Élite empresarial, restricción externa y crisis del "modelo". Por A. Gaggero
En una entrevista reciente la ministra de Industria, Deborah Giorgi, criticaba a las empresas automotrices por aumentar los precios desmedidamente e intentar girar al exterior un monto de divisas totalmente exagerado, en un momento en que la escasez de dólares es el principal problema económico del país. Cuando la funcionaria señalaba la necesidad de que el Estado tomara medidas para acabar con la posición dominante de algunos oligopolios, el periodista la interrumpió: “¿Pero la Argentina no está pagando el proceso de concentración y extranjerización de la economía, que tampoco se frenó en los últimos años? Totalmente, totalmente –contestó Giorgi–, el otro día un colega tuyo me preguntó por qué estas medidas no se habían tomado antes. Primero, porque hacemos, y el hacer implica que uno vaya descubriendo aspectos en la medida en que las acciones se van sucediendo. ¿Quién iba a pensar en el autoabastecimiento energético en el año 2001-2002?”.
Transformar el perfil de la cúpula empresarial heredada de la etapa neoliberal fue un “aspecto” que el kirchnerismo sólo abordó tardíamente tratando de solucionar problemas coyunturales a medida que éstos aparecían y ponían en riesgo “el modelo”. Las continuidades en la estructura del poder económico de los ´90 y su dinámica de acumulación fueron un factor importante en la crisis del esquema macroeconómico de la posconvertibilidad, principalmente en lo referido a la escasez de divisas (que atormenta a la economía argentina desde 2011).
Década partida
Suele ser problemático para los analistas ponerle nombre “al modelo“ kirchnerista, a diferencia de lo que sucedió en los ´90 con el “modelo de convertibilidad”, cuyo mero nombre lo decía todo. Se debe a que los pilares de la política económica y sus resultados cambiaron notablemente a mitad del período: ni “ganada”, ni “perdida”, es una década “partida en dos” (Coatz; Damill y Frenkel).
La mega-devaluación del año 2002 generó una abrupta caída en el salario real de los ocupados, pero como contrapartida llevó a un tipo de cambio muy competitivo para la industria, que se constituyó en uno de los motores de la recuperación económica. A diferencia de lo ocurrido una década atrás, el crecimiento económico permitió reducir el desempleo y generar un proceso de inclusión social. Las políticas estatales ayudaron a que el salario real se fuera recuperando aceleradamente y la distribución del ingreso mejorara con respecto a la crisis.
El período 2002-2007 fue la etapa de oro del “modelo”, que concentró el grueso de las mejoras de los indicadores sociales; pero lo inédito fue que esto se produjo en el marco de una abundancia de dólares. La escasez de divisas es un problema crónico de Argentina y fue un factor determinante en todas las grandes crisis económicas durante la segunda mitad del Siglo XX: durante los dos primeros gobiernos kirchneristas estuvo ausente, e incluso algunos analistas vaticinaban su superación definitiva.
El tipo de cambio y el aumento de los precios internacionales de los commodities agrícolas, generaron un aumento muy importante de las exportaciones y, por otro lado, el default hizo que durante los primeros años el país pagara muy poco en concepto de intereses de la deuda externa. Gracias a ello el Banco Central pudo comprar los dólares que aportaba el superávit comercial, mantener el tipo de cambio competitivo (3 a 1) e incrementar sus reservas.
Durante la segunda etapa de los gobiernos kirchneristas “el modelo” comenzó a tambalear. La inflación interna redujo la competitividad de la producción argentina (apreciación del tipo de cambio) lo cual, sumado a una situación internacional desfavorable, provocó un estancamiento del superávit comercial (y de los dólares que ingresaban por esa vía). También comenzaron a salir divisas por el lado financiero: luego de la reestructuración de la deuda Argentina reinició los pagos a los acreedores sin tomar nuevos pasivos (desendeudamiento). Con este panorama, la fuga de capitales que se produjo durante 2011 generó una caída en las reservas de tal magnitud que, cuando la situación se volvió insostenible, el Gobierno aplicó restricciones cambiarias (“el cepo”).
Restricción eterna
Pero, ¿cuál fue el rol de la elite empresarial en la reaparición de la restricción externa? En primer lugar, y retomando el libro que escribimos junto a Martín Schorr y Andrés Wainer, hay que mencionar el papel de las empresas transnacionales. A pesar de las promesas iniciales de recrear una “burguesía nacional”, durante la posconvertibilidad no se revirtió la extranjerización del poder económico producida en los años noventa. En 2012 las empresas transnacionales explicaban el 55% de las ventas de la cúpula empresarial (las 200 de mayores ventas), prácticamente lo mismo que una década atrás. La tendencia se agudiza si sólo nos centramos en las firmas industriales: dos tercios de las ventas corresponden a transnacionales (en 2001 “apenas” explicaban algo más de la mitad).
