La balada del dólar

UN MODELO EN CRISIS

La balada del dólar

La devaluación de enero pasado puso en jaque al ya desestabilizado modelo económico del kirchnerismo. Causas estructurales y coyunturales –con el modelo industrial en el centro– explican la situación actual. 

 

l kirchnerismo nunca anunció un plan económico. Desde 2003, las periódicas presentaciones a la prensa de listados de medidas, tan comunes hasta entonces, simplemente desaparecieron. Los sucesos disparados el pasado enero, cuya centralidad fue una fuerte devaluación oficial de la moneda, pero no solamente, no fueron la excepción. Por ello, la primera reacción de muchos economistas fue de azoramiento. La impresión inmediata fue que el gobierno había perdido el control de las variables macroeconómicas. Sucedió lo que la misma Presidenta prometió que jamás sucedería. Pocos meses antes, Cristina Fernández había afirmado que quienes ansiaban una devaluación deberían esperar un próximo gobierno, nunca el suyo.


El Modelo y sus bálsamos


La devaluación, además, dio por tierra con el dogma sostenido hasta el hartazgo por ejércitos de militantes: que la revaluación de la moneda provocada por la diferencia de velocidad entre la inflación y la cotización del dólar era buena para los trabajadores. El dogma era esencialmente correcto: un dólar relativamente sobrevaluado aumenta el ingreso de los trabajadores en dólares y, con ello, impulsa la demanda agregada. Como se sabe, para la economía heterodoxa no hay nada mejor que una demanda sostenida, que siempre representa un impulso para todas las variables del desarrollo. Precisamente, la conciencia y práctica de que el crecimiento es conducido por la demanda fue la clave central del “modelo económico” kirchnerista; el único factor unificador a lo largo de más de diez años de gestión. Así, hubo tipo de cambio alto y tipo de cambio más bajo, súper-superávits gemelos y también cuasi déficit, pero siempre, hasta ahora y con alguna excepción momentánea en 2012, la centralidad del modelo fue el impulso de la demanda con un aditamento de grado, el sesgo en favor del consumo.

Adicionalmente, permitir que la moneda “se sobrevalúe un poquito” funcionó como un doble bálsamo: ayudó a la “no neutralidad” del gobierno –es decir, a mejorar los salarios manteniendo a raya el conflicto social– y contribuyó lateralmente a controlar la inflación, dado el componente importado de muchos precios. El círculo resultó virtuoso y la tentación de quedarse en él, grande. Pero la realidad es dinámica: el nivel del tipo de cambio no siempre puede fijarse a voluntad ni mantenerse indefinidamente en los niveles deseados.


Administrar la restricción


Una explicación bastante aceptable sobre la determinación del precio del dólar, ya formulada por los economistas clásicos, sostiene que los tipos de cambio son un reflejo de las productividades relativas de las economías. Pero aunque las productividades están en el fondo de la cuestión, también pesa un factor más simple: la abundancia o escasez relativa de divisas. Por ejemplo, si un país tiene una economía de productividad media, pero es un gran exportador de bienes de base primaria, tendrá como contrapartida un considerable ingreso de divisas. Si, a la vez, sus importaciones son bastante menores a sus exportaciones, es decir, si tiene un importante superávit comercial, entonces tendrá una abundancia relativa de dólares que, como en el caso de cualquier bien, presionarán a la baja su precio. Cuando esto sucede, los bancos centrales pueden optar por comprar las divisas excedentes en el mercado para evitar la revaluación de la moneda local y a la vez acumular reservas internacionales, lo que, de paso, suma fortaleza para enfrentar futuras turbulencias o corridas que intenten forzar las cotizaciones.

El lector ya se habrá dado cuenta de que la descripción se parece bastante a los primeros años del kirchnerismo. A los fines expositivos se habló aquí solamente del balance comercial, pero lo que en realidad importa es el conjunto del balance de pagos. El balance comercial se integra en la cuenta corriente y balancea con la cuenta capital, con lo que se abarcan no sólo los flujos de bienes y servicios, sino también sus contrapartidas de capital y financieras. Aunque este conjunto de factores puede resultar tedioso para quienes no siguen el día a día de la economía, vale la pena detenerse en ellos, pues resultan claves para comprender tanto los ciclos económicos locales como, en particular, el panorama del presente.

La estructura productiva local se caracteriza por tener un sector con saldo externo positivo en divisas, el complejo agropecuario, y otro deficitario en dólares, la industria considerada en su conjunto. Así, luego de ciclos de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) más o menos largos, el excedente de divisas generado por el agro se vuelve insuficiente para financiar las importaciones de insumos y bienes de capital para la industria, situación que da lugar a la restricción externa, es decir, a la escasez relativa de dólares que origina las presiones devaluatorias. Otra vez, la argumentación es esquemática, pues existen otros factores que pueden agravar o aliviar la restricción, como el turismo –que no es otra cosa que comercio exterior de servicios–, el déficit energético, el ingreso y la salida de capitales, sea por remisión de utilidades, inversión extranjera o movimientos financieros.

