Respuesta a Yuyo Rudnik
Respuesta a Yuyo Rudnik
Horacio González
Me gusta el intercambio con Yuyo Rudnik. Agradezco tu carta, Yuyo. Este intercambio en gran medida se halla ahora reactivado por el sentimiento de indignación que nos produjo el asesinato de Mariano Ferreyra al costado de las vías del ferrocarril Roca. Yuyo pertenece a una agrupación política, Libres del Sur, que forma parte del intenso debate que recorre el país, debate que no debemos abandonar, tratando las divergencias no solo con respeto, aunque si solo eso fuera corremos el riesgo de ser circunstanciales o impostados, sino con ánimo de comprender, cotejar y compartir. El año pasado hemos dialogado sobre nuestras distintas posiciones y hoy volvemos a hacerlo. En primer lugar, una vez más me gustaría referirme a ese trágico episodio que tanto nos ha conmovido. Ferreyra era militante del Partido Obrero, el PO. Cuesta, ante una muerte tan cruel e injusta en manos de un sicario sindical, comenzar a mentar siglas y agrupaciones. Pero es necesario. En este caso, las muertes en las luchas sociales son por un lado martirios que ofenden a la condición humana en el sentido más genérico, pero por otro lado, son asesinatos que pueden ser interpretados con el mismo lenguaje político que en vida había motivado los compromisos de la víctima.
Me permitirás entonces, Yuyo, que haga algunas consideraciones sobre el partido al que pertenecía Mariano Ferreyra, con ánimo no solo de discernir mejor, sino de contribuir con más fundamentos a condenar no solo a los asesinos, sino a la situación profunda de la que emergen. El PO es una formación que actúa con principios arquetípicos en los cuadrantes políticos de una sociedad histórica dada. Siempre habrá fuerzas del arquetipo y fuerzas de la memoria social de los trabajadores. Las primeras tienen más dificultad para diluirse en totalizaciones culturales diversas, a las segundas ya las encontramos diluidas, en su real estado de prácticas sociales y culturales. El PO atiende mejor a la primer situación; el peronismo genérico a la segunda. Sé que puede sonar inadecuada, pero yo voy a escribir mi frase: respeto al PO y nunca podría estar en el PO. No por no concordar, eso es lo de menos. Sino porque pertenezco a las biografías políticas que se construyen en las variaciones que producen más las épocas, antes que la voluntad personal. Y a conductas que se hacen prudentes ante las crudezas del dominio de las maquinarias mundiales, descartando los esquemas catastrofistas que sin embargo también figuran en los pliegues secretos de nuestra conciencia. Somos hijos de la phrónesis, virtud antigua si las hay, pero no olvidamos las tempestades. Y también del modo en que viejas creencias arquetípicas se diluyen en los pliegues últimos de la cultura social de un país. Eso establece diferencias que no impiden ver el conjunto de las tensiones históricas de una época, y al contrario, lo facilitan bastante.
Sugiero una pequeña hipótesis sobre el cuadro total de la política en un momento dado de la historia. Cada posición actuando en la compleja estratificación de ideas y comportamientos, podría ser un despliegue diferencial en términos de tono, matices, combinaciones y alisamientos, de alguna de las arquitecturas más comprimidas en cuando a enunciados genéricos y atractivos. Así me parece que son las cimentaciones fijas del PO: propone el modo concentrado de las políticas de época. De ahí las críticas que se le dirigen habitualmente (que comparto) respecto al pensamiento determinista. Pero falta saber que todos los demás pensamos por sustracción y dilución de muchas de esas mismas variables deterministas. Por ejemplo, el centro izquierda tomaría la idea de la lucha de clases pero, es claro, suavizándola a través de grandes composiciones frentistas, que diluiría la confrontación y que la haría evitable, no inevitable. Esto está “contenido” en el enunciado del PO, pero atenuado aquí con otros componentes de la reflexión política. El centro derecha podría tomar, en cambio, la idea de la “bancarrota capitalista” no para hacerla parte de un anuncio esencial precisamente para tratar de conjurarla. La política con enunciados en estado puro –no lo digo con ironía, sino con amistad hacia los núcleos condensadores de lo político en estado de integridad absoluta- es llamada dogma o fundamentalismo. Pero la política en general no es otra cosa que cierto despliegue en dirección a la laxitud, de aquellos núcleos de pensamiento que se condensan en forma causalista y con articulaciones internas cerradas. Exactamente, como los del PO. De ahí la importancia que le atribuyo.
