A cincuenta metros de donde ayer se festejó un segundo – lejano – puesto como si se tratara de una epopeya, Hermes Binner solía soportar los reproches de Chacho Alvarez, quien le exigía mayor protagonismo en la construcción del Frepaso. El entonces intendente de Rosario, escuchaba sin decir nada. Y eso a Alvarez lo desesperaba, porque Binner siempre terminaba haciendo lo que quería.

Pasaron doce años desde entonces. Lo que pasó con Alvarez, se sabe. Binner fue reelegido intendente, fue gobernador, tuvo su quinto hijo con una nueva esposa y sobre todo, siguió haciendo lo que quiso. Coqueteó con el oficialismo y se fue sin más explicaciones. Se animó a ser gobernador. Y fue por más. El mismo Binner que no quiso ser protagonista cuando la Alianza ganaba decidió, esta vez, enfrentarse nada menos a la mujer que más votos sacó en la historia reciente. Y lo hizo con todos los que habían sido el furgón de cola de aquel experimento aliancista.

Sólo en ese contexto se puede entender por qué si en el país de los ciegos el tuerto es rey, ayer, en el búnker del Frente Amplio Popular, nadie se dio por enterado. Se festejó, se bailó, y se gritó como si se tratara de una verdadera victoria. A nadie le importó que ese segundo puesto quedara a cuarenta puntos del primero.

“Felicitamos a la señora Presidenta pero también le decimos que esta es la segunda fuerza ”, dijo Binner pasada las diez de la noche y mientras sus militantes gritaban eufóricos “¡Paso, paso, paso se viene el binnerazo!”.

El gobernador de Santa Fe había esperado hasta último momento para su discurso. Lo hizo sólo después de Cristina Fernández, pero sobre todo, después de asegurarse de que los votos de la provincia no iban a dejarlo tan mal parado como en las internas del 14 de agosto cuando la Presidenta le arrebató más de cinco por ciento de diferencia.

“Podemos sacar más del 25 por ciento de los votos pero sí no ganamos Santa Fe para mí es lo mismo que nada ”, le había dicho a la mañana a su esposa Silvana y a Antonio Bonfatti, su sucesor en la gobernación entre mate y mate en su casa de Rosario, la misma donde vive desde hace veinticinco años.

Como hizo en la interna, Binner viajó después de almorzar a Buenos Aires y se recluyó en el búnker que el FAP montó en el hotel Savoy, enfrente de donde funcionaba la Casa del Frente Grande.

A la hora en que Binner llegaba, Víctor De Gennaro se abrazaba a los gritos con la diputada Alicia Ciciliani, una de las principales operadoras de Binner en esta campaña. No es para menos.

Tan cierto como que el FAP no llegaba a los veinte puntos es el hecho de que desde las primarias hasta ahora logró incrementar sus votos y dejó en el camino a Ricardo Alfonsín y Eduardo Duhalde. Y así, Binner consiguió algo que en política vale oro: proyección nacional.

“Gracias a todos los que estuvieron construyendo este pedazo de historia, este es el camino que podemos perfeccionar”, dijo Binner.

Entre saltos y bombos, también festejaron muchos de los dirigentes a los que Alvarez solía dejar horas esperando en la puerta de su despacho y que desde entonces vienen deambulando por el amplio espectro que la política argentina ofrece a la centroizquierda. Estuvieron, por ejemplo, María América González y Eduardo Macaluse, dos que supieron escapar a tiempo del ala de Elisa Carrió.

De aquí en más, para Binner el desafío será entonces demostrar que puede impulsar una fuerza con estos dirigentes, con un partido poco acostumbrado a liderar – el socialismo – y también sin el resguardo que le dio hasta ahora ser gobernador.