La primera conclusión, entonces, es que si se quiere influir en los ciclos económicos a partir de largos procesos de crecimiento, se vuelve necesaria una delicada administración de la restricción externa. Ello puede hacerse con medidas de largo y de corto plazo. En el largo plazo, ya no disponible para la actual administración, el camino lógico es la sustitución de importaciones. Aquí el kirchnerismo acumula algunos déficits. El más importante, a pesar de la tardía recuperación de YPF, fue la demora en resolver el problema energético. Le siguen la falta de integración de piezas locales en el sector automotor y la indiscriminada importación de electrónicos vía las ensambladoras fueguinas. En el corto plazo, en tanto, las opciones son más variadas e involucran al resto de los componentes del balance de pagos. Incluyen todo lo imaginable para desincentivar la salida de capitales e incentivar su ingreso: desde promover la demanda de pesos y la entrada de dólares vía tasas de interés, el endeudamiento externo, el refinanciamiento de vencimientos de deuda o la promoción de la inversión extranjera.


Verano porteño


Llegado este punto ya están presentes todos los elementos que permiten explicar los sucesos del pasado enero. Después del largo ciclo de crecimiento iniciado en 2003, la cuenta corriente comenzó a mostrar señales de alarma en los términos de la citada restricción externa. En 2011, por ejemplo, ya no resultaba tan fácil acumular reservas internacionales con el superávit comercial. En efecto, desde entonces al presente, se redujeron prácticamente a la mitad, a lo que se sumaron las consecuencias del desendeudamiento: los fuertes pagos de vencimientos de capital de la deuda pública recurriendo a las reservas. Como además el precio del dólar había crecido más despacio que la inflación y, un dato muy importante, las tasas de interés para quedarse en pesos eran negativas, se aceleró el paso de los excedentes financieros de personas y empresas a divisas. Frente a estas primeras señales, el gobierno recurrió a las restricciones de acceso al dólar. El llamado “cepo” fue una estrategia para evitar la devaluación pero, si bien la medida fue eficiente para cerrar la salida de capitales, tuvo contrapartidas negativas. Frenó en seco la entrada de capitales y generó un mercado de divisas paralelo con una cotización probablemente muy superior a la que se hubiese conseguido dejando flotar controladamente las variables, lo que sobredimensionó las “expectativas de devaluación”. A las restricciones cambiarias se sumaron las restricciones selectivas de importaciones vía declaraciones juradas. El tema no sólo provocó el freno de la producción en algunas industrias, sino que dio lugar a una puja por obtener la aprobación de una patente de corso que, en muchos casos, permitía importar al valor del dólar oficial lo que luego se liquidaba al valor del paralelo.

Los primeros efectos de estas medidas se sintetizan en el freno del crecimiento en 2012. Ya en 2013, ante la mayor evidencia de la escasez de divisas, la reducción continua de las reservas, la caída del superávit comercial, el ajuste de muchos precios al dólar “ilegal” y el fracaso de los intentos de blanqueo de capitales, que tuvieron la externalidad negativa de mostrar una conducción económica fragmentada y errática, el cóctel para la devaluación oficial estaba listo. En noviembre, el nuevo equipo económico sabía que una de sus tareas sería desarmar el cepo. Y como en una economía capitalista no se puede ir contra la lógica de los actores, también sabía que las herramientas eran dos: la devaluación, para comenzar a cerrar la brecha entre el oficial y el paralelo, y la suba de tasas, para incentivar la demanda de pesos y la potencial entrada de capitales. Ambas acciones eran inevitables. Tan inevitables como sus consecuencias y los caminos para contrarrestarlas.


Los culpables


En un esfuerzo por desempolvar prosa militante y encontrar culpables para los daños autoinfligidos, algunos funcionarios optaron por atribuir la devaluación de enero a la presión de “especuladores y agiotistas”, exclusivos responsables de “la corrida” cambiaria. Antes habían hablado de la “propensión” de los argentinos por acumular dólares. Hay que decirlo: en todo el mundo los capitalistas quieren ganar dinero y siempre aprovecharán todas las oportunidades para hacerlo. Lo mismo sucede con el ahorrista individual quien, sin maldad antipatria, siempre intentará elegir la opción menos dañina para resguardar su patrimonio. La pregunta correcta para el hacedor de política es, en todo caso, cuáles son las reglas que permiten que algunos actores puedan obtener ganancias extraordinarias. La pregunta incorrecta, y antieconómica, es dónde están los malos. Ello no quiere decir que los sucesos de enero no hayan tenido componentes políticos. Tampoco que el gobierno no tenga adversarios muy poderosos que aprovecharán cualquier oportunidad para debilitarlo. Pero se trata de cuestiones diferentes.