Lo cierto que para estas posiciones del PO no habría en las sociedades un grado de contingencia tal que permita imaginar que lo ocurrido podría no haber ocurrido, adquiriendo relevancia entonces la noción de tragedia. En la tragedia aparece el deseo imposible de dar vuelta el tiempo acontecido. La tragedia tiene un punto final inflexible. Pero nadie actúa (o parece actuar) en ella en función de ningún determinismo previo. El lenguaje de la tragedia, que no es el lenguaje del PO, según las incesantes retraducciones que aún se realizan manteniendo esa estructura de razonamiento pero también haciéndole laxa según varias gradaciones, parecería disminuir lo que señala la hipótesis general de la lucha de voluntades: la “voluntad explícita de los dominadores” y la “voluntad organizativa de los explotados”. Eso para el PO. Pero para el pensamiento trágico hay contingencias, errores y puntos ciegos en toda ocurrencia que solo luego de acontecer se asemejan a una arquitectura necesaria. No obstante, no lo era mientras no ocurría. Así es el lenguaje de la tragedia. La muerte de Mariano Ferreyra es una sola, y el lamento profundo es también uno solo. Como muerte del luchador social, admite el concurso de los matices reales de una filosofía de los acontecimientos y es posible señalar su ensamble interno. Pero es una tragedia porque pudo no haber sucedido. Sucedida, deriva de una decisión preñada de intereses sociales, en este caso, coercitivos y lóbregos. Decir esto significa pensar al mismo tiempo el cuadro de época y seguir la línea ascendente de responsabilidades en la investigación del asesinato hasta su último elemento.
En cuanto al juicio político sobre lo ocurrido, la investigación debe actuar en términos de una trama de antecedentes y consecuencias, causas y efectos, incorporando el enjuiciamiento político de los hechos, más allá del frío procedimiento judicial. En estas situaciones debe crecer el derecho social con sentido de justicia emancipada. El PO pide llegar con la investigación –o con la razón política- “al vértice del Estado”. Algo así como el Estado investigándose a sí mismo y declarándose culpable. No está mal. El Estado es oscuro, múltiple y no es el síntoma de libertad que imaginaron muchos filósofos del siglo XIX. Pero está la justicia investigando, muchas fuerzas políticas impulsan la investigación, el gobierno se sintió particularmente afectado en su política de intangibilidad del conflicto social y hay una conciencia generalizada que de no aclararse este crimen, corren peligro todas las políticas sociales, pues sería dar vía libre (valga la redundancia) a una burocracia sindical que resuelve a punta de pistola. El Estado debe, pues, ser otro. Decir esto es más congruente que reclamarle investigación y afirmar a un tiempo que es criminal.
Pero un crimen de esta índole revela nexos entre ejercicios políticos penumbrosos, dirigentes sindicales que controlan fuertes negocios, barrabravas y matones salidos de los estratos más extraviados de la vida popular. ¿Hasta dónde va a llegar la investigación? Esta es una pregunta correcta. La otra, sin duda, es: ¿el Estado será diestro y eficaz para investigar o no podrá hacerlo cabalmente bajo la hipótesis de que el disparo mortal se origina en sus propias entrañas? La definición de autores “materiales e intelectuales” no es difusa aunque pueda interpretarse difusamente. Pero nos entendemos: o definimos con especificidad el origen del disparo –un sector de la burocracia sindical dedicada a negocios de su propio ramo-, o la investigación se haría abstracta si solo culpa al Estado (que genéricamente siempre es “culpable” en la teoría libertaria de los movimientos sociales; no discuto esto), y luego no encuentra lógicamente quien impulse política y jurídicamente la investigación. En la teoría clásica del Estado, la liberal-republicana, éste puede investigarse a sí mismo a fin de neutralizar sus aletas oscuras y represivas. ¿Qué hacer? El problema “teórico” no debe privarnos, en la urgencia del caso, de alzar la mirada hacia lo alto de las dirigencias sindicales involucradas. Aquí surge un problema no de prudencia ni de graduaciones, sino también de teoría política. En las novelas policiales norteamericanas de la década del 40, un crimen iluminaba todo los resortes de la corrupción capitalista. ¿Este crimen compromete al actual gobierno? ¿Es un crimen del capitalismo? ¿Del capitalismo salvaje? Todas las creencias políticas se juegan en estas preguntas suscitadas por el crimen.
Al respecto, Yuyo, en la carta que me enviás, señalás dos situaciones. Una, en torno a la acción funcional que cumple la dirigencia sindical cegetista frente al modelo económico del gobierno. “La burocracia sindical representada en la CGT es uno de los puntales fundamentales en los que se asienta este modelo. Desde el mismo “modelo sindical” que niega cualquier posibilidad de reconocimiento como trabajadores, a los desocupados, precarizados, pequeños monotributistas y cooperativistas, o cualquier otra forma en la que se fueron reubicando los millones de compatriotas que sólo cuentan con su fuerza de trabajo para subsistir. Hasta la complicidad manifiesta con las patronales, expresada en la asociación de sus dirigentes más notorios en los negocios y negociados escandalosos, que los convierten en representantes multimillonarios de trabajadores pobres. Al igual que la corporación política de los partidos tradicionales, que comparte los negocios de los grupos monopólicos a los que defiende, ya no sólo porque pueda estar convencida que no hay otro camino posible, sino porque ahora también salvaguarda las propias ganancias monetarias que recibe. Ésta dirigencia sindical, que en su conformación sigue los lineamientos básicos del “sindicalismo empresario”, con sus acciones busca ante todo proteger sus cuantiosos dividendos. De allí la agresividad con la que rechaza la posibilidad de que se le otorgue la personería a la CTA, o el impulso a las bandas de matones armados que despliega, cada vez que surge una militancia sindical que le cuestiona desde la lucha, la representatividad de las bases. Hay una larga tradición del sindicalismo burocrático que abona ésa manera de accionar, como así también una extensa historia de los trabajadores que se organizan para disputarle”.