A diferencia de otras experiencias nacionales, en la Argentina fue poco lo que se hizo para imponer metas de desempeño al capital extranjero radicado en el país, o atraer nuevas inversiones a sectores que implicaran un avance en el proceso de industrialización. Por ello no son casuales los efectos perniciosos que tuvo su operatoria en lo referido a su política de inversiones y remisión de utilidades al exterior. Sólo en 2011, antes de la aplicación de severas restricciones al acceso a moneda extranjera, las empresas extranjeras enviaron a sus casas matrices –en forma legal– más de 10 mil millones de dólares, equivalentes al 65% de sus utilidades declaradas. A lo cual habría que adicionarles montos multimillonarios asociados a la sobrefacturación de importaciones, la subfacturación de exportaciones, los pagos de intereses ficticios, regalías y honorarios, entre otras formas de encubrir el envío de ganancias al exterior.
Un caso notable fue el de Repsol-YPF, que durante la década se adaptó perfectamente a la política de control del precio de los combustibles: tuvo siempre utilidades positivas sobreexplotando los recursos, subinvirtiendo en exploración y remitiendo a su casa matriz todo lo que podía. La importantísima caída en las reservas de gas e hidrocarburos que experimentó la empresa llevó a que el país pasara a ser un importador neto de energía. Luego de intentarse una “argentinización” a través de la entrada como accionista del grupo nacional Petersen -que no hizo más que empeorar la situación debido a las condiciones de la operación- finalmente la empresa fue nacionalizada en 2012 con el objetivo de recuperar la soberanía energética en el mediano-largo plazo. Sin embargo, las consecuencias de los errores y la falta de planificación, de la época pre-estatización, todavía se harán sentir por años: sólo en 2013 se importaron combustibles por 11 mil millones de dólares, con un déficit comercial energético total del orden de los 6 mil millones.
La reaparición de la restricción externa durante los últimos años tuvo otra de sus causas en el pronunciado déficit comercial del sector industrial, que se vincula a la dinámica de dos actividades controladas por el capital extranjero y muy promovidas desde el Estado (automotriz y electrónica de consumo), y a las débiles políticas activas de sustitución de importaciones en esas industrias. La baja proporción de componentes nacionales hizo que el crecimiento del consumo y producción derivara en un fuerte aumento de las divisas destinadas al pago de importaciones.
También fueron importantes las continuidades en el perfil del capital concentrado de origen nacional. Luego del abandono de la convertibilidad se redujo aún más la presencia de los grupos nacionales dentro de la elite empresaria de la Argentina. Los que lograron consolidarse y crecer más fueron, en su mayoría, organizaciones agroindustriales especializadas en el procesamiento y comercialización de materias primas, que se habían expandido notablemente en la década anterior: Vicentín, Aceitera General Deheza, Mastellone, Ledesma, Arcor , entre otros. Aunque también se produjeron cambios, ya que durante el kirchnerismo ganaron protagonismo actores que hasta entonces habían tenido un papel muy secundario. Se trató de grupos vinculados al poder político –no sólo del Gobierno Nacional sino también de distritos manejados por otras fuerzas políticas, como el Pro– que lograron crecer en espacios de acumulación a resguardo de la competencia externa, como la construcción y los servicios públicos: ODS (Calcaterra), Caputo, José Cartellone, Pampa Holding, Electroingeniería e Indalo (Cristóbal López), entre otros ejemplos.
Más allá de las diferencias que puedan establecerse entre estos capitales y los grupos agroindustriales, es claro que vistos en conjunto, su crecimiento en los últimos años no ha impulsado una reindustrialización del país con base en nuevas capacidades productivas para disputar una porción del mercado mundial -y conseguir dólares- en sectores intensivos en conocimiento. Por otro lado, gran parte de ellos tuvo un papel destacado en el proceso de fuga de capitales que se desató en 2011 y llevó al Gobierno a instaurar el “cepo” cambiario.
Pateando el ajuste
Las restricciones cambiarias no lograron solucionar la escasez de divisas, y el Gobierno levó adelante una devaluación en enero de 2014, que aceleró la inflación, afectó el poder adquisitivo del salario, y tuvo un fuerte impacto en la actividad económica. Luego del intento de volver a tomar deuda en los mercados internacionales –frustrado por el éxito judicial de los fondos buitre– el objetivo pasó a ser llegar al fin del mandato sin volver a devaluar. Para lograrlo debe evitar perder reservas ya que, en un año cargado de vencimientos de la deuda externa, el peligro de una nueva “corrida cambiaria” está siempre vigente. Con la ayuda de China, las cuentas parecen cerrar, aunque muy justas.
Las declaraciones de los equipos técnicos de los candidatos mejor posicionados no auguran una transición tranquila ni proyectos de largo plazo. Detrás de los discursos aparece un horizonte de devaluación –brusca o escalonada– y una mayor caída del salario real; con la apuesta por resolver la necesidad de dólares con endeudamiento y un –nebuloso- aumento de la inversión extranjera. Como en cualquier momento de escasez, las propuestas vinculadas a modificar el perfil del poder económico y revertir rasgos regresivos de la estructura productiva del país quedan fuera de la agenda. Durante las últimas décadas la elite empresarial argentina se ha hecho experta en lidiar con la inestabilidad macroeconómica y, a diferencia de los sectores populares, rara vez paga los costos del ajuste.
Alejandro Gaggero
Doctor en Ciencias Sociales (UBA).