Más allá del discurso y de la necesidad de ofrecer una respuesta política para propios y ajenos, el gobierno, y en especial el equipo del Ministerio de Economía, comenzó ya a fines de 2013 a preparar la salida del cepo o, dicho de otra manera, comenzó a cambiar radicalmente la fracasada estrategia de administración de la restricción externa empleada hasta entonces. El camino fue devaluar, subir las tasas de interés y buscar alternativas de financiamiento externo. Estas medidas, impuestas precipitadamente por los errores del pasado, fueron leídas por la ortodoxia, en una renovada muestra de autismo analítico, como un ajuste a su propio estilo. A ello sumaron otro desatino clásico del menú: atribuir los acontecimientos a factores como el exceso de gasto público o la emisión monetaria.


Urbi et orbi


Mirar el escenario regional, no sólo el local, puede aportar algunas respuestas. A los economistas neoclásicos es necesario decirles que, excluida la inflación, los agregados macroeconómicos locales a fines de 2013 no eran muy diferentes de los del resto de los países de la región. Y a algunos heterodoxos, que los sucesos del presente no son una crisis estructural resultado de la evolución de la estructura económica desequilibrada, sino un problema financiero. La idea se refuerza si se considera que ningún país de la región experimenta una revolución industrial sustitutiva, la mayoría importa energía, sus tipos de cambio están relativamente sobrevaluados, con Brasil como caso extremo, pero ninguno de ellos pasa por una crisis cambiaria. ¿Qué diferencia a Argentina de sus vecinos continentales? Que tuvo cerrada la entrada de capitales, un problema agravado por el cepo y las tasas de interés negativas. Hoy parece claro que la actual administración podría haber incentivado el ingreso de capitales, incluso el endeudamiento externo, antes de llegar al shock devaluatorio, pero las especulaciones a posteriori suelen ser inútiles.


Inexorable


Asumida la devaluación, sus consecuencias son inexorables. El primer paso es la caída del ingreso real en dólares, en particular entre los asalariados. La baja del ingreso supone una caída de la demanda interna, lo que frena el crecimiento de la economía y, con ello, la evolución del empleo. Al mismo tiempo, algunos precios se ajustan al nuevo valor de la divisa, lo que refuerza las presiones inflacionarias y reduce aun más el ingreso disponible. Luego, debe tenerse en cuenta que la demanda externa es exógena, no tiene nada que ver con los acontecimientos locales. El cambio de los costos de producción internos no significa aumento de las exportaciones. No existe información estadística que verifique esta relación normalmente argumentada por los exportadores, a quienes la devaluación beneficia con un gratuito efecto riqueza. En términos del balance externo sí puede producirse una caída de las importaciones, tanto por encarecimiento como por la menor actividad. El resultado predecible de estos movimientos es el aumento de la conflictividad social, un dato que será una constante en 2014.

Mientras tanto, el equipo económico trabaja contra reloj para aliviar las consecuencias. La prioridad pasa por estabilizar el dólar oficial y minimizar la brecha con el informal a fin de terminar con las expectativas de una mayor devaluación. A ello le sigue aliviar las cuentas externas por la vía del ingreso de capitales. En este marco se inscriben el arreglo con Repsol, los pagos en el Ciadi, el acercamiento al Club de París, las conversaciones con terceros Estados para reforzar reservas y el aumento de las tasas de interés. Después del financiero, el segundo frente es minimizar el traslado de la devaluación a precios. La tarea, compleja, se asumió en forma personalizada. En principio, con el Índice de Precios al Consumidor nacional urbano (IPCnu), el termómetro parece arreglado. Precios Cuidados también aparece como un instrumento más concreto que los vaporosos e inasibles acuerdos que hasta noviembre ensayaba la Secretaría de Comercio. El sesgo de la existencia de especuladores malos debería quedar solamente en el plano político, pues no es así como funciona la economía real. La gran amenaza, que demandará mucha acción gubernamental, es la puja distributiva, las paritarias, sobre todo porque ocurrirán pronto, precisamente antes de que la caída de la actividad afecte el poder de negociación de los trabajadores. Aumentos de salarios superiores al 25 por ciento podrían pasar directamente a precios. Estar hoy al frente de la conducción económica no parece el mejor lugar. Lo que es esperable es que el equipo económico, superadas las urgencias, regrese al sostenimiento de la demanda.

* Economista.

 


© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

Publicado en http://www.eldiplo.org/177-el-pecado-original-de-la-economia-argentina/la-balada-del-dolar/

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