La derecha busca construir un nuevo bloque histórico hegemónico. Por I. Rudnik
El PRO ganó las elecciones Primarias de agosto de 2017, casi con la misma cantidad de votos que había obtenido en las primarias de 2015. Aquél expresaba un buen resultado, aunque ajustado, que solo vaticinaba un final abierto. Este aparece como un triunfo importante.
¿Qué sucedió en estos últimos dos años?
El gobierno del PRO aplicó un programa de ajuste que perjudicó en mayor o menor medida a los sectores de menores recursos –sólo en los primeros cuatro meses se incrementó en un millón y medio el número de pobres- y benefició a las franjas de la población ubicadas en los deciles de más altos ingresos. Desde principios de 2016 hasta la semana previa a las PASO de este mes, se sucedieron movilizaciones que convocaron a centenares de miles de personas que en todo el país fueron expresando su rechazo a las consecuencias de las orientaciones económicas del oficialismo. Movimientos Sociales, Centrales Sindicales, Entidades representativas de las Empresas Pequeñas y Medianas, de las Economías Regionales, de los Jubilados, y otros; ocuparon una y otra vez las calles y las plazas. Reclamando por los aumentos de tarifas, por las subas de precios de los productos de las Canastas Básicas sin incrementos proporcionales en sus remuneraciones; denunciando el sostenimiento de impuestos que continúan gravando a los salarios y a los ingresos bajos y medianos, mientras exceptúan a la renta financiera, y le bajan las retenciones a las exportaciones mineras y sojeras. Miles de empresarios de las economías regionales fueron a Plaza de Mayo y a otras plazas provinciales, llevando sus productos que no pueden vender, evidenciando el ahogo creciente que los agobia, consecuencia del descenso constante del consumo interno, y de la competencia desigual con una apertura económica que, además, no deja de empujar despidos y suspensiones.
El gobierno también buscó -y lo sigue haciendo- los más diversos atajos para legitimar la incorporación de una mayor cuota represiva a sus acciones cotidianas. Desde el temprano anuncio del protocolo antipiquetes, hasta el ensayo para iniciar la relegitimación de los militares por la vía del 2×1, pasando por el cuestionamiento a las evidencias sobre si los 30.000 desaparecidos de la dictadura fueron realmente esa cantidad, todos los intentos chocaron con el repudio generalizado y las movilizaciones masivas.
Ya durante 2017, el curso de la campaña electoral no detuvo el proceso de movilizaciones, en las que participó con más o menos compromiso la mayor parte del amplio espectro de la oposición. Mientras esta coincidencia política se verificaba casi sin excepciones a la hora de las manifestaciones de los diversos sectores sociales, la configuración en el terreno electoral mantenía una lógica muy diferente. Aún participando, el kirchnerismo estuvo muy lejos de poder dirigir y hegemonizar la oposición política desde las luchas sociales. Luchas que fueron el principal obstáculo para la rápida implementación de las transformaciones estructurales que requiere la restauración neoliberal. Sin embargo, el gobierno lo puso en el centro de la escena como principal contrincante en su disputa por ganar las legislativas de este año. Claramente eligió el adversario más débil, en cuanto a su capacidad de articular una alternativa político electoral capaz de expresar la amplia coincidencia en el rechazo a las orientaciones económicas y sociales del oficialismo.
El escenario regional y las debilidades del kirchnerismo
Desde las revoluciones de la primera independencia -producidas en Sudamérica a lo largo del siglo XIX- a la fecha, los procesos nacionales nunca escaparon a tendencias regionales que siempre los sobredeterminan. Por eso sorprende que los múltiples análisis que se conocen por estos días sobre el resultado de estas elecciones, no incorporen ese dato sustancial.
