POR QUÉ PINO

Por Humberto Tumini / Nacional noviembre 22, 2010 16:46

Miércoles 24 de Noviembre del 2010, Capital Federal

 

POR QUÉ PINO

Durante treinta años nuestra patria fue azotada por el vendaval del neoliberalismo. Primero lo introdujeron a sangre y fuego los militares, luego, con inteligentes engaños, siguió de la mano de la dirigencia de los partidos tradicionales. Las consecuencias de semejante modelo -pergeñado en las usinas del poder mundial y local- además de los miles de torturados, presos, exilados, muertos, y desaparecidos, las conocemos sobradamente: destrucción del entramado productivo y del Estado, predominio del sector financiero especulativo, entrega de los recursos naturales y las empresas públicas, extranjerización y concentración de nuestra economía, endeudamiento fraudulento y escandaloso de la nación, tremenda fractura social, pobreza, indigencia y marginación desconocidas por estas tierras, desvalorización de los derechos laborales y extendido trabajo precario y en negro, desocupación, fuerte deterioro del sistema previsional, del educativo y del de salud. También incluyó la introducción de pautas culturales agresivamente individualistas, de ruptura de nuestra tradicional solidaridad social, extendida corrupción e impunidad política, opacidad institucional, alineamiento internacional con los intereses imperiales, y así sucesivamente. No hace falta agregar mucho más, ya ha sido extensamente analizado y la enorme mayoría lo vivimos en carne propia.

Pero ese sistema de ignominia fue finalmente derrumbado y sus responsables duramente escrachados ante la sociedad y la historia. Como sostenidamente ha sucedido desde que somos nación, nuestro pueblo resistió, se levantó y echó a los entreguistas. Que se vayan todos, dijo sabiamente. Sentencia no obstante de no sencillo cumplimiento por estos pagos, donde de tiempos inmemoriales los tránsfugas de la política y demás yerbas, hábiles son para cambiar de color y permanecer en el manejo de la cosa pública.

El primer intento de cambiar algo para no cambiar nada, lo tuvimos en la transición conducida por el entonces senador Eduardo Duhalde, apuntalada por el Justicialismo y su liga de gobernadores. Leyeron mal lo que pasaba en el país y con dos jóvenes muertos sobre sus espaldas se tuvieron que ir con el rabo entre las piernas.

Llegó entonces Néstor Kirchner. Montado sobre la ola de repudio a la dirigencia tradicional, lo echó a Carlitos al arcón de la historia y entró a la Rosada. Este gobernador santacruceño sí interpretó lo que pasaba en la sociedad y lo dejó plasmado en su discurso de asunción, vale la pena releerlo. Nos dijo además en ese momento, que no iba a dejar sus principios en la puerta de Balcarce 50. Para ser justos, no aclaró cuáles eran todos los principios, seguramente a los efectos de no desdecirse luego.
Dijo por ejemplo reivindicar la lucha por los DDHH y cumplió; que se acabarían las relaciones carnales con los yanquis y que a partir de allí miraríamos hacía nuestra región, y cumplió. También que no reprimiría la protesta social y así fue. Manifestó que saldríamos de un sistema económico de especulación para volver a uno de producción, y podemos decir que a grandes rasgos no mintió; como tampoco en que no se enfriaría la economía, receta habitual de los liberales, y se crearían muchos puestos de trabajo. Expresó que no podía haber calidad institucional con la Corte Suprema menemista, y la reemplazó por otra digna.

¿Ahora bien, alcanzaba con eso para cambiar de fondo la lacra de país que nos dejó el neoliberalismo? Se argumentaba -y hasta sostienen eso todavía, 7 años después, una buena cantidad de pusilánimes que forman parte del kirchnerismo- que el daño era profundo y que no era posible avanzar rápido porque los enemigos conservaban mucho poder. Dónde estaríamos si San Martín hubiera abrevado en esas ideas. ¿Cómo es que dijo el gran general? “Las grandes empresas se han hecho para los hombre de coraje”. Esa parte no la leyeron. Que la Argentina que recibieron en el 2003 estaba postrada, lo sabemos; que no se podía arremeter contra todos los responsables de ello al mismo tiempo, lo compartimos. Pero no hay que meter gato por liebre.

La derecha siempre tiene fuerza, pero en ese momento la teníamos contra las cuerdas, desprestigiada, sin proyecto alternativo, con problemas en la región y más allá. Las condiciones económicas y políticas mundiales soplaban a favor de los proyectos nacionales, en el corto y mediano plazo. La UCR estaba en absoluta crisis y al PJ lo pusimos en terapia intensiva en octubre del 2005. ¿Cómo que no había condiciones para avanzar sostenidamente a otra Argentina? No quisieron, tenía otro proyecto de país Kirchner, esa es la verdad que no blanqueó nunca. Pretendía cambiar algunas cosas del modelo de los noventa, efectivamente, pero a otras -fundamentales- les iba a dar continuidad. Eso no lo dijo, pero lo hizo, vaya si lo hizo, más allá del mito que ahora buscan interesadamente instalar.

No estaba en el proyecto kirchnerista modificar la concentración económica ni tampoco su extranjerización, las cifras de ambas variables a siete años de gobierno son incontrastables. Por ello no tocaron el regresivo sistema impositivo. Pretendían que se hicieran más eficientes las grandes empresas -incluyendo las agrícolas- para poder insertarse en la economía mundial; también intentar sumarle más valor agregado a las exportaciones. Pero siempre hablando de grandes corporaciones; con pretensión de armar entre ellas alguna nueva y amiga, por cuestionables caminos.

