Patrimonio histórico

 

Los eternos jóvenes del ‘70

Febrero 6, 2010

La revolución del ’52 le entregó a Bolivia una valiosa expresión intelectual. Almaraz, Zavaleta, Quiroga Santa Cruz, pese a que dos se formaron en círculos externos a la ideología predominante, nos dieron una extraordinaria visión de ese proceso con sus desventuras, pero también y más importante, con sus grandes avances. Su participación política no se restringió a la producción intelectual, sino que fueron actores de primera línea en las luchas populares de ese tiempo. No mencionamos a los ideólogos de aquella revolución, pues fueron anteriores a ésta. Tampoco a esa camada actora y relatora, que reflejaron las inquietudes de entonces.

Este es el antecedente para entender que, aquella generación, partícipe del impulso inicial del proceso, iba a entregar la posta a una nueva y altamente prometedora columna de pensadores y luchadores. Estos ya conocían los aportes innegables y los retrocesos imperdonables de aquellas jornadas. Estaban conscientes del papel que les tocaba jugar en el escenario que se armaba, después del prematuro agotamiento de la revolución, que fue entregada a las transnacionales, en aras de un entendimiento con el imperio.

Los tiempos eran agitados y la impaciencia revolucionaria no se había revestido de la paciencia necesaria para esperar el momento adecuado. Es que el comandante Che Guevara llegó a estas tierras, proclamando que la liberación nacional y la construcción del socialismo eran una tarea inmediata, pues había llegado la hora de los hornos y no iba a verse más que la luz. No era vana proclama de observador externo, sino de hombre comprometido que llevó su consecuencia hasta dejar sus restos en esta tierra.

Así, los jóvenes del ’70, fueron a encontrar la luz en la intrincada geografía donde la fiebre del oro obnubila la visión de los hambrientos y el ensordecedor ruido de las motosierras insensibiliza al jornalero automatizado. Escaparon de la ciudad, donde habían roto con la plática que, paradójicamente, los había preparado para la lucha. Dejaron la universidad, que los había elegido como sus mejores representantes. Pero, en aquella celosa región a la que llegaron, no encontraron la luz, sino la oscuridad.

Esa heroica gesta, que quiso continuar la hazaña libertaria del Comandante Che Guevara, se conoció como la Guerrilla de Teoponte. Comenzó a organizarse desde el momento en que Inti lanzó su proclama “Volveremos a las montañas”. Convocó a mujeres y hombres de Bolivia y de toda América, proponiendo seguir el ejemplo que los llevaría al escalón más alto del ser humano: el revolucionario.

En la segunda quincena de 1970, aprovechando un plan de alfabetización que les permitía llegar hasta la zona de operaciones sin despertar sospechas, iniciaron las acciones. Habían dejado una declaración que anunciaba: “Volvimos a las montañas”. El primer episodio, cuidadosamente planificado, atacó un centro de explotación transnacional que empobrecía aún más a los famélicos buscadores de oro. Logró un impacto internacional, al canjear dos técnicos extranjeros por diez presos políticos que, el régimen militar, se vio obligado a transar. Estableció un principio revolucionario: no se toma rehenes para pedir rescate, pues eso es delincuencia.

Pero no estaban preparados. Además, los mandos militares enseñados por la dura experiencia de Ñancahuazú (1967), cercaron al contingente, trabaron pocos combates y los dejaron deambular hasta que el cansancio y el hambre los diezmó. La brutal consigna de no tomar prisioneros, iba acumulando episodios espeluznantes de asesinatos. Quedaron con tanta culpa, los autores de esos crímenes que, años después, rogaban entrevistarse con camaradas o familiares de sus víctimas, para confesar que sólo cumplieron órdenes, por lo que eran culpables sus mandos. A su vez, éstos se cuidaban de difundir la versión de que, los criminales, actuaron por su cuenta vulnerando la ética militar. Pero no es en ellos que vamos a centrar la atención.

Parte importante de la columna que entró a Teoponte, estaba formada por dirigentes universitarios. Su partida, de hecho, dejó inactiva la dirección del movimiento estudiantil. Sus mejores hombres empuñaron el fusil y fueron a combatir. Lo hicieron también obreros y campesinos, artistas como Benjo Cruz y religiosos devotos, brillantes profesionales chilenos y hombres de otras procedencias, incluso un estadounidense.

Allí murieron como resultado de su inexperiencia, de la improvisación, del aislamiento y, por supuesto, de los fríos planes de aniquilamiento en los que se habían preparado los oficiales asignados a este episodio. Esos combatientes aniquilados por el hambre o por la ejecución criminal, trascendieron la acción armada. Dejaron un patrimonio de visiones y voluntades que capturó la conciencia de obreros y campesinos, de intelectuales y profesionales, hasta de los mismos militares. Es que éstos, dos veces golpeados por la evidencia de que mataban, tanto en Ñancahuazú como en Teoponte, a una juventud que luchaba por la liberación nacional, no pudieron sostener por más tiempo la falsa estrategia de identificar al pueblo como el enemigo.

Los guerrilleros nos dejaron el patrimonio de su primera, extraordinaria y múltiple enseñanza. El diario de Francisco, en coloquio con su pueblo y con su dios, a través de su compañera, se desespera por explicar su realización como persona, mediante la entrega de su vida en aras de la justicia y la libertad. De una y otra manera, varios combatientes de aquella gesta escribieron y dejaron su mensaje de amor a la vida, de consecuencia combativa y de coherencia libertaria.

La historia oficial quiso enterrarlos definitivamente. No pudo hacerlo de ninguna forma. La Central Obrera Boliviana reivindicando los métodos de lucha de la guerrilla. Los campesinos rompiendo alianza con la cúpula militar y proclamando la lucha por recuperar su soberanía.

Y ahora, cuando en Bolivia se abre la esperanza de una nueva sociedad, de aquella sociedad por la que ellos lucharon, como tantos obreros, miles de campesinos, hombres y mujeres de esta patria, nos reencontramos con ellos. Estamos recuperando sus restos. Debemos recuperar su historia, la historia de su recorrido azaroso pero heroico en aquella geografía inhóspita. Uno por uno, los combatientes de Teoponte, latinoamericanos todos ellos, son un patrimonio histórico de la humanidad. Tenemos que lograr recuperarlos por completo.

Hoy recuperamos sus cuerpos. Mañana deben ser su ejemplo y su intensa vida. Porque, después en este tiempo, no se ha de ver más que la luz.
 

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