Kirchneristas progresistas... y de los otros. Por P. Stefanoni
Y sumarse a él significó una transacción, como siempre ocurre en la política real. En este caso, para impulsar una idea más incluyente de la política y la economía –demos eso por hecho–, habría sido necesario aceptar la opacidad del kirchnerismo en materia de corrupción. Aníbal es el signo de eso. Desde el patrimonio de Cristina, sus vínculos con Lázaro Báez, hasta toda una base política –y de financiamiento– atravesada por el delito (y ahí entra el tema de la efedrina y la campaña “Cristina 2007”). Esa transacción política y moral –“si no aceptamos esto, en nombre del realismo, vendrá la derecha”– está en el núcleo de esa constelación llamada kirchnerismo. Y ahí está, probablemente, una de sus debilidades ideológicas más profundas. Porque al final vino la derecha, y lo que quedó como herencia combina discursos de justicia social con un Estado atravesado por todo tipo de cloacas de la democracia.
Daniel Scioli significaba una negociación con esos grupos desde el peronismo clásico. El macrismo promete acabar con ellos, pero, como se vio en la Provincia, no tiene el personal para dar batalla e intentó esta especie de pacto con el viejo sistema (Casal, Granados) que –en palabras de Margarita Stolbizer, combinó ingenuidad y continuismo– terminó estallando como una bomba. Además, el macrismo plantea otro problema: el de la potencial carencia de autonomía del Estado respecto del mundo empresarial, como se ve con la Ley de Medios.
El kirchnerismo terminó combinando honestos y sofisticados intelectuales como Horacio González, y el espacio de Carta Abierta, con los fondos más bajos de la política. Cuando Patricia Bullrich se vestía con campera de jean y era peronista de izquierda, solía responder a la izquierda no peronista diciendo, más o menos: “Ustedes no entienden el peronismo; el peronismo es un movimiento que incluye a los buenos y los malos”. Y el kirchnerismo reactualizó eso, después de que el menemismo hubiera dejado fuera a los “buenos”.
El problema de presentar el clivaje como república (a secas) frente a país mafioso es que una oposición tampoco muy republicana pudo apropiarse de ese significante y ganar las elecciones. Pero eso no quita que desde el espacio progresista deba buscarse una especie de equilibrio entre las necesidades de la realpolitik y las de una reforma “intelectual y moral” –como reclamaba Gramsci– de la política argentina. Esto es importante, no tanto para evaluar el kirchnerismo como historia sino en el momento de construir una oposición progresista al actual gobierno de centroderecha.
Pablo Stefanoni
Jefe de redacción de Nueva Sociedad
Publicado en: http://www.perfil.com/mobile/?nota=%2Fcontenidos%2F2016%2F01%2F10%2Fnoticia_0014.html