Intentar entender lo que está sucediendo en la Argentina en los múltiples espacios en los que se está disputando la conducción política futura del país, sin tener en cuenta el marco regional, es como querer interpretar el consenso mayoritario que alcanzaron entre nuestra población la ideas neoliberales en la primera parte de la década del noventa, sin considerar la influencia ideológica global que tuvo la caída del muro de Berlín a fines de los 80; o las políticas progresistas de los Kirchner, aisladas de la ola de la victorias electorales de las fuerzas políticas anti neoliberales en América Latina, que sin pausas, se sucedieron por una década, desde el triunfo de la Revolución Bolivariana en Venezuela en 1999.
Macri ganó las elecciones de 2015 dentro de una etapa de retrocesos de los gobiernos progresistas de la región, signados por derrotas electorales (como las presidenciales de Argentina y las legislativas en Venezuela), y golpes de estado en Paraguay en 2012 y Brasil en 2016, que ya no despertaron una reacción popular con la fuerza necesaria para defender exitosamente los procesos en curso (como había sido en Venezuela en 2002, en Bolivia en 2008, y en Ecuador en 2010). Asistimos a un momento de reflujo en América Latina, al decir de García Linera.
Los inicios de las dificultades de estos gobiernos, en general están asociados al final del período de altos precios de los comodities que constituyeron y constituyen el grueso de los ingresos externos de nuestros países. El crecimiento de principios de siglo se fue lentificando hasta paralizarse, corriendo el velo de los límites y alcances de la distribución de la riqueza realmente lograda, de la mayor o menor fortaleza de los bloques -alianzas de clases- que gobernaron durante estos años, y de la estabilidad del consenso político y cultural que alcanzaron las ideas posneoliberales. En la Argentina en el primer lustro, hasta 2007/2008, la pobreza no dejó de reducirse, mientras aumentaba sin pausa la creación de empleo. En 2003 la pobreza se extendía a más de un 60% de la población, en 2008 había bajado a menos de un 30%. Entre otros datos llamativos, desde ese período, el crecimiento de empleo privado de la industria se estancó, subiendo año a año el incremento proporcional del empleo público. Las ganancias de los bancos retoman un ciclo “virtuoso” de multiplicación de sus ganancias muy por encima de lo que va sucediendo en el conjunto de la economía. Los grandes negocios empresarios vuelven a estar casi exclusivamente ligados al estado, con la secuela del crecimiento de activas redes de corrupción que florecen en el terreno fértil abonado por funcionarios inescrupulosos. Las empresas mineras conservan los privilegios otorgados por el menemismo, y a las petroleras -aunque después fue estatizada YPF- se les prolongan las concesiones de explotación en las leoninas condiciones que habían obtenido durante los noventa.
Final de juego
Cuando Cristina dejó el gobierno en 2015, el porcentaje de pobres era similar a 2007/2008. El modelo que gobernó la Argentina durante doce años fracasó en su objetivo de reducir la pobreza en proporción a los ingresos que llegaron al país, principalmente desde 2004/2005 en adelante. La cristalización de esta situación aceleró, en complicidad con las policías y el poder judicial, la instalación del narcotráfico al interior de los bolsones de pobreza que abarcan a millones de argentinos, y precipitó la consolidación del clientelismo en un sistema político, que se despegó de las necesidades reales de un tercio de la población.
El relato kirchnerista de los últimos años giró en el aire, intentando disfrazar mediante estadísticas sistemáticamente manipuladas la realidad económico social, buscando ocultar cada vez con menos éxito la corruptela generalizada que cruzaba toda su administración, alegando que eran inventos de los medios opositores.
La estrategia electoral del macrismo: la grieta
El macrismo, en un contexto de gran descontento con las políticas implementadas durante el año y medio que lleva en el gobierno, reinstaló la grieta inaugurada por el kirchnerismo, como principal herramienta de su estrategia electoral, agitando el peligro del posible regreso de Cristina. Con un discurso anti latinoamericano centrado en la constante visibilización de lo que sucede en Venezuela: “si hubieran ganado en 2015, hoy estaríamos como en Venezuela”, poniendo acento en la supuesta transparencia de los datos de la economía y la sociedad, “ahora se sabe la pobreza que realmente existe”, desplegando una amplia campaña mediática “anticorrupción” (aunque los propios grupos de la familia Macri fueron activos beneficiarios del capitalismo de amigos del kirchnerismo), y haciendo gala de un compromiso en la lucha contra el narcotráfico que no es tal, logró sostener los votos conseguidos hace dos años. Ahora también ubicados en una distribución que le permitió ganar en algunas provincias impensadas, ayudado por la adhesión en zonas muy beneficiadas por las medidas a favor del campo. Pero sobre todo, pudo equilibrar la potencia del kirchenrismo-PJ en un bastión en que éste parecía imbatible.