La otra, en torno más específicamente al asesinato de Ferreyra: “Las declaraciones de la presidenta después de la muerte de Mariano Ferreyra, buscando dividir responsabilidades entre los asesinos y las víctimas –aludió a la toma del Ministerio de Educación por parte de los estudiantes, como un hecho de violencia igualmente repudiable- no son alentadoras, no van en la dirección que reclama tu nota. Difícilmente la investigación en curso trascienda el encarcelamiento de los autores materiales y de algún dirigente sindical impresentable, como sucede con el escándalo de la mafia de los medicamentos”.
Estos pensamientos rondan por todos lados, no son solo tuyos, y sin agotar lo que la realidad nos provee siempre, que es su condición abierta y a veces recóndita, es posible situarlos en relación al cuadro completo de una época. Ni vos,Yuyo, ni yo estamos en el PO pero de una manera u otra nos situamos frente a esa condensación causalista de lo político, a veces superponiéndonos, a veces criticando; en fin, siendo lo mismo-lo otro. Es decir, pensamos sobre variaciones aligeradas de las hipótesis magnas del PO. ¿Me equivoco? ¿Incomodo diciendo esto? Ya dije que veo al PO como un modelo de la teoría política extensa que recoge el “inconciente generalizado” de la idea de colapso capitalista. Se trata del sentido bajo el cual se agrupan los hechos de manera unívoca. Pero el resto de lo que se llama “espectro político” luego le agrega a estos pensamientos distintos grados de distanciamiento, en el mismo momento en que lo reconocemos. El pensamiento político procede así por distintas disposiciones: aflojamos ciertas piezas, diluimos otras, las combinamos de distinta manera. Collages. Que tanto tienen que ver con los mitos interpretados de manera dadivosa, al margen de nuestra voluntad. Para el pensamiento más amigo de una hipótesis de determinación simple y monocausalista, todo se origina en una cifra de poder burgués-estatal que no permite distinciones o graduaciones específicas. En la vereda de enfrente, el pensamiento analítico de quienes están dispuestos a tejer infinitas diferenciaciones (y dicen: ninguna situación es igual a otra, ninguna persona es igual a otra), terminando en un nominalismo o un empirismo radical, por el cual las gradaciones constantes son el único pensamiento operante que sería posible. Eso no. Es el camino del oportunismo y de los espíritus acomodaticios. Son los “pichones de burócratas”, como se decía en una época, pero encubiertos en una “sabiduría de ancianos que la pasaron todas”. De aquí se obtienen hipótesis de intriga, conspiración, etc. Es más comprensible que las esferas del poder establecido tengan este pensamiento y contrariamente, que los dominios sociales de los partidos “antisistema” tengan la vocación de pensar grandes bloques de sentido, sin disimilitudes ni contradicciones secundarias. ¿Qué cosa nos interesa a nosotros?
Para vos,Yuyo, y también para mí –creo que para todos- siempre está en discusión la “hipótesis PO” en términos de una interpretación monolítica de las voluntades sociales. Podríamos tomar como ejemplo cualquier otra fuerza política del arco de acción que conocemos en un momento dado de una historia. Sin embargo, tomamos el PO, que permite entender mejor como, según creo, se podría abarcar la totalidad de expresiones de lo que sería la totalidad contradictoria en que se expresan las luchas políticas. El PO ve todas las piezas apretadas y unidas con una masilla coherente, fijada en compactos intereses de clase, que dan un macizo social solo en apariencia heterogéneo. Pero es un ensamble determinista. Esta conjunción se pone en evidencia con el asesinato del joven militante del PO, decisión siniestra tomada en las sombras … y que ¿diríamos que compromete a todo un sistema “cuyo vértice es el Estado”, como se lee en las argumentaciones del PO? Tema crucial. No tengo problema en interesarme absolutamente por este pensamiento. Pero es mi obligación cuestionarlo en términos de los mismos intereses sociales y libertarios que deben llevar al esclarecimiento del crimen y a sacar de él las conclusiones políticas justas.
