Derrota que alecciona

Derrota de la Concertación que nos alecciona.

Acaba de ganar Sebastián Piñera las elecciones en Chile, algo nada inesperado por cierto luego del aplastante triunfo en primera vuelta, pero que produce una justificada preocupación en los espacios populares y progresistas de nuestro país.

El razonamiento más extendido de esas preocupaciones se asienta en un posible cambio de escenario en la región ante el desplazamiento de Chile hacia la derecha, lo que implicaría un nuevo eje conformado junto a Colombia y Perú más cercano a los EEUU.

Indudablemente este es un factor a tener en cuenta en el devenir de la política internacional latinoamericana, pero también es bueno matizar el mismo con el reconocimiento de que, en realidad, ha sido el avance de los gobiernos populares de la región lo que llevó a la Concertación de Chile a acercarse a los mismos para no quedar aislados, más que una política propia orientada en esa dirección. Vale de ejemplo los elogios hacia el modelo chileno por parte Bush cuando gobernaba el “socialista” Lagos y más recientemente las palabras de Uribe diciendo que “hay que aprender de Chile”, en oportunidad de suscribir un tratado de libre comercio con su colega socialista Michel Bachelet.

Sin embargo yo creo que el aspecto más interesante para reflexionar sobre Chile es precisamente su política interna, la gestión de la Concertación y su relación con el resultado electoral, algo que interesadamente algunos buscan escindir y otros minimizan, porque se resignaron a aceptar las inequidades del modelo chileno y lo bancan o bancaban porque era exitoso. Así vimos a muchos progres elogiarlo, a Kirchner que en su momento lo propuso como modelo de sistema político para la Argentina, su Jefe de Gabinete Alberto Fernández teorizaba sobre sus bondades, todos sin ninguna preocupación por la coincidencia que mostraban con varios personajes de la derecha que sabían ciertamente que ese modelo tenía más que ver con ellos y sus intereses. De los claroscuros solo tomaban los claros: crecimiento del PBI, reducción de la pobreza y la indigencia; y negaban o justificaban el lado oscuro: sistema político restringido heredado del pinochetismo, avance en las desigualdades, el sistema tributario más regresivo del continente, impunidad para los crímenes, etc., etc.

Esta comodidad del pensamiento progresista entró en crisis, y creo que en lugar de entrar en un proceso de llantos es más productivo empezar a indagar sobre algunos aspectos del país hermano que se emparentan con nuestra realidad argentina. Tal el caso de la conducta de aquellos sectores que mejoraron su situación económica gracias a las políticas de la Concertación y que hoy le dan la espalda a la misma y se orientan a otras opciones; digo otras porque en la primera vuelta emergieron alternativas al bipartidismo, esencialmente el fenómeno expresado por Marco Enriquez Ominami. Algo similar podemos apreciar en las clases medias argentinas respecto al gobierno actual, salvando las diferencias entre el consenso que tiene hoy Bachelet y CFK; sin dejar de observar que en esto incide también el dato que Bachelet al igual que Lula no tienen posibilidades legales de ser reelegidos.
Decía que es importante empezar a reflexionar sobre esas conductas de las clases medias desde una visión que contemple la importancia de no arrojarlas en manos de las clases dominantes, revisando críticamente los actos y conductas que las alejaron.

Es evidente que gestionar y ofrendar crecimiento económico para esos sectores no es condición suficiente para ganar su apoyo, pues como dice el precepto bíblico no solo de pan vive el hombre; de allí que a mi entender el fomentar el protagonismo con ejes claros y confrontados de este sector con los grupos concentrados es uno de los caminos a seguir. Alguna vez en ocasión de la derrota del gobierno de Chávez en el plebiscito, uno de los funcionarios que habitualmente traducen el pensamiento de NK me dijo que eso le pasaba por vivir jugando a la democracia. Por cierto que aquella derrota del chavismo tenías sus propios errores, entre ellos el que emerge de la realidad de que cuando no está en juego la figura de Chávez vastos sectores le dan la espalda a la participación porque no confían en otros dirigentes u organización. Pero lo que no es nada errado es la práctica de instalar constantemente en la sociedad el debate, la confrontación de ideas preparando el terreno para las futuras transformaciones.

Indudablemente en el caso de Chile un gobierno que se identifica como socialista pero mantiene y profundiza el modelo económico de Pinochet, que encapsula participación de la sociedad e inclusive la de la misma organización gobernante, que se alía con los EEUU, no puede luego sorprenderse si los sectores que se beneficiaron con su gestión busquen salidas por derecha.

No estoy con esto haciendo la defensa de los sectores medios. En mi experiencia reciente como dirigente social me tocó escuchar más de una vez “piquete y cacerola la lucha es una sola” y a los pocos años “hay que reprimir a todos los que cortan las calles”, pero eso no puede justificar la miopía de no valorar la importancia para todo proyecto de cambio el integrar a los mismos.
En síntesis el resultado negativo del domingo pasado en Chile tiene que invitarnos a reflexionar sobre estos fenómenos, pues como dijo hace poco algún dirigente, no alcanza con recitar frases de Arturo Jaurechte.

Reflexión que no debe encararse desde el derrotismo que a menudo cae en la tentación de echarle la culpa a la sociedad de los errores de sus dirigentes. Con realismo y optimismo hay que seguir ese 27 % de la sociedad que se expresó a favor de Marco Enriquez Ominami y Jorge Arrate para ver si los límites insalvables de la Concertación encuentran un cauce superador. A mi entender esta situación algún lazo guarda con el digno papel que hicimos el 28 de junio los sectores populares y progresistas en Capital Federal y Provincia de Buenos Aires. Se avecinan tiempos difíciles en la región, desafíos pero no suicidios.

Jorge Ceballos
 

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