Con la candidatura de Cristina en la Provincia de Buenos Aires el gobierno logró dos objetivos fundamentales para obtener el resultado que tuvo. El primero es ir contra un adversario débil en su credibilidad para que le disputen en sus flancos más débiles. Cristina pareció consciente de esta dificultad, eludió los debates directos y las entrevistas mediáticas, y ordenó que sus principales candidatos hagan lo mismo.
En el último tramo de la campaña la Gobernadora Vidal, que es excelente polemista, encontró en un periodista kirchnerista el contrincante ideal. Este le hizo las preguntas justas que le permitió lucirse con respuestas correctas en lo que hizo y no hizo el gobierno anterior, y totalmente falsas -igualmente falaces que las que sostenía el kirchnerismo- respecto a lo que hace y no hace, tanto su administración provincial como el gobierno nacional. Si analizamos de cerca los temas abordados es sorprendente, como, con argumentos totalmente falsos, pudo articular un discurso coherente. De la misma manera que el kirchnerismo administró el éxito de su relato, asentado mucho más en el desastre neoliberal que en los éxitos propios, Vidal fundamenta la solidez del suyo, mucho más en las nefastas consecuencias de la gobernación de Daniel Scioli que en resultados positivos actuales, porque no puede mostrar casi ninguno.
Obviamente transcurridos sólo 18 meses de su gestión, su credibilidad es superior a la de un justicialismo que gobernó la Provincia de Buenos Aires 18 años y la dejó destruida. El segundo logro que el tándem Macri/Vidal se garantizó con la candidatura de Cristina, es que la oposición iría irremediablemente fragmentada, principalmente por decisión de ella de no hacer alianzas, aún con sectores con los que tiene afinidad. En este sentido es emblemático su rechazo a ir a la interna con Florencio Randazzo, que sacó casi un 6% de los votos emitidos. Si consideramos que la Unidad Ciudadana empató con el PRO en 34% cada uno, solo hace falta sumar para saber que hoy estaríamos hablando de otro resultado para el gobierno de Macri, tanto en la Provincia como en la Nación.
Mayorías, minorías y las representaciones electorales
El desarrollo de los posicionamientos y las correlaciones de fuerza en el terreno político electoral, no es en todo momento reflejo fiel y directo de los estados de ánimo y aspiraciones de los diversos sectores de la sociedad, a la hora de evaluar las representaciones construidas desde los sectores populares. Si bien el resultado de las PASO expresa que hay una mayoría, constituida por un amplio y heterogéneo espectro, que no está de acuerdo con las políticas gubernamentales, lo cierto es que al no encontrar una representación confiable que sintetice las ambiciones y aspiraciones de todos ellos, el gobierno puede mostrarse ganador con un 37% de los votos.
Las representaciones políticas mayoritarias son siempre articulaciones de diversos sectores, que tomados individualmente no necesariamente tienen exactamente los mismos intereses, y aún pueden ser contradictorios entre sí, aunque coincidan en referenciarse en la misma propuesta político electoral. Porque en un momento particular son capaces de construir coincidencias que se canalizan en expresiones en las que todos ellos se sienten representados. Coincidencias conformadas por adhesiones con distintos niveles de entusiasmo, y con mayor o menor incondicionalidad/condicionalidad, pero también por rechazos y/o miedos a otras expresiones que están disputando. Los unen coincidencias tanto positivas como negativas. Probablemente influyan en la durabilidad de la condición mayoritaria de estas representaciones, tanto la concreción de las aspiraciones positivas, como la mayor o menor proporción en que éstas confluyen con los miedos y rechazos a las otras propuestas en disputa.