¿Quienes tomaron esa decisión asesina? Podríamos pensar varias posibilidades extremas, desde aquella que ve a los matones sindicales ensayando su jactancia armada, hasta que alguno de ellos supera la ambigua indicación de tirar algunos tiros, y en vez de hacerlo al aire, apunta a los cuerpos. Hasta aquella que interpreta que desde la trama de acciones mismas del Estado (¿y “sus sindicatos?”) se dio orgánicamente la orden de matar. Igualmente repudiables ambos casos, en uno intervienen el individuo con su autodeliberación, su pobre conciencia de profesional de la puntería canallesca, en el otro el Estado (y sus apéndices sindicales de negocios) con su lógica estructurada. Agreguemos que la feroz expresión, “tirar un cadáver”, se emplea para caracterizar una gramática de muertes capaces de desestabilizar situaciones dadas. Algunas opiniones informales cercanas al gobierno ensayaron una explicación a través de esa descarnada expresión. En todos estos planos de una significación tenemos distintas hipótesis sobre la acción grupal, individual, estatal o sindical. Es decir, qué responsabilidad en las decisiones criminales le caben a los agentes directos o indirectos del acto (según la justicia ordinaria: responsables “materiales e intelectuales”, conceptos no muy precisos), o a las estructuras de sentido de una época (todo confluiría hacia “el vértice del estado”, según dice el citado escrito del PO).
Personalmente, Yuyo, estoy dispuesto a actuar y pensar en todos estos temas. Nuestra discusión, que agradezco, pues es entre compañeros que tenemos distintas visiones del momento, me parece que puede interesar fructíferamente a muchos amigos nuestros. Evidentemente, el recuerdo que hago de las posiciones del PO, sin prejuicios ni suficiencia, es para ubicar nuestras propias certezas y/o perplejidades, que no son pocas. Leyendo tu escrito, Yuyo, queda claro lo que sería tema de nuestra discusión, esto es, el modo en que interpretamos la acción del gobierno respecto a dos cuestiones. Una, los compromisos con intereses monopólicos tradicionales; la otra, acción y comprensión del asesinato de Ferreyra.
Mantenés la idea de que la reproducción de condiciones de trabajo pauperizadas, el apoyo a las direcciones sindicales que pactan sobre esa situación, a favor de grupos monopólicos, y las declaraciones de la presidenta “buscando dividir responsabilidades entre los asesinos y las víctimas”, son parte del mismo poder inescindible. Yo no lo creo así, y por eso mi explicación posible de esta diferencia incluye la idea de que el mundo político es una continuidad dentro de una totalidad, donde cada núcleo diferencial se establece en una posición con distintos grados de distanciamiento de las polaridades más condensadas. Por eso invoqué al PO como metáfora de uno de esos “grados cero” del ser político. En lo demás, nuestras posiciones y creencias surgen de relatos, simbolizaciones y marcas trágicas que finalmente son nuestra identidad (momentánea o no), que parecería surgir de un drama de ideas antes que de un tablero de juego con distintas ubicaciones en un grilla totalista (a la que según el caso, podemos ver como una ilusión o el engaño de un “continuum” que hay que hacer estallar en nombre de un hecho rupturista radical).
Respecto a esas marcas trágicas que constituyen una identidad, recuerdo un escrito de Hannah Arendt a propósito el asesinato de Rosa Luxemburgo. Decía que las relaciones entre la socialdemocracia y los espartaquistas, hasta entonces regida por discusiones sobre la base de argumentos intercambiables, se había truncado con esa muerte. Ahora existían definitivamente los luxemburguistas y los otros, dado ese hecho brutal –un crimen del Estado- que irrumpió trazando una frontera intraspasable desde el punto de vista de las identidades. La tragedia colectiva, aunque con una muerte individual, sellaba la manifestación de una identidad. Debido a eso, no pienso solamente que cada uno se sitúa en un lugar que significa el ablandamiento o dispersión respecto a unos temas duros y originarios. Por ejemplo, los socialdemócratas respecto a como ellos licuaban los temas leninistas, o los reformistas, disolviendo los temas revolucionarios (según tácticas y evaluaciones de oportunidad histórica, pero todos pensando en el fondo sobre las mismas bases conceptuales). Cada uno de los anclajes, luego puede lacrarse con un hecho trágico. En este caso, el asesinato de Ferreyra.
Pero también en esta situación nos vemos envueltos en un debate sobre la responsabilidad de esa muerte, en relación a si surgió como una necesidad que pedía el sistema general de dominio (el Estado capitalista) o si provenía de un sector específico de las prácticas gremiales entrelazadas con negocios marginales en gran escala, por lo que los culpables se hallan en el seno del gremio ferroviario, con posiciones diferenciadas de la dirección de la CGT. Subrayo diferencias, porque esta discusión, Yuyo, se parece bastante a un viejo tópico de la filosofía del siglo XX, en la que optamos por ver identidad donde hay diferencia, o creamos un ámbito de diferencia (¿pero cuál?) dónde parece existir compactamente tan solo identidad. En el primer caso, tenemos el encadenamiento lógico, el pensamiento de la “bancarrota del régimen”. En el segundo, las distinciones obvias sobre el complejo mundo de decisiones en el archipiélago gremial de un país con reconocibles divergencias en la opinión política interna a las propias entidades gremiales.
