está con prisa en ‘entregar’ los recursos del país a cambio de quién sabe cuánto para quién. Actitud que trae ávidos compradores pero no respeto: Octavio de Barros, ex-economista-jefe del Banco Bradesco, acaba de expresar desde Davos que en esta, su sexta presencia consecutiva, en el Foro Económico Mundial nunca había visto Brasil ser tan irrelevante y desinteresante para la comunidad internacional, “inexiste para el mundo que decide". Según el Correio Braziliense, Temer y su ministro de Economía Meirelles iniciaron con media sala vacía su discurso que exclamaba que ‘Brasil había vuelto’ – lo que obligó por vergüenza a los organizadores tapar con biombos las sillas vacías… Lejos del Davos 2010 que le dio a Lula el primer premio Estadista Global.
Y ahora Lula volvió a ser noticia internacional y está transformándose en líder mundial contra los abusos del poder. Sólo alcanza con navegar por internet para comprobarlo. Fortalecido, además, porque la operación lava-jato expuso que no es corrupto, está demostrando ser un líder político espectacular y que es capaz de superar cualquier contratiempo (como la muerte de su esposa, sin dudas víctima del acoso de Moro); un símbolo para toda persona que añore un mundo más justo. Luego de la ratificación de la condena le anunció a la elite: “no tengo la preocupación que piensan que voy a tener. Porque no pueden encarcelar un sueño de libertad, las ideas, la esperanza. Lula es de carne y hueso, lo pueden encarcelar, pero las ideas ya están colocadas en la cabeza de la sociedad brasileña”. Mientras Moro hizo el ridículo autodefiniéndose un Elliot Ness, Lula dignificó su jerarquía comparándose con Nelson Mandela, ratificando su condición de representar el espíritu universal a caballo, como diría Hegel. Brasil puede dejar de enorgullecerse de O Rei, porque tiene a Lula. Y, me parece, la gran mayoría de mis compatriotas argentinos estarán de acuerdo que en esto no hay discusión.
Tenía razón The Times: no es inteligente matar una mariposa en la rueda.
Publicada en: https://www.cronista.com/columnistas/Cual-es-la-verdadera-cara-de-la-elite-brasilena-20180129-0054.html