Las expresiones políticas que conformaron los gobiernos populares y progresistas de los primeros años de este siglo, fueron consecuencia del largo proceso de luchas populares, y de la larga cadena de fracasos de las recetas neoliberales, que abarcaron toda la década del noventa. Algunas se construyeron directamente al calor de la resistencia social, como el PT de Brasil o el MAS de Bolivia, otras en una combinación de desarrollo político ligada a la resistencia, como el FA en Uruguay. Y en otros países surgieron fuerzas políticas que ocuparon los espacios vacíos que dejaron las implosiones de las representaciones existentes, como el kirchnerismo en Argentina o la Alianza País en Ecuador. Pero todos estuvieron unidos por el hilo conductor del rechazo al neoliberalismo, y todas fueron refrendadas por sucesivos triunfos electorales, que durante más de una década legitimaron su condición de mayorías.
Esta legitimación entró en crisis y perdió su condición de confiabilidad mayoritaria durante los últimos años, en por lo menos tres de los países más importantes: Venezuela, Brasil y Argentina, irradiando visiones negativas sobre los procesos que se desarrollan allí, sobre toda la población de la región. Como analizamos aquí y en otras notas, las causas van mucho más allá de errores de comunicación de parte de las fuerzas progresistas, y/o de aciertos de la derecha en el mismo terreno.
La disputa por construir un nuevo bloque histórico hegemónico
Los errores y aciertos en la comunicación y en las tácticas electorales seguramente existen e influyen, pero tanto sus consecuencias, como el de los sectarismos que se petrifican y se convierten en piedras para los caminos propios, se consolidan y amplifican a medida que la pérdida de legitimidad avanza entre sectores de la sociedad que hasta no hace mucho constituían apoyos fundamentales.
En la región se mantienen gobiernos progresistas y populares como los de Uruguay, Bolivia y Ecuador. En Venezuela todo indica que Nicolás Maduro perdió su legitimidad mayoritaria y se mantiene en el gobierno anulando los mecanismos establecidos por la constitución bolivariana sancionada durante la presidencia de Hugo Chávez, confrontando con una derecha que tampoco es democrática.
En ese contexto la derecha apoyada en los aliados que nunca la abandonaron -las oligarquías locales, el poder financiero y económico de las multinacionales y los gobiernos de las potencias capitalistas centrales-, busca agregar a ese núcleo duro de coincidencias estratégicas, a sectores del campo popular, incorporando a porciones de las burocracias sindicales, de expresiones de las clases medias, y de fuerzas y dirigentes políticos que en los años recientes fueron parte de los gobiernos progresistas, con el fin de constituir un nuevo bloque histórico que establezca una hegemonía estable por muchos años. En pos de este objetivo, que el menemismo concretó durante los primeros años de su primer mandato y le permitió gobernar con un amplio apoyo durante casi una década, el macrismo ha dado algunos primeros pasos, pero por ahora es un horizonte al que aún no arribó.
El ritmo y los tiempos de la resistencia y las luchas contra las regresiones neoliberales es uno los elementos que irán influyendo para que el fiel de la balanza se ha incline definitivamente en una u otra dirección. En la Argentina, la derecha repiquetea con una propaganda centrada en los fracasos de los gobiernos progresistas, haciendo eje en la persistencia de la pobreza, en la corrupción de la dirigencia kirchnerista, y en las dificultades y los métodos antidemocráticos de Nicolás Maduro para sostener la gobernabilidad en Venezuela. Desde el campo popular, contamos con la tozuda continuidad de la resistencia de los sectores populares que todos los días ocupan calles y plazas, visibilizando injusticias y reclamos. Es claro que esta es una condición indispensable pero que está lejos de ser suficiente. Como en los noventa es la plataforma principal, desde la que deberemos establecer las coincidencias indispensables de la mayor parte de la oposición política y social para reconstruir nuevas alternativas populares mayoritarias.
Isaac Rudnik
Director del ISEPCI