He aquí el problema de conocimiento y teoría política (sí, caramba, en medio de un estúpido y cruel asesinato de un militante) del que nos es difícil escapar a no ser que queramos resolverlo con una hipótesis homogeneizadora de todas la diferencias. No de las diferencias que en última instancia no son relevantes –hay, en efecto, una burocracia sindical- sino de las diferencias que brotan de estilos de acción, formas de la eticidad por más oscuras que sean y de decisiones en puntos dramáticos del tejido de actos colectivos, que de repente originan lo que fue pero pudo no ser. El crimen que se incubaba en la “estructura del Estado” o que en la ambigüedad de las instituciones de dominio y regulación, pudo haberse conjurado. Pues no estaba ya oficiado en el pliegue esencial de las cosas.
Hace tiempo, querido Yuyo, que perdí todo sarcasmo y propensión a ser “sobrador” cuando juzgo a grupos políticos y militantes. Cuando hablo del PO lo hago como parte de un interés real en desentrañar la raíz última del compromiso y la convicción política. Juzgo los modos reales en que se manifiesta el pensamiento y la acción, sin reírme de nada ni gozar de los supuestos errores ajenos. Ahora, tenemos el compañero militante muerto del PO y nos cuesta discutir con sus interpretaciones. Todos somos hijos de un dolor pero no siempre nos eximimos del pensamiento sobre una muerte a la luz de la vieja consigna “a qui buono”. ¿A quién favorece? No sería adecuado pensar así, pero el vértigo de la vida política puede conducir a pensar así. Pienso que no sería justo atribuir esta muerte al gobierno, se sabe que sería descabellado hacerlo, sin embargo se mencionan declaraciones de la presidenta –lo hacés en tu carta, Yuyo-, donde creés ver el destello de la teoría de los dos demonios. En verdad había allí una idea, muy rápidamente expresada, sobre la conducta de no-represión por parte del Estado, y una objeción sobre el modo en que se habían expresado las tomas estudiantiles. Temas sujetos, evidentemente, a debate y reflexión opinable. Tengo yo mi opinión. No me gustaron las tomas –en verdad: el carácter que luego tomaron- pues parecían surgir más de necesidades internas de organizaciones, que de modos más profundos de interpretar las crisis crónicas de las universidades, no solo en sus equipamientos, sino en sus formas cognoscitivas y pedagógicas.
Sin embargo, digo que ante el asesinato de Ferreyra cesan las especulaciones sobre tácticas y comportamientos. No cabe más que exigir que se siga toda la cadena de responsabilidades de modo verdaderamente ejemplarizador, y no será poco que en ella estén incluidos los dirigentes sindicales que hayan participado en las condiciones que se han dicho, materiales e intelectuales, sean “presentables” o “impresentables”. Únicamente eso, sin adición de otro elemento, cualquiera sea. Es lo único que le cabe a los hombres justos, en la medida en que todos luchamos por muchas cosas, pero especialmente por ser del número de aquellos. Los que en su momento criticamos las “tomas”, pero comprendiéndolas más de lo que suponían algunos de nuestros alumnos, ocurrido el desenlace ominoso luego del ataque al grupo de tercerizados y militantes, suspendemos toda otra consideración sobre métodos políticos, modalidades procedimientos de los grupos políticos, aunque sean violentos. Pero genéricamente, no incluyo en sí mismas a las tomas bajo esta denominación, pues es un acto de reapropiación específico de la urdimbre del conocimiento, origen mismo de la universidad; sólo lamento que demasiadas veces no se cuente con mayores sensibilidades respecto a lo se hace, pues aparecen justificaciones que están por debajo de la gran significación que poseen los hechos.
Pero ante la muerte de Mariano Ferreyra, lo que enfocamos entonces es solamente este hecho último y radical, la muerte del militante, porque en el repudio absoluto que nos merece ese hecho, hay un juicio que invoca, corrige y reclama agónicamente por la vigencia del nunca más. Invoca: nunca se agota esta consigna. Corrige: no es atemporal ni clausura un período, sino que sigue y seguirá entre nosotros. Reclama: la historia permite períodos en lo que se presenta claramente el nunca más, pero para que no seamos ingenuos, hay que saber que se resquebraja bajo el peso de la historia agónica, real.