No era en definitiva parte de su proyecto recuperar al Estado como actor económico fuerte -Cristina: “ya nadie piensa en un Estado empresario”-, las nacionalizaciones que hicieron fueron marginales -el Correo, Aguas y Aerolíneas- y forzadas por las circunstancias. A lo sumo un Estado con algo de capacidad de control, no demasiado tampoco. No se plantearon recuperar los recursos naturales estratégicos privatizados como el gas y el petróleo, ni nacionalizar -o controlar aunque más no sea- los que se iban valorizando aceleradamente, como los de la minería; de allí que no tocaran las leyes respectivas del menemismo. Esas ganancias extraordinarias las concebían para fortalecer a los grandes grupos económicos.

Tampoco ha sido su objetivo reemplazar en un grado más o menos importante el sistema financiero privado por uno estatal que promoviera el crédito a bajo costo, sobre todo a la pequeña y mediana empresa. Les tocaron los intereses a los grandes bancos con el canje de deuda del 2005 y con la nacionalización de la AFJP, pero les permitieron paralelamente enormes negocios y no fortalecieron los bancos públicos. De allí que permanecen las ley de Entidades Financieras de Martínez de Hoz y la del Banco Central de Cavallo.

Este modelo promovido por el kirchnerismo, en un nuevo contexto internacional, si bien no ha sido una continuidad del neoliberal de las décadas pasadas, y ha contenido aspectos reivindicables, en definitiva y andando los años se ha ido mostrando como uno dónde las grandes corporaciones tienen el papel preponderante y más dinámico. Nos preguntamos entonces: ¿Qué modelo democrático, popular, de verdadera redistribución de la riqueza se puede construir con los monopolios nacionales y extranjeros como factores, en última instancia, dominantes de la vida del país? Respondemos: ninguno, sobran los ejemplos de ello. Es por esto que la corrupción ha vuelto a desplegarse impunemente como con el menemismo; como así también la manipulación institucional permanente, el doble discurso, etc. Ni que hablar del abierto intento -vía reforma electoral- de que regrese el bipartidismo a reinar en el sistema político. ¿O se creerá que fue casual que Néstor Kirchner asumiera la presidencia del PJ a fines del 2007? No, claro está, esa fue la manifestación más cabal de dónde -y desde dónde- pensaba dirigir a esa altura el barco del país. Y, a decir verdad, fue uno de los principios que si se dejó en la puerta de la Rosada, porque el hombre habló claro al principio en contra del pejotismo y de construir otra cosa.

Así, producto de sus errores, pero particularmente de sus limitaciones políticas e ideológicas, estamos llegando al final de este ciclo kirchnerista, habiendo perdido una gran oportunidad de construir una Argentina distinta. A ver si se entiende lo que decimos: no solo de sacarla de lo peor del neoliberalismo y auto alabarse por ello, sino distinta en serio, mejor en serio. Pero también llegamos a la actualidad con todas las posibilidades nacionales e internacionales intactas para volver a la carga con nuestros sueños. Por eso Pino.

El desafío es grande, la batalla a no dudarlo será dura. El establisment se está relamiendo. Sobre el fracaso del kirchnerismo prepara su regreso. No será -seguramente- al descarado modelo de los noventa en un mundo que ha cambiado, pero se aprovecharán de todo lo que les sostuvo y garantizó este gobierno para ir otra vez por más. Más poder, más ganancias, más impunidad, más sociedad de dos pisos, mas entrega. Hay que impedirlo. Por eso Pino.

Transformar nuestra patria en un sentido de progreso, de justicia social, de soberanía y de verdadero federalismo, requiere de hacerse de las rentas extraordinarias pisándoles los callos a los poderosos; de recuperar y controlar los recursos naturales estratégicos, y de un papel activo del Estado en la economía, más activo que el de los monopolios. Necesita que terminemos con la corrupción enviando a los corruptos a la cárcel, no a su casa ni a otro carguito; y que democraticemos esta democracia renga. Precisa también de que continuemos y profundicemos lo bueno de fortalecer la unidad latinoamericana. Por eso Pino.

Nada de ello será posible sin construir una nueva fuerza política que sostenga con audacia ese proyecto de unidad nacional. ¿A quién le pueden vender la idea de que estos partidos, el justicialista y el radical, pueden ser los artífices de una nueva epopeya? ¿Acaso estas dirigencias, imbricadas con los intereses de los que destruyeron la nación, a sueldo de los poderosos, se van a comprometer con los que menos tienen? ¡Qué cuento tan grande! Solo un nuevo, convencido y amplio movimiento, que renueve a fondo la política, puede llevar adelante tan grande tarea. Por eso Pino.

Pino Solanas Presidente. Esa es la bandera con la que convocamos a cambiar la patria en favor de las mayorías. Es la que renueva los viejos estandartes de soberanía, dignidad y federalismo. Es la que nos dice: democraticemos a fondo, con el pueblo participando y cuidando nuestra tierra. Es el llamado a organizarnos para la batalla por venir. Es la que nos dice: podemos transformar la Argentina.

Humberto Tumini
Movimiento Libres del Sur
 

Por Humberto Tumini / Nacional noviembre 22, 2010 16:46
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