Escribo esto, porque estamos todos desafiados por la muerte, no porque seamos “necrofílicos” –esa es una opinión desdichada- sino porque la fuerza vital de la historia exige como tributo extremo saber interpelar la violencia, la muerte y la furia como un gesto de naturaleza ética. Lo ético es lo que nos pone en peligro y sabemos encararlo con templanza, desconsuelo y estoicismo. Por eso, una muerte política ingresa a nuestra vida (en tanto seres conmemorantes) como un acto criminal a repudiar en su absoluta significación extensa e infame; y también como una cuestión que suscita interpretaciones políticas. ¿De dónde salió el disparo? ¿Del estado? ¿De un sindicato? ¿De una gavilla? ¿Con qué mediaciones? Estas preguntas nos conducen y solicitan nuestra atención. No es adecuado decir que hubo “tercerización de la represión” pues pone bajo un propósito estatal genérico lo que es específico (y en su especificidad, opera entonces en contra de los intereses más legítimos del Estado) y que consiste en ese penumbroso mundo sindical, donde se tejieron complicidades a espaldas de esa decisión de abstención represiva del Estado, con la que ellos no concuerdan. Una cosa es que se deje ese terreno a la acción de las gavillas de turno (no hay por parte del “vértice del Estado” tal propósito) y otra cosa, ocurrido este hecho atroz, es que todos demos un salto de democracia real y profunda determinando las culpabilidades fácticas y políticas. Esto último es lo que muchos pretendemos. Seguirá no obstante la discusión, pues está en juego la interpretación general de la época. Riesgosa época. Se piensa que las novedades que introdujo el gobierno son juegos cutáneos que ofrecen meras fachadas (“ponen a Pedraza bajo la alfombra”) o simplemente construyeron un ala del “sistema”, como fue el menemismo en su momento. Esta idea de continuidad del kirchnerismo con el neoliberalismo y la represión suele figurar en los comunicados de Libres del Sur, pero abundan también los reconocimientos a ciertas disposiciones y leyes impulsadas por el gobierno, como la de medios, a la que la bancada parlamentaria que integra Libres del Sur apoyara, aunque diciendo que la ley salió mejor gracias a las correcciones que luego introdujeron.
No me voy a sumar a los grados de infinitos querellamientos que exige esta discusión. Mi propósito es otro. Si la menciono es porque veo en estos argumentos un descompás, una fisura molesta porque ahí está el reconocimiento de que no todo es la reproducción de las necesidades lógicas del sistema, pero, por otra parte… al fin se llegaría a un asesinato anunciado. No, hay espacios inesperados, desiguales, expresados en matices y por momentos en asombrosas tácticas. A veces, se reconoce que hay una derecha de nuevo aspecto, antigubernamental y con nuevos procedimientos en la Argentina, aunque en otros momentos se dice que el gobierno es su apéndice. Esa afirmación parece más una expresión de deseos para habilitar una suma precaria de pensamientos autojustificatorios, que una descripción de lo que realmente sucede. No quiere decir que el gobierno tenga políticas unánimes en todos los aspectos de la realidad social ni que esté exento de compromisos cuestionables. Tampoco quiere decir que muchas veces evite frases que de hecho son definiciones impropias sobre lo que sucede.
Por otro lado, muchos grupos que condenan al gobierno por sus claroscuros, se eximen con gran autogenerosidad, de tratar sus propias relaciones con ámbitos tradicionales o no de las derechas, y sus medios de comunicación. La voluntad de Libres del Sur, Yuyo, es hacer política en las condiciones reales del país, como lo demostraron en el pasado. No cuestiono que un grupo político diga que se pudo mantener una alianza en cierto momento y ahora no. Las condiciones cambian y se las juzga según formas de interpretación que hacen a la lógica interna de un agrupamiento político. Pero me permito marcar un problema, que es el problema mismo de la acción política. No creo que ahora se presente la clásica situación de que el “sistema” mantiene dos alas, la derecha tradicional y una derecha encarnada por el gobierno, aunque con discursos extraídos de esferas diversas, la de derechos humanos, la justicia social, la reconstrucción estatal, etc. En este caso, algunas serían enmasacaramientos, otras serían buenas si la verdadera oposición las pudiera corregir, como ocurrió en algunos casos. ¿Pero cómo describirlas? ¿Cómo me dispongo a ennumerar las cosas hechas por el gobierno, ya sea que quiera balancearlas, ya sea que quiera enfatizar un saldo condenable? Veo el inconveniente de estos razonamientos que amigos muy queridos ensayan a diario. Por un lado, suelen describirse algunos logros del gobierno, pero por otro lado nunca alcanzan para sacarlo de la infausta estructura de ser uno de los hemistiquios del “sistema”.
Leo este mismo domingo el reportaje a Jorge Altamira en La Nación. Alega la existencia de nuevos matices en el PO, pero al decir que la tercerización es la esencia del capitalismo y que forma parte del sistema económico supuestamente "nacional y popular", y que hay una derecha a la que al gobierno le conviene mantener viva (De Narváez, Carrió) y una izquierda a la que proscribe, está pensando en nombre del arquetipo, y bastante menos en nombre de “situaciones concretas”, singularizando hechos al parecer ineluctables. ¿No son voluntaristas (tomo este concepto que habría que reactualizar de otras maneras, pero ahora vale) sus afirmaciones respecto a la tercerización capitalista y a la fabricación de una pseudo derecha, pues el gobierno también lo sería? Eso significa no ver los alcances del tipo de reformismo en que está empeñado el gobierno, al que se podrá criticar por muchas cosas pero no por no haberse inmiscuido en cuestiones que objetivamente implican meter mano en la objetividad social, en la lucha de clases (aunque es claro que no habla en estos términos). El gobierno es en alguna medida retraducción de las fuerzas económicas-tecnológicas mundiales, y en otra medida no poco importante, resistencia frente a ellas. La Nación, el diario, lo sabe. No le preocupa por el momento el anticapitalismo de Altamira, al que lo ve como un personaje pintoresco. No así nosotros, que pretendemos dialogar realmente con él.
Paso de un lado a otro. Dice Humberto Tumini en el editorial de uno de las publicaciones de Libres del Sur, luego del fallecimiento de Kirchner. “Seguramente lo abrupto e impactante de su desaparición contribuyó a que una parte no menor de nuestro pueblo destacara lo mejor de sus gobiernos y acciones; como la política de DDHH, la renovación de la Corte Suprema, sus vínculos y relaciones con los gobiernos progresistas de la región, el rechazo al ALCA de Bush, su negativa a reprimir la protesta social, medidas económicas como el canje de deuda del 2005, la nacionalización de las AFJP, o sociales como la Asignación Universal por Hijo. Poniendo, en esos momentos, en un segundo plano aquellas decisiones mucho menos progresistas, que paulatinamente les habían ido enajenando apoyo ciudadano como graficamos más arriba. Podemos destacar entre ellas el haber dejado de lado la construcción política transversal y ocupado la presidencia del Partido Justicialista, haberle dado continuidad a políticas propias del menemismo como la petrolera y la minera, no haber afectado seriamente los intereses más concentrados, producto de lo cual los niveles de desigualdad y pobreza vigentes son incompatibles con el crecimiento económico verificado del 2003 a la fecha, los notables niveles de corrupción graficados en el insólito enriquecimiento de muchos de los gobernantes, las manipulaciones institucionales permanentes, el apoyo al actual modelo sindical y a su dirigencia, negándole sistemáticamente personería a la CTA, etc.
Cito estos párrafos, como cité los de Altamira y los tuyos, Yuyo, porque veo allí el problema que estamos discutiendo. En la situación argentina, en las condiciones argentinas, en el seno de la historia argentina en la que estamos, si decimos que “una parte no menor del pueblo” destaca acciones como las que Tumini menciona, no se entiende porque las conclusiones no parecen condecir con las premisas. ¿Cuán importante es haber abandonado “la construcción política transversal”? Fui y soy partidario de ella, pero no diría que su declinación es más importante que los reformismos en curso, que siguen ocurriendo y no han cesado. No ignoro los problemas que se mencionan, pero no veo como corregirlos y tratarlos al margen de la actual configuración de esta coyuntura histórica, donde hay un gobierno diferente, y que sería aún más diferente si las izquierdas, y en especial Libres del Sur, sin abandonar sus temas específicos, se ponen a pensar en un frente social y político más amplio, que será otro, que no de por no ocurrida o mal ocurridas las historias populares anteriores (la del peronismo, con sus quebraduras y difíciles estratificaciones), que no descarte apresuradamente las experiencias de cambio que se están realizando bajo el “kirchnerismo” (con o sin esa denominación hay que aceptar que no se puede decir un día que es “parte de la derecha” y al otro día reconocerle aspectos que siempre figuraron entre las realizaciones del reformismo nacional, desde comienzos del siglo XX), y evite ser llevado muchas veces por cartillas promovidas por los medios de comunicación tradicionales (que festejan las opiniones de la izquierda, y ojo que no digo que le hagan el juego, pero las destacan porque ellos le ven realmente gran valor a lo que no les interesa ideológicamente pero sí si sirve al obstruccionismo parlamentario o para abonar las denuncias permanentes, sean verosímiles o no los temas que se denuncian).
¿Y los medios de comunicación del gobierno? Reconozcamos que tienen un sentido de modernidad y búsqueda de nuevas estéticas y discursividades. Hagamos después las críticas que correspondan a los sesgos “oficialistas”, pero no son “iguales” unos y otros. ¿Por qué preferir entonces pagar el precio de alcanzar primeras planos en los diarios del viejo orden comunicacional que el laborioso pensamiento de valorar de otra manera el complejo ciclo que estamos viviendo. Yuyo: no mitiguen el poder de las derechas argentinas con un mal encuadre de lo que significa el gobierno. No hay continuidades reales entre ellas y el gobierno. Hay sí zonas grises, impericias, heterogeneidad de pensamientos que demasiadas veces se superponen por el mismo efecto de continuidad del espectro político, arrastres del pasado (muchos). Pero la prueba de fuego es –se que hay ingenuidad al decirlo- pensar en una configuración frentista nueva que ahora pueda retomar las riendas gubernativas en la Capital para mostrar que eso está al alcance de la historia popular renovada y que ésta nada será si no podemos actuar nosotros en ella. Ya se que ustedes no son del Grupo A. Pero a veces parecen plegarse a los diminutos moralismos escandalizantes de las clases sociales más atemorizadas, en vez de avizorar las grandes estructuras morales que hoy están en juego, verbigracia, las de la emancipación nacional y social, asociada a nuevas estéticas y nuevos estilos de razonar la política, que es lo que precisamos.
Al decir esto ni cuestiono actitudes anteriores de nadie ni me disgusto con las actuales que todos los grupos políticos de izquierda puedan tener. Nuestro deber, en verdad y en primer término, es disgustarnos con nosotros mismos. Quiero decir apenas que la realidad es más vivaz que muchos de nuestros pensamientos. Si la actual situación se descompone hacia una derechización, nadie va a gozar diciendo “yo lo sabía”. La historia real es la manutención de cuadros frágiles de acción, de los que depende la quebradiza democracia en que vivimos. Siempre es sugestiva la idea de condenar al conjunto de un régimen. ¿Pero no deberíamos usar conceptos más responsables? Pediría, Yuyo, que distingamos en qué momento estamos de las reivindicaciones compartidas y cuales son las acechanzas que se ciernen sobre todos. En este escrito ya muy extenso importan también los bajorrelieves del mito, puesto que tampoco creo que se esté, livianamente, “construyendo un mito”, para evitar un reconocimiento de los problemas reales.
Al contrario, hay una fuerte actividad popular que toma viejos motivos comunitarios y reflexiona sobre la muerte de diversas maneras. Todos sabemos lo que es eso. Se ha generado un sentimiento comunitario que revela formas de acción sin ocultar dificultades ni dejar de tomar a su cargo los temas profundos de una transformación. Disconformes podemos estar todos y en todo lugar. Pero debemos ser autocontenidos en nuestras propuestas. También con el lenguaje que empleamos. Pero asimismo es necesario ser templados con las posibilidades (es cierto, Yuyo, muchas veces contradictorias) que permanecen abiertas. Voy terminando. Te agradezco tu carta. Los acontecimientos son grandiosos y están por encima de nosotros, lo que no exime nuestra responsabilidad. Fui larguero (¡10 páginas!, se me fue la mano) pero lo que quise decir cabe en unas frases. Respeto por la vida popular, donde se confrontan todas nuestras visiones. Apertura de la discusión en todos los terrenos sobre las tensiones históricas y su mejor comprensión en proyección hacia las transformaciones colectivas que son necesarias. Comprensión de las formas originales que adquieren las trayectorias políticas tradicionales, que muchas veces albergan inesperados giros de la historia. Posibilidad de formas frentistas próximas, originales y amplias a ser discutidas con nuevas predisposiciones al diálogo. Compromiso con las víctimas de los sistemas represivos que encierran actos de violencia contra las vidas militantes.
Con un abrazo. Horacio.
(Domingo 14 de noviembre de 2010)
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A continuación transcribimos la carta abierta de Isaac Yuyo Rudnik a la que contesta Horacio Gonzalez:
El corazón corrompido de un modelo decadente
El partido justicialista, evidentemente, es una figura pensionista de la historia. Si en vida de Perón fue menospreciado por su propio creador, que le interesaban otros procedimientos totalizadores, ahora no es sino un remedo de un remedo, una caricatura al cuadrado, un pellejo vacío de contenido que sería mejor, es claro, dejar en el desván de la historia para el estudio de los arqueólogos del futuro. ¿Y entonces? Si como parece, Kirchner debe basarse en estas fuerzas ante la próxima coyuntura electoral, se abren dos caminos posibles: que un pasable papel electoral del gobierno, “salvando las papas”, deje el futuro inmediato y mediato en manos de una coalición de “barones” –como se dice- al estilo del partido justicialista –no, no son los personajes de las novelas de caballería sino de la novelería trivial de nuestros días- o que saliendo de este período de extremos sobresaltos pueda reponerse una orientación gubernamental más aliviada de esos lastres, como aquella que, aunque problemática, los contaba también a ustedes como parte de la discusión común. Es un camino de cornisa, un aterrizaje de emergencia en el Río Hudson. ¿Será posible, como decía el Eternauta? Lo otro –lo otro de lo que significaría explorar este pequeño resquicio de la historia-, implicaría dejar el país en manos de una mediocridad previsible, con restauradores de las leyes pontificando –y ejecutando- sus abluciones envidiosas, seguidistas y desvitalizadas desde la televisión de la noche.”[4]
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